Papá Noel sí pasa por los faros del extremo sur del mundo
Ya sea solos o con sus familias, cientos de fareros de la Armada de Chile viven las fiestas de fin de año en total aislamiento. Solo su previsión permite mantener las tradiciones
![La familia Barrientos está en Cabo de Hornos desde 2019](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2022/12/23/CdeHornosfliaBarrientos3-RE5Ow3ys5INaC7EoumO4qMM-1200x840@abc.jpeg)
Navidad es el momento del estreno. Solo llevan trece días en el faro de Cabo de Hornos y las fiestas de fin de año irrumpen con todas sus tradiciones en la vida de quienes están voluntariamente aislados en el que bien podría ser el fin ... del mundo.
Si bien el de la isla del Cabo de Hornos no es el faro más austral de la Tierra, sí es el último territorio donde puede habitar una familia, en este caso la de un suboficial de la Armada de Chile. Ahí, en medio de un peñón cubierto por algas y donde una ráfaga de viento puede lanzar al suelo a un niño, Papa Noel se las arregla para dejar sus presentes.
En esta parte del planeta, varios metros de nieve cubren en invierno los promontorios rocosos con escasas playas y muchos acantilados, pero la lluvia intensa y el fuerte viento, que puede superar los 180 kilómetros por hora, se hacen presente casi a diario.
Todos los años, el 11 de diciembre, aprovechando la cercanía del verano austral, se produce el relevo de la familia que estará por un año a cargo de ese puesto, una alcaldía marítima, un puesto de control de tráfico en el lugar donde se encuentran las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico.
Los inquilinos, como la familia del suboficial Ariel Barrientos, llegan en un buque a la zona y desembarcan con todo lo necesario para sobrevivir tres meses, pues en esos 365 días que estarán ahí recibirán solo seis reaprovisionamientos si el clima lo permite.
Barrientos llegó al Cabo de Hornos a fines de 2019 junto a su esposa Nataly Lagos y sus pequeños hijos Augusto, de 6 años entonces, Aurora de 3 y la pequeña Amaya de solo 11 meses. Y al mismo tiempo que se ponían al tanto de las labores de la alcaldía debió preparar la Navidad tratando de mantener las tradiciones familiares.
El suboficial explica al diario ABC que se debe llegar al lugar con todo lo necesario para cada celebración o fiesta, incluidas la comida y los regalos. Cuenta que cuando ellos asumieron la alcaldía no había en la casa un árbol de Navidad, pero que ellos dejaron el suyo para la familia que los relevó en 2020.
«Mis hijos todavía creen en el Viejo Pascuero (así llaman a Papa Noel los chilenos) y allá les hicimos vivir la idea de que viajaba desde el Polo Norte a dejarles los regalos. Su imaginación nos ayudó tanto que incluso vieron a los renos», narra.
Su experiencia tuvo momentos increíbles que recordarán siempre. Para Navidad, un crucero desembarcó a sus pasajeros muchos de los cuales iban disfrazados de ayudantes de Santa y «nos regalaron alegría y amor». Pocos días después, pasó otra nave de turismo y la tripulación les obsequió la cena de Año Nuevo: en vez de pollo o carne congelada disfrutaron de medallones de cordero.
Cuidando el estrecho
Las familias del sargento primero Carlos Santana y del suboficial Francisco Zurita coincidieron en el faro Dungueness durante los años 2012 y 2013. Esta instalación se ubica en el vértice noreste de la entrada del estrecho de Magallanes por el Atlántico, mientras que al frente, ya en la isla grande de Tierra del Fuego, está el faro Espíritu Santo donde la familia Santana estuvo dos años antes.
Los hijos de Santana y Zurita eran pequeños en esa época. Las dos niñas del sargento tenían 6 y 3 años, mientras que los tres del suboficial Zurita iban de los 13 al año de vida. Las dos viviendas colindan en el faro, lo que permite a sus habitantes reunirse en algunas celebraciones, pero ello no termina con el aislamiento que viven, ya que, si bien Dungueness está a 4 horas de Punta Arenas por tierra, las posibilidades de ir a la ciudad son casi nulas.
Valentina Santana, hoy de 15 años, recuerda que vivir fechas importantes sin la compañía de los abuelos, tíos y primos generaba nostalgia, pero sus padres se esmeraban en hacerlos gozar todas las tradiciones. «Las tres Navidades que pasé allá fueron especiales. Nos motivaban a escribir las cartas con los deseos de regalos, ayudábamos a cocinar, armar el árbol y mi papá se disfrazaba de Viejo Pascuero», narra a ABC.
La adolescente mantiene hermosos recuerdos de su estancia ahí donde la naturaleza se hacía presente con lluvia y fuerte viento. «Había tranquilidad y me conocí como persona, pero eso también marcó mi personalidad y me costó mucho socializar más tarde», dice Valentina.
Para Constanza Zurita, hoy de 23 años, las Navidades que vivió en diferentes faros ubicados en el sur de Chile fueron espacios para compartir realmente en familia. «Ni en Dungueness, ni en los faros de isla Moya, isla Quiriquina o Punta Hualpén se tenía la presión de los regalos porque no había comercio a la mano ni tampoco canales nacionales de televisión que te mostraran la efervescencia navideña», cuenta a este diario.
«Mi papá se esforzaba por hacernos sentir la magia. Nos hacía salir del faro con linternas y buscar el trineo; al distraernos él regresaba adentro y se comía las galletas y leche que dejábamos. Un año pasaron hasta los duendes mágicos que hicieron sus travesuras desordenándolo todo. Improvisamos los regalos, cocinábamos algo sencillo y decorábamos todo», prosigue.
Hoy los Zurita mantienen una tradición: no se arma ni se decora el árbol de Navidad si no están todos los miembros de la familia presentes; si falta alguno, se le espera, asegura Constanza.
Solos en el fin del mundo
El faro del archipiélago Diego Ramírez se encuentra a 790 kilómetros de las islas Shetland del Sur en la zona antártica y es por ello el más austral del mundo. Estos islotes en el mar de Drake están a unos 100 kms. al suroeste de Cabo de Hornos y en esas instalaciones solo permanece una dotación de tres marinos que cada 7 meses es relevada.
Se llega por buque con los pertrechos para el funcionamiento del faro y la alimentación de los uniformados, los que son desembarcados junto con el personal vía helicóptero.
El sargento segundo Joel Becerra estuvo destinado ahí entre el 2020 y 2021, en plena pandemia, razón por la cual se vieron imposibilitados de recibir a cualquier embarcación que los visitara.
Becerra, casado con dos hijos entonces, estuvo al mando de dos marineros más jóvenes y solteros. Aunque no hay árbol de Navidad en las instalaciones mantuvieron la tradición de intercambiar regalos, que obviamente habían traído cuando arribaron a mediados de ese año. «Todo está planificado. Los regalos para los cumpleaños, la comidas para la Fiesta Nacional, Navidad, Año Nuevo y otros, todo llega con nosotros» cuenta el sargento a ABC.
Gracias a internet satelital él pudo contactar en Nochebuena con su familia, que lo esperaba en Punta Arenas y, además, utilizó el mismo medio para comprar los regalos de sus hijos y esposa que les hizo llegar por sorpresa. «En esas fechas se extraña la familia», dice el marino acostumbrado a estas soledades donde la compañía habitual es el viento y la lluvia.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete