La venganza del sij enfrenta a la India y Canadá
La crisis por el asesinato del independentista sij Hardeep Singh Nijjar, del que el primer ministro Trudeau acusa a Delhi, destapa una guerra entre las mafias sijes que trafican con drogas y perpetran atentados terroristas en la región del Punjab
¿Quiénes son los sijes y en qué creen?

Se ha abierto una guerra diplomática entre Canadá y la India, a la que el primer ministro Justin Trudeau acusa de estar tras el asesinato en su país del independentista sij Hardeep Singh Nijjar, reclamado por Delhi por terrorismo en la región del Punjab. ... Pero hay otra contienda mucho más violenta dentro de Canadá, donde esta crisis política ha destapado la guerra de bandas que enfrenta a sus mafias punjabíes.
En plena tormenta por la muerte de Nijjar, abatido a tiros en junio en el aparcamiento del templo sij que presidía a las afueras de Vancouver, uno de sus aliados, Sukdool Singh Gill, era asesinado el miércoles en su casa de Winnipeg. De 45 y 39 años respectivamente, ambos estaban reclamados por la India por su presunta participación en atentados terroristas en el Punjab, donde parte de su mayoritaria comunidad sij quiere formar el Estado independiente de Jalistán.
Ofreciendo una recompensa de un millón de rupias (12.000 euros), la Agencia Nacional de Investigación acusó el año pasado a Nijjar de dirigir en Canadá los campos de entrenamiento de la Fuerza de los Tigres de Jalistán (KTF, en sus siglas en inglés) y difundió fotos suyas empuñando un 'kalashnikov'. Pero Nijjar, que era una figura pública por presidir en Surrey el 'gurdwara' (templo) de Guru Nanak Sikh, negaba estas acusaciones e incluso escribió una carta al primer ministro Trudeau insistiendo en su inocencia y pacifismo.
Menos dudas había sobre el otro asesinado, Sukdool Singh Gill, alias Sukha Duneke, que tenía veinte causas pendientes en la India y a quien descerrajaron ocho tiros en la cabeza. Junto a otros 42 sospechosos, figuraba en la lista de los más buscados por promover la independencia de Jalistán desde Canadá. Según los medios indios, era el compinche de otro presunto mafioso devenido en terrorista llamado Arshdeep Singh, alias Arsh Dala, buscado por 16 crímenes en su país y aliado de Nijjar.
Reivindicación de la muerte
Desde la cárcel india donde cumple condena, uno de sus rivales, Lawrence Bishnoi, reivindicó el asesinato de Gill. «Todas estas muertes se deben a una guerra entre las bandas mafiosas punjabíes en Canadá, que trafican con drogas e intentan controlar los templos sijes porque reciben donaciones millonarias de sus fieles. Para ganar las elecciones a los templos, se han vuelto extremistas», explica a ABC el analista político Guruswamy Mohan. «No creo que los servicios secretos de la India sean capaces de matar a nadie en Canadá. Como mucho, pueden usar a alguna facción sij contra otra», señala por teléfono.
Desde el año pasado, ha habido al menos media docena de asesinatos de mafiosos punjabíes y destacadas figuras de la comunidad sij en Canadá. El más sonado, en julio de 2022, fue el de Ripudaman Sing Malik, poderoso empresario de 75 años que al parecer estaba enfrentado a Nijjar por el control de los templos sijes. Más importante aún, Malik era uno de los dos absueltos en el juicio por la bomba en un vuelo de Air India entre Canadá y el Reino Unido que dejó 329 muertos el 23 de junio de 1985, el peor ataque terrorista hasta el 11–S. De los tres procesados por dicho atentado y por la bomba que, el mismo día, fue puesta en otro vuelo de Air India y mató a dos maleteros del aeropuerto de Narita (Tokio), solo fue condenado uno, Inderjit Singh Reyat. Primero en 1991 a diez años por la bomba de Tokio y luego, en 2005, a 30 años por la otra tras confesar todos los cargos. Aunque nunca se arrepintió, fue puesto en libertad en 2017 al pasar en total más de dos décadas entre rejas.
Dichos atentados fueron una venganza contra el asalto del Ejército indio al Templo Dorado de Amritsar en 1984, en el que murieron más de 500 guerrilleros y civiles sijes que se habían cobijado allí por ser su lugar más sagrado. Aunque esa operación le costó meses después la vida a la primera ministra Indira Gandhi, asesinada por dos de sus guardaespaldas que eran sijes, marcó el fin de la insurgencia en el Punjab. La muerte de Indira Gandhi desató una ola de violencia hindú contra los sijes, que sigue siendo recordada como un agravio por las comunidades más radicales del exilio.

Buena prueba de ello es que uno de los templos sijes de Vancouver lucía la foto de Talwinder Singh Parmar, cerebro del atentado contra el vuelo de Air India, quien fue abatido por la Policía del Punjab en 1992. Entonces surgieron voces denunciando que era una ejecución extrajudicial, como sugiere ahora Trudeau con la muerte de Nijjar. A sus malas relaciones con la India, heredadas de cuando su padre fue primer ministro en los años 70 y 80, se suma la fuerza electoral de los 770.000 sijes que viven en Canadá y su dependencia del Nuevo Partido Democrático, dirigido por uno de los líderes de esta comunidad, Jagmeet Singh.
¿Terrorismo de Estado indio o guerra de bandas sijes? Difícil de saber, pero nueve de los once criminales más buscados en la Columbia Británica son sijes y la Policía canadiense ya considera a la mafia punjabí la más peligrosa tras la italiana. Sea lo que sea, la venganza del sij enfrenta a la India y Canadá.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete