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La odisea de una familia para desertar de Corea del Norte: en medio de una tormenta y con las cenizas del abuelo

Un hombre de negocios se llevó a su esposa embarazada, la familia de su hermano, su madre y las cenizas de su padre en un minúsculo barco de pesca

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El dictador norcoreano Kim Jong Un AFP
David Sánchez de Castro

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El hermetismo en Corea del Norte no es solo con respecto a sus fronteras externas, sino también de puertas hacia adentro. Muchos de sus ciudadanos, los que tienen un mínimo conocimiento de lo que pasa extramuros, buscan cómo huir del país. Pocos lo logran y, de ellos, algunos tienen que pasar penalidades tales que se plantean mucho si les merece la pena salir o aceptar su destino.

En los últimos años, especialmente con la pandemia, Corea del Norte ha vivido una hambruna que sin ser tan extrema como la de los años 90 sí ha dejado numerosos muertos. Lo explica Kim, un antiguo empresario norcoreano que actualmente se encuentra en pleno proceso de adaptación en su nuevo país, Corea del Sur. El viaje de Kim y su familia desde el régimen de Pyongyang ha supuesto no solo un reto logístico, sino físico y mental.

Su caso, que ha explicado en un reportaje para la BBC, da buena muestra de cómo la dictadura de Kim Jong Un no ha reducido lo más mínimo la presión sobre sus ciudadanos.

De empresario sin escrúpulos a desertor

Hasta hace no mucho, Kim sacaba provecho de la situación en Corea del Norte. Las autoridades cerraron a cal y canto el país con la excusa de la pandemia, lo que a su vez redujo la producción al mínimo. Numerosas ciudades se veían abocadas a la hambruna y la necesidad, hasta el punto de que había una gran cantidad de fallecidos dados inicialmente como tal por el Covid cuando luego, en realidad, se descubrió que era por inanición.

Kim aprovechó la coyuntura y se hizo con una gran cantidad de reservas de comida, especialmente frutas y verduras. «Era un vendedor saltamontes: la gente venía a mí, rogándome que les vendiera. Podía pedir el precio que quisiera», presume. Incluso había días que podía darse festines de estofado de carne («eso es comer muy bien en Corea del Norte», recuerda en el reportaje).

Pero la grieta mental que le supuso ver la televisión surcoreana a escondidas le hizo replantearse su futuro. Hacía mucho que fantaseaba con irse, consciente de que su visión para los negocios no casaba con las condiciones de vida que tenía en Corea del Norte. Pero el 'click' definitivo fue el suicidio de un amigo suyo. Obligado a realizar trabajos forzosos para conseguir el divorcio, las deudas le ahogaron hasta que no resistió más. Cuando Kim vio los arañazos que había en la pared de la habitación donde vivió su amigo hasta los últimos días, empezó a trazar su plan: tenían que huir.

El barco de su hermano y las cenizas de su padre

El hermano de Kim y su esposa regentaban un pequeño negocio de venta de marisco y pescado. Todo ello a escondidas de los oficiales, claro. Cuando las autoridades le cazaron, el hermano de Kim se vio obligado a dejar en el dique seco su pequeño barco de pesca, que a la postre sería el vehículo que todos necesitaban.

Convencido el hermano de Kim y su cuñada, le quedaba lo más complicado: su propia esposa, que estaba embarazada, y su anciana madre. Corría el mes de abril de este 2023, y las mujeres no tenían intención de moverse, la primera por su estado de gestación y la segunda porque no tenía claro si podría sobrevivir a la travesía.

«Lloró mucho, pero al final accedió», explica Kim sobre su madre. A su esposa directamente le hizo chantaje emocional y funcionó. «Ya no eres sólo tu cuerpo. Eres madre, ¿quieres que nuestro hijo viva en este infierno?», le dijo. Todo estaba listo.

«Ya no eres sólo tu cuerpo. Eres madre, ¿quieres que nuestro hijo viva en este infierno?»

Kim, a su esposa

Quedaba un último detalle. Los hermanos no estaban dispuestos a dejar el cadáver de su padre en Corea del Norte, conscientes de que había serias posibilidades de que, sin ellos en la ciudad, fuera saqueado y profanado. Una noche, decidieron desenterrarlo, quemar el cuerpo y llevarse las cenizas.

Ya estaba todo listo: tenían el barco y los viajeros (que en total eran cinco más la urna del abuelo).

Entre minas, a la tormenta y de ahí al Sur

La ruta, ya establecida de antemano, les obligaba a tener una precisión máxima. Y aquí jugó a su favor las propias políticas restrictivas el régimen de Kim Jong Un.

La familia vivía en una pequeña localidad costera del sur de Corea del Norte. Las autoridades habían regado la playa cercana de minas terrestres y retirado buena parte de los soldados presentes. Por su labor como pescador, el hermano de Kim conocía bien la zona. Durante unos días, y bajo la excusa de que estaban buscando hierbas medicinales, trazaron una ruta exacta entre los arenales para llegar a la orilla, donde pudieron dejar la barca de pesca.

Llegó el día 6 de mayo, la fecha fijada. La anciana, el matrimonio de Kim y su esposa embarazada, su hermano y su mujer, unos pocos enseres y la urna con las cenizas de su padre se desplazaron hasta la playa. A las 10.00 de la noche, con el mar un tanto revuelto por una fuerte tormenta que azotó la zona, Kim cogió el timón del barco. Esquivando arrecifes y rocas que la marea baja habían dejado al descubierto, todos se echaron al suelo de la embarcación tapados en plásticos para intentar pasar desapercibidos como si fuera una barca a la deriva.

Salió bien... a medias. Cuando ya habían tomado rumbo a la isla de Yeonpyeong, ya en Corea del Sur, los servicios de vigilancia marítimos norcoreanos se dieron cuenta de que eso no era un bote vacío, y mandaron una lancha rápida.

Era tarde: Kim y los suyos ya habían cruzado la Línea de Límite Norte, la frontera marítima de la zona desmilitarizada, cuando los soldados les quisieron atrapar.

Una adaptación difícil

La marina surcoreana les rescató. Habían salido apenas dos horas antes de Corea del Norte y la huida había sido rápida, pero tenía muchas posibilidades de fracasar.

Y aún les quedaba el proceso de readaptación. La familia de Kim al completo fue interrogada por los servicios de inteligencia surcoreanos para comprobar que no se trataban de espías. Fueron enviados a un centro de reasentamiento, donde recibieron ayuda psicológica para el cambio tan drástico que iban a vivir.

Y es que muchas veces los desertores, como apuntan desde la BBC, no lo tienen fácil. Sumidos en la orwelliana dictadura norcoreana, llegar a un país donde hay libre mercado, donde se encuentran con tecnología que no han visto en su vida y donde no tienen que rendir pleitesía incondicional a las autoridades bajo el miedo de ser asesinados, o algo peor, no siempre es sencillo.

Kim lo lleva bien. Su esposa, que dio a luz en octubre, está intentando crear un nuevo arranque para su familia. La anciana madre de Kim lo lleva peor, le está costando acostumbrarse. «Se arrepiente de haber venido», afirma. Y es que, aunque han salido de Corea del Norte, Corea del Norte aún no ha salido de ellos. De momento.

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