El mar cercano de Sorolla seduce a Gran Canaria

El Centro de Cultura Contemporánea San Martín es, sin duda, uno de los rincones imprescindibles de la capital grancanaria para sus citas cotidianas con el arte. En el corazón de la Vegueta más popular, donde la calle Ramón y Cajal casi cambia de barrio para adentrarse en San Juan, este magnífico espacio rescatado del patrimonio histórico de Las Palmas hace ya unos cuantos años, ha sabido entablar un mano a mano con la cultura en general, manteniendo ese indispensable equilibrio entre lo foráneo y lo local, entre lo afamado y lo prometedor.

Quizá sea esa la clave para que, inmersos en su variada e intensa actividad diaria, no cause sorpresa alguna que la muestra «Sorolla, el color del mar» , que podrá visitarse hasta el próximo 4 de mayo, alcance ya los 7.000 visitantes en su primer mes de exhibición.

Procedente del propio Museo Sorolla y de su Fundación, conmemora el 150 aniversario del nacimiento del pintor valenciano Joaquín Sorolla, que se está celebrando con distintas manifestaciones dentro y fuera del país. Y lo hace con el mar, su irremplazable mar, como elemento central de su obra, de su mirada al arte como a la vida, llena de esa luz que da la esencia de lo natural, que bruñó su piel como mismo él coloreó sus lienzos, a fuerza de pintar al aire libre (o ‘al sol’, como él mismo decía).

Y es que Sorolla pintaba lo que veía, así de sencillo y así de complicado, porque nada permanece inmóvil a esa mirada del pintor y a Sorolla le gustaba tanto observar esos movimientos de cuanto le rodeaba, como pintarlos. Por ello era capaz de captar esos cambios de humor del mar, tan poco previsibles como los del propio ser humano. Su mar es el del Levante español, con el que vuelve a su infancia, pero también el del Cantábrico o el del sur de Francia, porque su historia es, en buena medida, esa historia del azul que recalca la muestra, en el que todo se mueve, lo que hace imposible pintar despacio.

Ese ritmo que le impone la propia naturaleza alimenta su ansia por ‘pintar al sol’, llega a sentir «hambre por pintar, me lo trago y desbordo», confesaba en una de sus cartas. Pero es «la pobre miseria de los colores» que él llamaba, lo natural... y su inquietud por lo que la vista le dice, por la verdad desnuda, lo que hace que Sorolla transite con pureza del impresionismo al naturalismo, sin fisuras ni pasos intermedios. Porque su verdad es lo que el ojo le dicta, lo que la vida le muestra y la naturaleza le brinda, sin más.

La realidad de las cosas vivas le lleva a humanizar sus lienzos con personajes que jamás posan, tan sólo discurren o estaban ahí, transitan por su obra tocados por la luz que Sorolla capta (o bajo ella), con una mirada baja al mar, desde la misma orilla, como apunta la propia exposición. Así 'Saliendo del baño', 'Nadadores', María en la playa de Biarritz o 'Pescadora con su hijo', títulos todos ellos imprescindibles en la antología del pintor, están presentes en la magnífica colección reunida para la ocasión.

Las salas de San Martín huelen a mar, fluye por ellas esa brisa que nos es tan cercana, llena de momentos, atesorados lo mismo en su pequeña caja de madera de pintura portátil que en los lienzos que cuelgan de las paredes, sea en su tono índigo o en el más azulina/azulón... Es el mar quien decidió los colores del pincel de Sorolla. Abandono la exposición con la imagen de 'El balandrito' fija en mi retina, en mis recuerdos, tan llena de luz que hasta la estampa que me ofrece el barrio de San Nicolás desde la fachada, enfrente, al otro lado del barranco, parece haber cambiado, como el color del mar... Y seguramente, es así. «Sorolla, el color del mar» me sabe a poco. También yo siento hambre de más, y la luz que se cuela ávida hacia el patio del Centro de San Martín me devuelve, voraz, hacia el interior del universo del maestro.