Los vecinos de Járkov: «No todos podemos ir al Ejército, pero por cada militar necesitamos seis civiles»
La segunda ciudad más grande de Ucrania acumula las cicatrices provocadas por los bombardeos rusos tras dos años invasión a gran escala. Járkov, en el punto de mira del Kremlin, no puede esquivar la guerra, pero sus residentes insisten en luchar por la victoria
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El sonido de la alarma resuena a diario por las amplias avenidas, casi vacías, de una metrópoli que estuvo en la primera línea de guerra. El aire helado no da tregua al mercurio que se empeña en descender. Son las siete de la tarde y ... ya es de noche. En dos horas más el alumbrado público se apaga y Járkov quedará en la oscuridad hasta la mañana siguiente.
En la puerta del pub Kefir, un grupo de jóvenes apura su cigarrillo antes de bajar al concierto. Olexandr, el cantante, interpretará algunas canciones de rock americano. Nadie abona ninguna entrada. Cada persona es libre de donar las grivnas que quiera cuando pasan la pequeña cesta. Es casi un acto litúrgico. Por momentos y bajo la cadencia de la música extranjera, la guerra parece un mal recuerdo. Aunque es una sensación engañosa. Oleksiy el dueño del establecimiento, pasa la cesta dos o tres veces más. Los fondos recaudados serán destinados en su totalidad al Ejército que intenta mantener a los invasores lejos.
El esfuerzo de guerra en Ucrania lo sostienen sus militares en el frente y un grupo importante de la sociedad civil que sigue comprometido con la victoria. Los voluntarios son una parte fundamental de este conflicto.
Son los amigos, las esposas, los hermanos, los hijos, los padres o las madres de los que están en el frente. Son los hombres y mujeres que pausaron sus vidas para dedicar el tiempo a una comunidad herida por un conflicto que entra ya en su tercer año. A Járkov le ha tocado ser ciudad heroica por segunda vez en la historia. Son ucranianos, sí, pero son 'jarkovitas'. El arraigo de los vecinos que permanecieron en la urbe es robusto. Todos sintieron el terror de los bombardeos que llegan sin avisar durante la noche o a pleno día. Todos hablan con orgullo de una ciudad que fue y sigue siendo ejemplar para el país. Una ciudad casi fronteriza, que antaño tenía fuertes vínculos con Bélgorod, en Rusia. Una ciudad a la que sus propios vecinos, los rusos, han mantenido bajo asedio constante desde febrero del 22.
«La guerra se ha convertido en una parte integral de nuestras vidas», apunta Taras Shostenko. Este joven de Járkov comenzó a arrimar el hombro desde el mismo día de la invasión a gran escala. Junto a su amigo Oleksiy Bedrin, creó la organización Iebosh en mayo de 2022. Taras dice que su fundación no es muy popular en comparación con otras de mayor envergadura a nivel nacional. Sin embargo, su importante labor de apoyo a las fuerzas armadas de la zona ha servido de inspiración al artista local Gamlet Zinkivskyi, que les dedicó dos de sus obras.
La recaudación de fondos es cada vez más complicada
«Principalmente ayudamos a los militares con equipos y municiones: tablets, drones, automóviles, pero también, por ejemplo, ropa de invierno»
«Principalmente ayudamos a los militares con equipos y municiones», destaca Taras. Al principio él y su socio se centraron en los civiles, pero después se decantaron por recaudar fondos para suplir las necesidades en el frente: «Tablets, drones, automóviles, pero también, por ejemplo, ropa de invierno«. La recaudación de fondos es cada vez más complicada. La situación económica empeora en el país y »las necesidades de nuestros soldados son mucho mayores que nuestras capacidades, extremadamente limitadas«. Organizan conciertos, venden camisetas y realizan actos para la recaudación de fondos. En su cuenta de Instragram muestran todas las entregas a los militares.
Un país, dos ritmos
Taras reconoce la importancia de los voluntarios en esta guerra y hace una profunda que reflexión: «El movimiento de voluntariado existe únicamente porque el Estado no puede cumplir con sus obligaciones directas con la sociedad«. Son casi las nueve y media. Los últimos clientes del bar se levantan perezosos tras un concierto animado. Vuelven a la rutina de una urbe en guerra. La recaudación no ha ido mal.
A la salida espera una nevada lenta. Ya no alumbran las farolas y por enésima vez suena la sirena. La amplia geografía impone distancia y en algunos lugares el frente de guerra se percibe como un espejismo lejano. Las defensas aéreas que enviaron los aliados de Kiev lograron dar un respiro a la parte occidental y central del Estado.
En la capital se instaló el ajetreo de una cotidianidad frágil. Asaltada cada cierto tiempo por los drones kamikazes y los misiles; en el fondo todos saben que no hay lugar seguro en el país. A menudo se producen tormentas de misiles y 'shahed' iranís que arrebatan –como si de una lotería macabra se tratase– la vida a civiles que solo intentan seguir adelante. Pero en la Ucrania de la invasión a gran escala se vive a diferentes ritmos. Todo depende de una cuestión geográfica: los que están cerca de las líneas de combate, los que no y aquellos que han caído presas de la ocupación.
«Ahora mismo mucha gente en mi país se olvida de la guerra. El infierno que vivimos en Járkov al principio no lo sintieron muchas personas en el oeste», destaca Yuri. «No es lo mismo ser voluntario en Járkov que en Kiev», apunta. A él la invasión a gran escala lo pilló de vacaciones. Antes dirigía una galería de arte en Miami. Yuri decidió quedarse y comenzó a preparar comida para la gente de Járkov que se resguardaba de los misiles rusos en las estaciones de metro. «Trabajé como 'fixer' para medios de comunicación y junté 20.000 euros que invertí en la organización 24.02«, apunta. Con el paso de los meses se encargó de repartir todo tipo de ayuda humanitaria y médica en su región natal. Unió fuerzas con un socio y lograron repartir más de 15.000 pizzas a los militares desplegados en el frente. Desde el inicio de la invasión a gran escala continúa realizando entregas. La gente compra una pizza, deja su mensaje y ellos mismos las llevan hasta los soldados. Ahora, a dos años de que comenzara el conflicto armado, las ayudas merman. Los voluntarios tienen que ocuparse también de su propia supervivencia.
Yuri sigue adelante con su labor, pero reconoce el alto coste de quedarse con su familia en una ciudad que vive bajo ataque constante. El hombre admite su cansancio, pero eso no impide seguir sosteniendo el esfuerzo de guerra su país. «Debemos seguir apoyando a nuestro Ejército. No todos podemos luchar, no todos podemos ser soldados. Pero por cada militar que está en el frente, necesitamos tener al menos seis ciudadanos, como civiles, que lo apoyen«, sentencia.
A medida que la ofensiva rusa se intensifica en el distrito de Kupyansk. El trabajo de los miembros de la organización 'Rosa en la mano' se vuelve más imprescindible. El pasado 16 de febrero el gobernador de Járkov decretó la evacuación de los civiles de Kupyanks, una localidad casi en el frente de guerra. Alexander y su equipo se encargan de viajar hacia los puntos más calientes del conflicto sin importar las llegadas de misiles enemigos. Una vez allí intentan convencer a los residentes para que se trasladen a un lugar más seguro. «Muchas personas tienen miedo de dejar sus casas porque no saben si encontrarán un refugio en la ciudad. Algunos voluntarios 'salvajes' hicieron esto en el pasado. Pero nosotros estamos en contacto con todos los servicios locales para brindarles la mayor asistencia posible cuando salen de esa zona«, destaca el fundador de la organización 'Rosa en la mano'.
Esquivar la muerte
Alexander no piensa en el futuro, como casi nadie en tiempos de guerra. Ya esquivó la muerte varias veces mientras intentaba salvar a sus paisanos. Su intención es seguir ayudando, pero para ello precisan apoyo. «Lo que más necesitamos ahora son coches«, admite el hombre con un semblante serio. Alexander se despide y no deja de mirar su teléfono para comprobar si otro ataque ruso lo obligará a salir corriendo para ayudar.
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