La nueva arma de la izquierda antisistema: el ecoterrorismo
Vuelven los movimientos ecologistas radicales, sinónimo de insubordinación y, en demasiadas ocasiones, de violencia
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![Un grupo de activistas ecologistas en Sainte-Soline (Francia) se topan con la Policía](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2022/11/08/afp-R5IM73nTUVKkXD1APh1IiVP-1200x840@abc.jpg)
El vandalismo contra obras capitales de la historia del arte, en el Prado, el Louvre, la National Gallery, entre otros grandes museos de nuestra civilización, coincide con la emergencia de un movimiento ecologista radical que coquetea con la insubordinación ciudadana, la desobediencia civil, que ... algunos historiadores consideran muy próxima al ecoterrorismo. Aymeric Caron, diputado de La Francia Insumisa (LFI, extrema izquierda populista), animador del grupúsculo Révolution écologique pour le vivant (REV), resume la posición de buena parte de los nuevos ecologistas radicales de este modo: «Soy partidario de la insubordinación cívica, la desobediencia civil. No podemos quedarnos quietos. Debemos actuar».
¿Dónde empieza y dónde acaba la revolución ecológica partidaria de la desobediencia civil?
Una reciente manifestación de protesta, en Sainte-Soline (Deux-Sèvres) contra la construcción de embalses, en el centro y el oeste de Francia, terminó transformándose en una batalla campal con este balance: 61 gendarmes y 30 manifestantes heridos de cierta gravedad. ¿Contra qué protestaban los ecologistas y un sindicato agrícola radical? Contra la construcción de 16 embalses, con capacidad de 650.000 metros cúbicos de agua, destinada a más de 400 explotaciones agrícolas.
La gran manifestación de Sainte-Soline tuvo algo de histórica y encrucijada por estas razones: fue una gran manifestación de fuerza del nuevo ecologismo radical, con la participación de grupos ultra radicales como los Black Block y los Zadistas. Black Block son grupúsculos con estructuras efímeras partidarios de la acción directa, violenta, con mucha frecuencia. Zadistas… militantes de la construcción de ZAD, Zonas A Defender, se trata de un neologismo utilizado para nombrar a los militantes partidarios de tomar zonas de terreno (agrícola, con frecuencia), a defender contra la «explotación capitalista». En Francia hay cuatro o cinco ZAD, de existencia más o menos efímera y tumultuosa.
Christiane Lambert, presidenta de la FNSEA (Federación Nacional de Explotaciones agrícolas, primer sindicato de Francia), comenta telefónicamente a ABC la evolución radical del ecologismo de este modo: «Lo ocurrido en Sainte-Soline es muy triste. La provocación de los radicales sorprendió por su violencia. Y, para colmo, algunos diputados de extrema izquierda apoyaron con su presencia el intento de ocupación donde se están realizando los trabajos de varios embalses. Por nuestra parte, en tanto que sindicato nacional, solo podemos afirmar nuestro apoyo a las fuerzas del orden y los agricultores víctimas del acoso».
Uno de esos agricultores, propietario de una explotación mediana, Antoine Borne (nombre falso, para evitar la identificación), ha sido acosado en muchas ocasiones por defender la construcción de embalses que permitan racionalizar el riego, comenta telefónicamente: «Qué quiere que le diga, se comportan como bárbaros retrógrados. Defienden una agricultura de la pobreza con métodos violentos y acosos de todo tipo. Yo no sé si eso es ecoterrorismo o no. Lo que tengo claro es que están provocando por todas partes unas guerras de agua totalmente absurdas y retrógradas».
![Unas activistas este sábado junto a Las Majas de Goya, en el Museo del Prado](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2022/11/08/reuters-U63534224841fDd-624x350@abc.jpg)
«Más allá de lo que cada uno piense, el radicalismo ecologista también coquetea con la violencia poniéndose fuera de la Ley», insiste Borne, agregando: «Durante los últimos años, se han multiplicado las agresiones absurdas. Actos fuera de la ley agrediendo a quienes se ganan la vida cultivando la tierra de una manera que a ellos no les gusta. Soy hijo y nieto de agricultores. No vendrá un niñato ecologista a decirme como cuidar mi tierra».
Christophe Béchu, ministro de la Transición Ecológica, analiza el mismo debate de fondo desde este otro ángulo: «La batalla campal en Sainte-Soline tenía una dimensión alarmante. Se protestaba, con violencia física, contra unas decisiones que habían sido aprobadas jurídicamente hace cuatro años, con la participación de agricultores, sindicalistas, autoridades y asociaciones. De ahí que el ministro del Interior denunciase el riesgo de ecoterrorismo: combatir con violencia callejera decisiones jurídicamente establecidas».
División interna
El fantasma del ecoterrorismo, más allá de la insubordinación y la desobediencia civil, también divide a los ecologistas. Yannick Jadot, líder histórico de EELV (Europa-Ecología-Los Verdes), comenzó por denunciar la «estupidez» de las jóvenes que intentaron agredir un Van Gogh en Londres: «Mi compromiso ecológico es un compromiso con lo bello, la belleza. Belleza de la naturaleza, de lo vivo, lo humano y no humano, de la cultura. Van Gogh es lo más bello de la naturaleza y de la cultura. La ecología y el clima merecen algo mejor que esas caricaturas imbéciles». Tras esa declaración los ecologistas radicales mancharon con pintadas amenazantes el coche de un líder que pronto se vio forzado a «relativizar» su primera posición.
«Mi compromiso ecológico es con lo bello. La ecología y el clima merecen algo mejor que esas caricaturas imbéciles»
Yannick Jadot, líder histórico de Los Verdes europeos
Para muchos ecologistas radicales no está clara la «frontera» entre el vandalismo contra obras de arte célebres, la interrupción de representaciones de ópera o la irrupción en algunos campos de fútbol.
Ante un clásico del futbol francés, un duelo entre el PSM y el OM, un militante del grupúsculo de Dernière Rénovation consiguió perturbar el partido durante unos minutos, y justificó su acción de este modo: «Me llamo Loic, tengo 32 años, me gusta el fútbol. Pero se ha convertido en algo insoportable. Mañana no existirá el césped, desaparecerán las playas donde me bañaba de niño. Es intolerable. Tenemos que hacer algo contra la tragedia que vivimos».
Sin duda, el vandalismo museístico, los enfrentamientos violentos, no siempre pueden ser calificados de ecoterrorismo. Pero Marc Fesneau, ministro de Agricultura, insiste en un punto jurídico esencial: «Se cometen agresiones y degradaciones de propiedades legalmente construidas. ¿En qué democracia vivimos? Ese giro ecologista para intentar destruir la propiedad de la tierra es un pretexto falaz. La justicia y la policía deben intervenir».
En su día, Gérald Darmanin, ministro del Interior, fue el primero en denunciar el riesgo y la deriva ecoterrorista. El ecoterrorismo es un término acuñado por el FBI, en los EE.UU., al final de los años 70 del siglo pasado. En su último informe (2022), sobre Terrorismo Global, el Institute for Economics & Peace (IEP) insiste en las amenazas de crecimiento de las nuevas formas de terrorismo ecológico y medio ambiental, que ya son una realidad pavorosa en el corazón de África y han comenzado a proliferar en Europa.
Éric Delbecque, especialista en seguridad nacional y europea, dice estar convencido de una «evolución peligrosa» del radicalismo ecológico: «Los activistas ecológicos se han radicalizado de manera llamativa. El ecoterrorismo es una amenaza bien real a medio plazo. Por ahora, solo estamos asistiendo a los inquietantes balbuceos de un movimiento que puede crecer».
Fuera de la ley
La muy oficial École Nationale Supérieur de la Police (SNSP), la escuela oficial de formación de los cuadros policiales de la seguridad nacional, pidió recientemente a Éric Denécé, director de un centro privado de investigación e información, que pronunciase una conferencia sobre los orígenes y futuro del ecoterrorismo, en Francia y Europa, con fines evidentemente pedagógicos.
Dirigiéndose a flamantes oficiales de la seguridad policial, Denécé, se declaró entre prudente e inquieto, a corto y medio plazo: «De momento estamos asistiendo a manifestaciones violentas, acompañadas de degradaciones fuera de la ley. Comportamiento condenable, claro está, que todavía se encuentra a una cierta distancia del genuino ecoterrorismo bien conocido en los EE.UU. y el Reino Unido, donde el FBI y Scotland Yard tienen unidades especializadas. En Francia y otros países europeos todavía no hay movimientos como el Frente de liberación de los animales y el Frente de liberación de la tierra. Por el contrario, es una evidencia la multiplicación de incidentes, vandalismo, acciones violentas, coqueteando con formas de violencia más radicales. Han aparecido grupúsculos de muy diversa sensibilidad. Unos utilizan métodos legales, jurídicos, otros se abandonan al nihilismo, otros están organizados, incluso con apoyo de militantes extranjeros. Se trata de un caldo de cultivo inflamable. Por otra parte, entre los ecologistas radicales también se mezcla y confunden militantes de otras causas radicales de extrema izquierda. Nadie sabe como evolucionará esa galaxia en la frontera de toda legalidad».
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