¿Por qué es tan simbólico el supuesto ataque ucraniano contra el Kremlin?

Dentro de la escalada de tensiones de la Guerra Fría, el senador Goldwater llegó a bromear con «lanzar una bomba atómica contra el baño de hombres del Kremlin». La chistosa bravuconada le terminaría pasando factura en el pulso de las elecciones presidenciales de 1964. Lyndon B. Johnson, con ayuda del histórico anuncio Daisy de la niña desojando una margarita nuclear, ganó con ventaja la reelección presentando a su rival republicano como un peligroso belicista.

Por supuesto, Barry Goldwater no fue el primero en la historia que pensó que una guerra se podía acortar decapitando al enemigo. La tradición bélica está trufada con estos atajos ventajistas.

Hasta donde sabemos, en el año largo de invasión de Ucrania las respectivas cúpulas se han respetado más o menos. Otra historia es la gente común porque lo que nosotros consideramos genocidio para los carniceros rusos es un buen trabajo.

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Al final, los ucranianos han caído en la tentación de Goldwater intentando con un par de drones chamuscar la pitagórica estrella roja instalada en 1935 sobre la torre Spásskaya, la principal de las que rodean la fortaleza del Kremlin. El rojo era el color de la revolución soviética y sus cinco puntas representaban la unidad del proletariado en los cinco continentes. El ataque, presentado como un intento de asesinato contra Putin en su residencia oficial, ocurrió a las dos y media de la madrugada y como respuesta inmediata las luces se apagaron. Todo muy simbólico. Ahora, hasta la mismísima Plaza Roja de Moscú se encuentra a tiro de Kiev.