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Fallece Li Keqiang, el primer ministro chino que pudo reinar

El número dos del régimen hasta el pasado mes de marzo muere a los 68 años a causa de un ataque al corazón

China cesa a su ministro de Defensa tras casi dos meses desaparecido

Jaime Santirso

Jaime Santirso

Corresponsal en Pekín

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Li Keqiang, primer ministro chino durante la última década hasta el pasado mes de marzo, ha fallecido en la madrugada de hoy en Shanghái a los 68 años a causa de un repentino ataque al corazón, según han informado los medios oficiales del país. Un abrupto final a la vida de un mandatario, ya retirado, cuya trayectoria política quedó a tan solo un peldaño de lo más alto, desde donde aportó una nota de moderación frente al giro autoritario de Xi Jinping, quien minimizó su figura y funciones.

A diferencia del actual líder, Li no procedía de una histórica familia revolucionaria y no era considerado, por tanto, un «príncipe rojo». Nació en 1955 en Hefei, provincia de Anhui, hijo de un político local. Su educación fue interrumpida por el caos de la Revolución Cultural, y como millones de jóvenes chinos –entre ellos el propio Xi– pasó varios años realizando trabajos forzosos en el campo. Solo después pudo continuar sus estudios, los cuales completó con brillantez en la Universidad de Pekín, una de las más prestigiosas del país, obteniendo una licenciatura, una maestría y un doctorado cum laude en Economía.

Allí comenzaron también sus vínculos con la Liga de las Juventudes Comunistas, otrora una de las facciones más destacadas en el seno del régimen, en la que desempeñó puestos de responsabilidad junto al futuro líder del país, Hu Jintao, uno de sus grandes valedores.

En 1998, Li se convirtió en el gobernador provincial más joven de China cuando con 43 años se puso al frente de Henan, donde impulsó de manera significativa el desarrollo económico. En 2004 pasó a ser secretario del Partido Comunista en Liaoning, etapa en la que recurrió al ya célebre 'índice Li Keqiang'. Según un cable filtrado por Wikileaks, durante una conversación con el embajador de Estados Unidos confesó que el dato de PIB oficial resultaba «poco fiable», por lo que él mismo empleaba en sus cálculos otros tres indicadores para medir la actividad: volumen de carga ferroviaria, consumo de electricidad y préstamos bancarios.

En la sombra

En el XVII Congreso de 2007 fue elevado al Comité Permanente del Politburó, el órgano más poderoso del régimen. Los rumores le colocaban como uno de los favoritos para suceder a Hu cinco años más tarde, pero quedó en séptimo lugar tras los cinco veteranos que iniciaban su último mandato, evidencia de que había perdido la carrera frente al sexto, su gran rival: Xi Jinping.

La transición quedó sellada sin sorpresas en 2013, con Xi por nuevo presidente y Li como su primer ministro. De acuerdo al esquema tradicional, esta última figura servía de contrapeso al líder y manejaba la Administración del Estado, pero Li fue una de las primeras víctimas de la acumulación de poder consumada por su camarada. Xi optó por crear y presidir una larga serie de comisiones del Partido Comunista, acaparando así el proceso político que hasta entonces habían gestionado los ministerios y, en última instancia, el primer ministro.

La celebración del XX Congreso en octubre del año pasado confirmó la retirada de Li, sustituido por Li Qiang, secretario del Partido Comunista en Shanghái y confidente de Xi. Los caminos divergentes de ambos mandatarios reflejan el giro autoritario experimentado por el sistema político chino: Xi también debería haberse jubilado tras una década al frente del país, pero en su lugar inició un histórico tercer mandato –con la posibilidad de un cuarto en el horizonte–, quebrando la alternancia en el poder instaurada por Deng Xiaoping y convertido ya en el líder chino más poderoso desde Mao Zedong.

Liberal y obediente

A consecuencia, en sus últimos meses como primer ministro Li se convirtió en el depositario de cualquier remota esperanza reformista, con múltiples habladurías que señalaban supuestas diferencias de criterio con Xi, en particular respecto a la política de covid-cero que durante tres años mantuvo a China aislada del resto del mundo y sometida al virus en pos de una utopía más ideológica que científica.

Li, sin embargo, mantuvo en todo momento un perfil bajo y disciplinado, con la única –y superficial– excepción de su visita a Shenzhen en agosto del año pasado, antes del XX Congreso que concluiría su carrera política. Mientras depositaba una corona de flores a los pies de la estatua de Deng Xiaoping, alabó la Reforma y la Apertura calificándola de irreversible, «igual que los cursos del río Amarillo y del Yangtsé no pueden dar media vuelta». El vídeo de su intervención fue censurado por las autoridades tras hacerse viral, pero sus palabras –reiteradas en su rueda de prensa de despedida– vuelven a ser recordadas hoy en redes sociales chinas.

Los fallecimientos de exmandatarios representan eventos de máxima cautela para el Partido Comunista, ante la posibilidad de que despierten la movilización social. La defunción de Zhou Enlai en 1976 provocó las protestas conocidas como «el incidente de Tiananmen», y la de Hu Yaobang en 1989 las famosas manifestaciones estudiantiles que derivaron en la matanza perpetrada por el Ejército. Por eso, está por ver cómo gestionará el régimen las exequias de Li. Esta mañana, los medios chinos todavía no habían adoptado el blanco y negro, como es habitual en estos casos, y todos se limitaban a republicar un comunicado de apenas dos párrafos de la agencia de noticias Xinhua, en espera de «un obituario que será emitido más tarde».

La muerte de Li se suma a la del expresidente Jiang Zemin en noviembre del año pasado –a los 96 años, a consecuencia de un fallo multiorgánico causado por una leucemia– y a la expulsión del anciano Hu Jintao del Gran Palacio del Pueblo durante el XX Congreso –con la incógnita de si participará en el inminente funeral–. Así, la ausencia de semejantes realza la figura de Xi Jinping y simboliza, también, la evolución de un régimen en el que solo cabe uno.

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