VIDAS EJEMPLARES

Menudo secreto

Que las cajas eran una verbena lo sabía todo el mundo, menos los jueces, los fiscales y los medios

Luis Ventoso

Las cajas de ahorros resumían lo peor de la vida pública española. La política más chusca metiendo su cuchara oxidada en los negocios civiles. Una gestión aventurera disparando con pólvora ajena. Y los medios de comunicación locales enjabonando a los directivos negligentes, porque las entidades ponían buenas pesetas en sus periódicos y radios y tocaba silbar. No conozco muchos panegíricos más deliciosos y delicados que los que dedicaban en la prensa de mi pueblo al prócer de la caja local. Leyendo aquello, aquel hombre providencial –cuya entidad quebró y ya ni existe– venía a ser un cruce mejorado entre Mayer Rotschild, Warren Buffet y Milton Friedman. Un par de años antes de las subprime y el gran hundimiento, recuerdo a una redactora de Economía de buena cabeza regresando a la redacción tras cubrir la junta anual de resultados de nuestra gloriosa entidad. La chica entró haciendo unas muecas elocuentes a modo de resumen: tapándose la nariz y resoplando. Pero al día siguiente los titulares proclamaron que aquello iba viento en popa, mejor que nunca. Y así en cada capital de provincia.

Falló la prensa y fallamos los periodistas. ¿Dónde estaba nuestro aguerrido tertulianismo que todo lo sabe y a nada teme cuando Blesa y su consejo –o más bien panda, a tenor de lo visto– arrasaban la caja?

También falló, como siempre, la morosa y abúlica justicia española. Esa misma a la que casi ha habido que aguijonear para que tenga a bien levantar la tapa de la olla hedionda de los pujoles y echar un ojo en un guiso de mordidas, blanqueos y nepotismo que olía de Andorra a Suiza (capital Barcelona). Y fallan, todavía hoy, las compañías que permanecen ajenas al justo enojo de sus compatriotas y cobijan en sus consejos a algunos de los actores estelares de aquel desaguisado. No son inocentes, y ni mucho menos personajes ejemplares. Cometieron una irresponsabilidad muy grave, casi siempre culposa, que ha castigado los bolsillos de todos y que provocó que España hubiese de solicitar ayuda a Europa para rescatar a sus cajas (ay, dónde habrán quedado aquellas reconfortantes frases de «la reestructuración bancaria no costará ni un duro a los españoles…»).

Por último, mención de honor, porque es obligado, para el Atila que no dejó piedra sobre piedra. Rodríguez Zapatero, cómo no, que también en esto, como en el torbellino de la política territorial, metió la pata hasta el fondo. Alardeaba por el mundo de lo limpio que teníamos el patio cuando la roña ya llegaba al techo, y cuando tocó abordar la reconversión, la acometió arrastrando los pies y chapuceramente, mano a mano con un Gobernador del Banco de España cuyo anterior empleo distinguido había sido dirigir un programa de radio ligero y más bien tendencioso.

Por todo ello, algo tiene de farisaico el enojo sorprendido con que asistimos hoy a la fiesta de las tarjetas en Caja Madrid. No es más que el retrato de un país, el mismo que solo espera que la economía repunte un poco para volver a las andadas. Más que Blesas, Crespos y Narcisos Serras, la cuestión de fondo es otra: ¿cuáles son los valores de una sociedad que los hizo posibles y los toleró tan largo tiempo?

Menudo secreto

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