Una claudicación y una humillación para Europa

Si Europa no reacciona ante esta indignidad, quedará claro que nuestro papel en el mundo es irrelevante

Elogio de Europa

La República Imperial de Trump y McKinley

El acuerdo entre Trump y Putin para detener la guerra de Ucrania es no sólo una claudicación sino además una humillación para la UE, a la que el presidente de Estados Unidos ni siquiera se ha dignado consultar. Todo se ha fraguado en unas conversaciones ... bilaterales, sin ninguna transparencia y sin contar con la opinión de Zelenski.

Lo sustancial de este acuerdo es que Rusia podrá quedarse con Crimea y los territorios anexionados al este del Dniéper, que suponen alrededor de la cuarta parte de Ucrania. Ello convalida el uso de la fuerza por el Kremlin y transmite el mensaje de que las fronteras pueden ser modificadas mediante el chantaje o la agresión. Es el premio al matonismo de Putin.

Ucrania ha resistido heroicamente, gracias a la ayuda de Estados Unidos y de la UE, al avance de las tropas de Putin, muy superior en número y armamento. Y lo ha hecho, a costa de un gran sacrificio, para preservar su soberanía, garantizada por la legalidad internacional.

Hay que recordar que, a principios de los años 90, Rusia, Estados Unidos y Ucrania firmaron unos acuerdos en Minsk por los que Kiev se comprometía a un desarme nuclear a cambio del reconocimiento de su integridad territorial por parte de Boris Yeltsin, firmante del tratado. Putin ha pisoteado aquel pacto suscrito tras la descomposición de la Unión Soviética.

Si Ucrania va a ser sacrificada por Trump en nombre de unos principios que son difíciles de entender, la seguridad de Europa queda muy debilitada. Lo que el acuerdo demuestra es que la UE no pinta nada a la hora de resolver un conflicto que afecta a sus intereses y su futuro.

Lo que ha sucedido recuerda mucho a lo que pasó en febrero de 1945, unos meses antes del final de la II Guerra Mundial, cuando Roosevelt, Churchill y Stalin trazaron las fronteras del mundo en Yalta sin consultar a países como Polonia, que vería hipotecado su futuro por aquella conferencia. La diferencia es que el primer ministro británico contó con voz y voto y ahora la UE ha quedado al margen.

Pero no sólo queda tocada la UE. La OTAN queda también herida de muerte porque Trump ha tomado una decisión estratégica que afecta a todos sus socios sin preguntarles su opinión. Después de anunciar que quiere anexionarse Canadá y Groenlandia, territorios defendidos por la Alianza, ¿para qué sirve la OTAN? Lo mejor que puede hacer la UE es construir un sistema de defensa común al margen de una asociación que ya no defiende sus intereses y en la que no juega ningún papel. Una nota adicional: las palabras de Mark Rutte, su nuevo secretario general, son un ejercicio de inquietante servilismo a Trump. Ha perdido toda autoridad moral para ejercer el cargo.

El orden internacional que emergió de la II Guerra Mundial se basaba en el respeto a las fronteras y en una regla no escrita: la del repudio del uso de la fuerza para modificarlas. Ese principio ha saltado por los aires. Ya sabemos, si el acuerdo entre Trump y Putin se consuma, que la legalidad internacional es papel mojado si se dispone de los medios para quebrarla.

Si Europa no reacciona ante esta indignidad, quedará claro que nuestro papel en el mundo es irrelevante, que la decadencia de nuestro continente, reducido a un parque temático cultural, es irreversible. Será la demostración evidente de que Trump, Putin y Xi Jinping pueden repartirse el mundo sobre una servilleta.

Muchos se verán tentados a aceptar este acuerdo por el hecho de que pondrá fin a una guerra que ha devastado un país y que ha provocado decenas de miles de muertos. Eso es cierto, pero de nada habría servido la lucha de la nación ucraniana si ahora se ve forzada a claudicar y a aceptar la perdida de territorios.

Es obvio que la seguridad de Ucrania no va a quedar garantizada, se firme lo que se firme, porque Rusia ya ha demostrado que no cumple sus compromisos. Ahora es Ucrania, pero luego pueden ser Moldavia, Polonia, los países bálticos, Finlandia o cualquier país que encaje en los planes imperiales de Putin, que sueña con restaurar el dominio soviético sobre Europa del Este.

Putin fue sincero al decir que la caída del Muro de Berlín, cuando él era agente del KGB en Dresde, fue un drama y un trauma. Ahora pretende desquitarse del hundimiento del comunismo soviético, que albergó la ambición de repartirse el mundo con Estados Unidos durante la Guerra Fría.

Europa tiene que reaccionar. Es fácil de decir y difícil de llevar a la práctica. Pero, si aceptamos que nuestro futuro lo decide Trump, estamos muertos. La UE tiene que rechazar este acuerdo, seguir apoyando a Zelenski y, en última instancia, seguir ayudando a resistir a los ucranianos por muy elevado que sea el coste. Todo menos aceptar esta claudicación, esta indignidad y esta humillación que nos costará muy caro a largo plazo.

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