Análisis
Un reloj de lujo podría salirle más caro a Boluarte que 60 muertos
Con unos índices de aprobación paupérrimos, la presidenta que nadie eligió y los ministros que han cerrado filas impunemente en torno a ella no saben cómo explicar el origen de sus joyas
Boluarte cambia al ministro del Interior y otros cinco miembros del gabinete en plena crisis de los 'Rolex'
La presidenta de Perú, Dina Boluarte
La ostentación y la sensación de impunidad propia de una borrachera de poder han puesto contra las cuerdas a la presidenta del Perú, Dina Boluarte. No pudo resistir la vanidad de lucir un Rolex de catorce mil dólares en su presidencial muñeca, ni una ... pulsera Cartier cuatro veces más cara. El valor de estas joyas parece completamente ajeno al alcance de quien fuera una modesta funcionaria pública antes de que las carambolas de la política peruana la llevaran a la vicepresidencia del país de la mano de Pedro Castillo, el presidente redentor de la izquierda peruana, destituido luego de su zafio intento de golpe de Estado a fines de 2022.
Esas mismas carambolas y la lenidad del sistema político del Perú la auparon luego a la propia presidencia, que inauguró con el estruendo de la pólvora y la sangre de los manifestantes que se movilizaron contra su gobierno durante 2023. Con más de sesenta muertos y una recesión que asfixia a la economía, sostenida por sectores de la izquierda y de la derecha (es un decir, en un país cuya clase política se muestra intrínsecamente corrupta) la primera presidenta mujer en la historia del Perú y la quinta en cuatro años enfrenta ahora una investigación abierta por la fiscalía con un operativo que empezó a las 10:55 pm del pasado 29 de marzo con el allanamiento de su domicilio, en cuyo dormitorio se han encontrado –que no incautado– más de diez relojes que parecen tan lujosos como difícil es probar la licitud de su origen. El asuntó estalló a mediados de marzo, luego de que el medio digital 'La Encerrona' hiciera público un informe sobre los suntuosos relojes de Boluarte y otras joyas que no fueron declaradas ante el JNE (Jurado Nacional de Elecciones) como debería haberse hecho.
Con unos índices de aprobación paupérrimos (menos del 6%) la presidenta que nadie eligió y los ministros que han cerrado filas impunemente en torno a ella no saben cómo explicar el origen de tales joyas sin utilizar argumentos sonrojantes y que se sostienen con menos fuerza que la correa de algunos relojes presidenciales. Su abogado lanza una pregunta inquietante: ¿Y si son regalos de un enamorado? El 'premier' Gustavo Adrianzén, por su parte, denuncia la inconstitucionalidad del allanamiento de la vivienda de la presidenta y afirma que es solo ruido político, al parecer una cortina de humo más turbia que la que levanta la pólvora, meros intentos de desestabilización que afectan gravemente las inversiones del país. En esto no yerra el agudo análisis del presidente del consejo de ministros, pero no por los motivos que esgrime, sino porque la corrupción de un mandatario no es nunca un buen síntoma de la probidad de su gobierno y difícilmente se puede confiar en su gestión, más aún en un país cuya precaria estabilidad política se hace más patente cada día.
Tampoco es, como intenta explicar en otra vuelta de tuerca Adrianzén, el acoso de ciertos medios, afirmación que ha insinuado ya la propia presidenta, al parecer indignada contra lo que considera un abuso, pero no contra ella y su sospechoso patrimonio, sino contra el noble y esforzado pueblo peruano que ella representa. También ha lanzado el globo sonda del sesgo sexista y discriminatorio y finalmente ha explicado que esas joyas son producto de su esfuerzo y que son de antaño. Ya ha quedado demostrado que de antaño nada, el Rolex se adquirió recientemente y al parecer solo es la punta de un iceberg que amenaza con romper el casco de esa precaria embarcación que es su credibilidad.
La clase política peruana ha corroído como la carcoma las instituciones que debían defender y hacer prosperar
Lo que por desgracia sí se revela de antaño no es solo la corrupción de sus gobernantes, a la que la sociedad peruana reacciona con una indignación cada vez más lánguida y tan escasa de vigor como las noticias que se esfuman a la vertiginosa velocidad que pautan las redes sociales, sino también la horadación sistémica a la que parece haberse acostumbrado el Perú de las últimas décadas, con una clase política que ha corroído como la carcoma las instituciones del país que debían defender y hacer prosperar: parece que entendieron que la defensa y la prosperidad eran un asunto contable y particular. De manera que gracias a su atonía moral puede que la presidenta se mantenga en el poder, pese a unas investigaciones tan serias y de las que difícilmente nadie pueda salir bien parado, por lo menos en el territorio de la ética, aunque para la clase política peruana esto parezca pertenecer a una geografía tan fantástica como improbable, más producto de una mente imaginativa y fértil, como esas ciudades invisibles que propuso Italo Calvino. De ser desalojada del poder, de ser demostrada la ilicitud de su patrimonio, los peruanos enfrentaríamos la amarga paradoja de que un reloj de lujo sale más caro que sesenta muertos.