Ucrania se debilita, Rusia acumula y la OTAN se prepara

A la desesperada, el líder ucraniano intenta alargar su planeo esperando un cambio favorable de la situación internacional. Está inmerso en un ambiente extremadamente complejo y hostil: va perdiendo la guerra; los donantes están fatigados; la corrupción en su país campa por sus respetos; los desacuerdos con la cúpula militar son inocultables; y, sobre todo, está la aparición de otros conflictos internacionales (Oriente Próximo), que aparecen como más perentorios y expansivos. El testigo de gran valedor de Ucrania lo ha recogido el Reino Unido cuyo primer ministro, Rishi Sunak, hace once días visitó Kiev para incentivar a Zelenski en la continuación de la guerra, comprometiendo un paquete de 3.000 millones de euros en armamento, municiones y material militar diverso. Algo similar a lo que hizo Boris Johnson, a comienzos de 2022, empujándole hacia la guerra. Nada inédito, por otra parte, en la inveterada y turbia praxis británica respecto a los problemas continentales.

La iniciativa bélica del líder ucraniano se limita a acciones puntuales y dispersas que, aunque de escaso volumen y valor operativo, son inmediatamente magnificadas por ciertos terminales mediáticos, que proyectan una pretendidamente sólida imagen de capacidades de las que, en realidad, Ucrania carece. Últimos ejemplos de ello serían el bombardeo con misiles, el 26 de diciembre, contra la base naval de Feodosia (Crimea) dañando al buque anfibio Novocherkassk, o el dron que, el domingo pasado, provocó un incendio en el gran complejo industrial de Ust-Luga (San Petersburgo) dedicado a la exportación de gas y derivados del petróleo. En esa búsqueda permanente de ganar tiempo, Zelenski, actualmente, se está esmerando en enganchar a los donantes en una llamada Cumbre de Paz Global, a celebrar en Suiza en el próximo otoño.

Rusia, por el contrario, aparece con mayores probabilidades de éxito. A un mes del segundo aniversario del comienzo de la invasión, las previsiones sobre la duración de la guerra varían entre algunos meses y varios años más. Lo más claro es que Rusia, con el eficaz apoyo de Corea del Norte e Irán está acumulando misiles, drones y munición de artillería. La prioridad política ahora son las elecciones presidenciales, de 15 al 17 de marzo, que, previsiblemente, Putin ganará en primera vuelta. No es descartable que el líder ruso intente llegar a esos comicios precedido de algún triunfo militar resonante (¿Avdivka? ¿Krinki?) para, en la primavera, poder desencadenar una ofensiva más general que obligase a Zelenski a «rendirse» y negociar un costoso alto el fuego. El juego de Putin trataría, tal vez, de llegar a noviembre de 2024, fecha de las elecciones presidenciales en EE. UU., con el asunto ucraniano encarrilado.

Sobre tan grave e incierto fondo, que se solapa con el galopante deterioro de la estabilidad internacional, particularmente en el continente asiático (Oriente Próximo, Medio y Taiwán), la OTAN desarrollará, entre febrero y abril, el ejercicio conjunto-combinado Steadfast Defender 2024, con la participación de más de 90.000 efectivos de los 31 aliados y Suecia. Tal ejercicio, mayormente enfocado hacia el noreste europeo (países Bálticos, Finlandia, Polonia y Alemania), constituye el de mayor envergadura de la Alianza desde la caída del Muro. Servirá tanto para la actualización y homologación de procedimientos operativos, como para la lubricación de los engranajes imprescindibles para los movimientos de fuerzas y sistemas logísticos del refuerzo norteamericano a Europa. En suma, un ejercicio mayor de declarada intención disuasoria, pero también ―por si acaso― de intensa preparación para la guerra.