«Me estoy olvidando de cómo sonaban las voces de mis hijos»
UN AÑO DE LA MASACRE DEL 7-O
Itzik Horn, padre de dos rehenes, vive en su piso más solo que nunca, a doce minutos de la franja de Gaza. «Volver a verlos es lo que todavía me mantiene en pie», asegura
Viaje al memorial del Nova, epicentro del duelo israelí por la matanza de Hamás

La mañana del 7 de octubre, Hamás asaltó el kibutz Nir Oz y se llevó a dos de los hijos de Itzik Horn, Iair y Eitan. En el porche de su casa, a la que Itzik no ha regresado desde entonces, cuelgan dos fotos ... enormes con sus rostros tan sonrientes que cuesta imaginarlos hoy en un agujero en Gaza como parte de los 101 rehenes que mantienen las milicias terroristas en cautividad, muchos de ellos siendo ya cadáveres que se niegan a devolver.
Itzik nació en Argentina y se vino con sus hijos a Israel en el año 2000. «Éramos una familia feliz llena de afectos y risas que ahora tanto echo de menos». Saltó por los aires hace un año. Los chicos estaban juntos en casa de Iair, al que había visitado Eitan con motivo de las fiestas.
Itzik lo recuerda en el sillón del salón de su casa en el que mantiene un relato perfecto narrado desde un rostro demacrado por la pena, el enfado, la desesperanza, el hastío, el cansancio y, en general «todos estos sentimientos mezclados. Siento que estoy olvidando las voces de mis hijos».
A Itzik lo encontré después de los ataques, una noche en la plaza de los secuestrados entre los rascacielos de Tel Aviv, recto, serio, duro y tranquilo, patriarca de la familia que acababa de perder, alto como un tótem. El tiempo y los quebrantos han pasado factura en él. Tres días a la semana acude a diálisis a un hospital, lo que le produce «bastante cansancio» y el resto del tiempo, lo pasa en el Foro de las familias de los secuestrados, una asociación con sede en uno de esos 'coworking' que abundan en la capital de la nación 'startup' en los que hace un tiempo nacían algunas de las empresas emergentes más innovadoras del mundo y que ahora se llena de almas destruidas y amputadas por el secuestro, la muerte, la ausencia y el terror.
Que no se olviden
El Foro, como se conoce a la organización, atiende a los familiares de los rehenes económica y psicológicamente, y lleva a cabo una gigantesca misión de relaciones públicas y de diplomacia con el objetivo, cada vez más lejano, de que las 101 personas que siguen en manos de Hamás vuelvan a casa, con vida si fuera posible. Lo dirige el diplomático Daniel Shek, exembajador israelí en París: «Nuestra tarea es que no se les olvide».
El edificio está tapizado con las fotos de los rehenes de los terroristas y sus nombres escritos en rojo sobre fondo negro. Horn viste desde hace un año la foto de sus hijos estampada en la camiseta y la chapa de militar con la que se recuerda a las víctimas del siete de octubre. Se la ha colocado a líderes de todo el mundo. Cuando llegaron a España, la aceptó la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz-Ayuso y se la intentaron poner al presidente del Gobierno, Sánchez aunque, según fuentes de Exteriores del Gobierno Israelí, la rechazó discretamente y la tomó en la mano.

Simpatía por Hamás
El padre de Iair y Eitan acude al centro cada vez que puede y participa en charlas, dinámicas de grupo, entrevistas con periodistas como esta misma, sesiones de terapia psicológica y viajes al extranjero. Hoy debería haber estado en Madrid, pero su vuelo se canceló por la operación aérea del IDF sobre posiciones de Hizbolá en Beirut. Los familiares consideran clave la acción exterior para revertir la simpatía hacia Hamás que prende en algunas naciones occidentales.
«Me llama la atención que cuando en países como España se habla de Hamás no se habla de los secuestrados ni tampoco de que se roban los camiones de ayuda para revendérselos a su población y así financiarse. Ni que con los dineros de Qatar que han entrado en la economía, hayan construido esta red de túneles que es más larga que el metro de Nueva York».
Al principio de la guerra, el Gobierno –noqueado por el terremoto social, político y militar que sacudió los cimientos más profundos del país–, definió dos objetivos de la contienda: eliminar a Hamás y devolver sanos y salvos a los rehenes. Ya entonces se intuía que las dos metas eran, de alguna manera, irreconciliables, pues muchas de las acciones que acercaran un objetivo, alejarían el otro. Netanyahu cabalga dos caballos que se van separando y el conflicto entre operaciones ha generado una tensión tanto entre los que piden más mano dura contra los terroristas y una parte mayoritaria de las familias que apuestan por más diplomacia y requieren al Gobierno que dé más pasos para llegar a un acuerdo.

Aceptar un alto al fuego
Cada familia es diferente. Lo advierte Itzik, que recuerda que una parte pequeña cree que la solución al nudo gordiano de los rehenes pasa por apretarle aún más las tuercas a sus secuestradores, aunque la mayoría pide que el Gobierno transija más. «Yo no puedo criticar a Hamás, porque son una organización terrorista y no puedo pedirle nada, pero al Gobierno, sí, y creo que el Gobierno no hace todo lo posible por traerlos de vuelta».
—¿Qué podría hacer?
—Aceptar un alto el fuego, exigir la liberación de los secuestrados y que, después, hagan con Gaza lo que les venga en gana.
Dicen que la distancia es el olvido, pero aquí no hay distancia. Itzik sabe que están ahí al lado de la alambrada, al otro lado de una frontera de unos kilómetros de ancho y 364 días de largo al cierre de esta edición. «Lo más terrible es que no sabemos siquiera si están vivos o muertos. Sabemos que faltan 101, pero también que 35 no están con vida». Murieron allí o Hamás robó sus cuerpos el día de los ataques. Todos los demás son una incógnita, pues hasta que el Ejército no confirma que ha muerto alguien, no sabemos a ciencia cierta si ha pasado, por mucho que se pueda inventar una noticia los medios».
Prohibido flaquear
Los hermanos Bibas, dos pelirrojos que secuestraron en Nir Oz siendo bebés, fueron declarados muertos por Hamás, pero el IDF no confirma ni desmiente la noticia. En ese limbo de medios duelos vive Itzik salvo por una noticia que le llegó en noviembre, cuando liberaron a un grupo de rehenes y varios de ellos, que eran habitantes de Nir Oz, aseguraron que habían visto a los Horn con vida y que no estaban heridos. «Desde entonces, nada: el silencio».
Lo cuenta desde su piso en Ashkelon en el que vive más solo que nunca, a doce minutos de la franja de Gaza, a tiro de cohete del agujero en el que se cree que los terroristas de Hamás mantienen secuestrados a «los chicos». «A veces me dan ganas de agarrar el auto, ir a buscarlos solo, pero no puedo. Afortunadamente todo esto va acompañado también de la esperanza de volverlos a ver, que es lo que me mantiene en pie todavía. No me puedo permitir flaquear».
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