SOCIEDAD
La misteriosa cabeza de Goya
Más de 200 años hace que se le perdió la pista al cráneo del genio

Se puede perder la cabeza en vida, pero también ya muerto. Y Francisco de Goya podría dar fe de ello. Más de doscientos años se lleva dándole vueltas a dónde pudo ir a parar el cráneo del genial pintor nacido en Fuendetodos (Zaragoza) y muerto en Burdeos (Francia) en la noche del 15 al 16 de abril de 1828. Se admiran sus cuadros, su fama es universal, pero de su calavera, ni rastro.
Hipótesis las ha habido para todos los gustos, pero certezas ninguna. Cuando menos, ninguna capaz de haber dado con el cráneo de Goya o con restos confirmados como tales.
La cabeza del pintor de Fuendetodos ha dejado perlas para el anecdotario. Una de ellas, la lógica sorpresa de quienes se toparon con el esqueleto sin testa cuando se exhumó su tumba de Burdeos por primera vez, el 16 de noviembre de 1888, casi 61 años después de haber sido enterrado. Otra, los telegramas que se cruzaron entre España y Francia cuando se reclamó la repatriación de sus restos, unos años después: «Esqueleto Goya no tiene cráneo», escribió a Madrid el cónsul español en Burdeos; y el Gobierno contestó con otro telegrama: «Envíe Goya con cráneo o sin él». Y el esqueleto llegó, pero lógicamente sin cabeza.
Otra anécdota: las múltiples moradas que el pintor ha tenido desde su muerte. Primero, la tumba de Burdeos; después, una vez en España, la madrileña sacramental de San Isidro, donde reposaron sus restos varios años, desde que llegaron a Madrid en 1899. Y finalmente, su definitiva sepultura en la iglesia de San Antonio de la Florida, desde el 29 de noviembre de 1919.
El 13 de junio de 1950, Francisco Esteve Botey dejaba escrito en un artículo en ABC otra anécdota más relativa al día en que los restos de Goya, junto a los de su amigo y consuegro Martín Goicoechea, fueron inhumados en San Antonio de la Florida. Con las dos urnas de plomo que albergaban los huesos de ambos, contó Esteve Botey que se depositó una pequeña caja conteniendo un pergamino con la siguiente versión oficial: «...Falta en el esqueleto la calavera, porque al morir el gran pintor, su cabeza, según su fama, fue confiada a un médico para su estudio científico, sin que después se restituyera a la sepultura ni, por tanto, se encontrara al verificarse la exhumación en aquella ciudad francesa».
Hipótesis variadas
Pero, ¿fue ese el motivo por el que Goya había perdido la cabeza después de muerto? Es una de las tesis que con más insistencia se han ido barajando desde hace más de un siglo, pero no la única. Efectivamente, se piensa que el cráneo de Goya pudo ser retirado en un tiempo en que se había puesto de moda el análisis craneal como corriente científica, la frenología. Y que, con el paso de los años, acabó perdiéndose su rastro.
Pero hay alguna variante más de la tesis anterior y otras distintas. Por ejemplo, el Museo de Zaragoza conserva un óleo de la calavera pintada por el asturiano Dionisio Fierros en 1849. En el reverso se indica que se trataba del cráneo de Goya y aparecía también la rúbrica, a modo de fedatario, del marqués de San Adrián. No han sido pocos los que han venido dando por hecho que dicho cuadro se pintó al natural, es decir, con la calavera de Goya como modelo y, tiempo después, el cráneo podía haber acabado en manos de un hijo de Fierros que en 1911 seguía la carrera de Medicina en la Universidad de Salamanca. Incluso hace décadas algunos apuntaron que, tras haber llegado a manos de este médico, el cráneo acabó fragmentado, disgregado y, a fin de cuentas, perdido.
No es la única versión. Otros especularon con que hubiera sido el propio Goya quien confiara entre sus últimas voluntades que su cráneo acabara siendo donado a la ciencia. O incluso que pidiera que su cabeza fuera llevada a Madrid para reposar cerca de los restos de la duquesa de Alba.
Eso sí, cuando en noviembre de 1888 se exhumó la tumba de Burdeos y se comprobó que Goya había perdido literalmente la cabeza, se indagó en busca de testimonios que pudieran aportar algo sobre cómo fue enterrado y si su cuerpo estaba al completo en aquel momento. Y se encontró una testigo que lo certificó. Cuando se le preguntó ya era nonagenaria, pero insistió en que tenía perfectamente nítido el recuerdo: el día que Goya fue enterrado en Burdeos, no le faltaba la cabeza.
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