VIDAS EJEMPLARES
Vuelco filosófico
Aquí mismo, una audaz revolución del pensamiento está redefiniendo los conceptos de ley y verdad
Sin el tamiz clarificador del paso del tiempo es muy difícil apreciar el valor exacto de las cosas. Hoy asumimos que algunos filósofos marcaron el curso de la historia con sus ideas. Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes, Hegel… modificaron nuestra manera de contemplar el mundo y su devenir. Pero en nuestros días tendemos a pensar que la era de los gigantes del pensamiento ha pasado, fulminada por el parpadeo de la televisión y la magia instantánea de internet. No es así. Simplemente, nos cuesta reconocer que un coetáneo es un genio. Veinticuatro siglos después, los hallazgos de la antigua Atenas todavía nos iluminan. Pero calladamente, sin alharacas, con la modestia propia de lo verdaderamente grande, una nueva escuela filosófica, también mediterránea, ha tomado el relevo de los helenos clásicos y está derribando una a una todas las viejas certidumbres. Hablamos de la Academia Disney de pensamiento político, ubicada en la polis de Convergencia.
Camuflado bajo una apariencia anodina y un pelín irritante, el pensador barcelonés Artur Mas ha logrado doblarle el pulso a la lógica convencional. Principios que parecían irrefutables caen hechos añicos. Ayer Mas pronunció una sentencia que establece los nuevos cimientos para la convivencia en sociedad: «La consulta es legal si ellos no la hacen ilegal». Brillante. Meditemos un instante sobre esta máxima. Nada mejor que una rápida parábola para entenderla en todo su calado. Un mangui de verbo elocuente quiere atracar un banco. Acogiéndose a la teoría de Mas, podría proclamar lo siguiente: «El atraco es legal, si ellos no lo hacen ilegal». Interesante. El principio de legalidad se torna elástico. Ninguna norma superior nos obliga. Cada uno puede decidir si respeta la ley o no al albur de sus apetencias. Bienvenidos de vuelta al Derecho de Mowgli y la mona Chita.
De todas formas, es de temer que habrá que pulir un poco el argumento libertario. Veamos: siguiendo esa lógica política de querencia infantiloide, mañana el alcalde de Tarragona, apelando a un sentimiento imparable e intangible del pueblo tarraconense, podría ponerse farruco y convocar un referéndum para independizar a su ciudad de Cataluña y crear allí un nuevo Mónaco, libre y feliz, emancipado del yugo de Barcelona. ¿Y qué diría entonces Mas? Pues que nunca jamás, que una instancia inferior no puede decretar unilateralmente su independencia de Cataluña. Es decir, lo contrario de lo que sostiene si se habla de España. ¿Incongruente? No, porque a estas alturas del glorioso proceso existen dos tipos de verdades: la verdad objetiva y otra de una calidad superior, la verdad identitaria, que es la que vale.
Pero no seamos displicentes y resabidillos. Aprendamos, que ayer hubo más enseñanzas. Jordi Pujol es el hombre que gobernó 23 años Cataluña y designó a Mas; es el padre de quien hasta anteayer era el número dos de Convergencia; es el patriarca que auspició un tinglado corrupto casi endémico en la Administración catalana. Pues bien, según el presidente Mas, el escándalo Pujol nada tiene que ver con la Cataluña actual. Si el honorable y su clan, la industriosa saga de los Pujoles, han amontonado una fortuna colosal a costa del erario público de todos los catalanes, pues pelillos a la mar y a otra cosa, mariposa. Aquí lo importante son «la consulta» y «el proceso», y no estas fruslerías de centenares de millones centrifugados que tanto asombran al búnker retrógrado de Madrit.
Una nueva ética, una nueva metafísica y un nuevo derecho. Apártate, Aristóteles, que viene Artur.
Qué cansino, qué ilógico y qué profundamente ridículo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete