Por qué ni Netanyahu ni Abbas podrán dirigir la paz aunque ganen la guerra
Solo un cambio en el liderazgo de Israel y de la Autoridad Nacional Palestina da esperanzas a largo plazo
Un médico hispano-palestino de Al Shifa: «Si hay túneles bajo el hospital, nunca he visto nada sospechoso»
Gane o no la operación militar en Gaza, dirigida a vengar el ataque del 7 de octubre y destruir la actual estructura de Hamás, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no podrá dirigir ningún esfuerzo de solución para la Franja por varias razones. La primera, ... porque es el máximo responsable del insólito fallo de seguridad en el día más aciago de la historia del Estado de Israel, y así pasará a la Historia. Y, sobre todo, porque el actual líder hebreo lleva toda su vida política luchando contra la noción de un Estado palestino o nada que se le asemeje.
La solución que propone la Casa Blanca de que una vez conquistada Gaza se instale allí la administración de la moderada Autoridad Nacional Palestina (ANP), que gobierna en Cisjordania, también parece inviable. El líder de la ANP, Mahmud Abbas, ha cumplido los 88 años, lleva en el poder desde 2005 sin someterse desde entonces a ningún proceso electoral, y es hoy más que nunca 'persona non grata' entre los dos millones de palestinos de la Franja.
Cualquier fórmula de poder que aspire a gobernar a Israel debe garantizar, en primer lugar, la seguridad de sus ciudadanos en un entorno hostil. Y es palmario, con la guerra, que la actual combinación de la derecha y de la extrema derecha no lo ha conseguido. A la lógica democrática se suma la falta de visión de Netanyahu. El líder israelí es víctima de un dilema insoluble: no quiere un Estado palestino, ni fuerte ni débil; no puede asumir la incorporación de Gaza y Cisjordania a Israel porque –al margen de la reacción mundial– el Estado hebreo ya tiene un 18 por ciento de población musulmana, con mayor índice de natalidad que la judía, y eso sería el suicidio del concepto sionista; y sabe que desplazar a millones de palestinos a campamentos de refugiados en Egipto es una utopía.
En su día, la conjunción en el poder de Isaac Rabin con Yaser Arafat dio esperanzas al mundo de que era posible una solución a la crisis de Oriente Próximo, en la tierra sagrada de las tres religiones monoteístas. Hoy, el drama de Gaza podría ser el capítulo final de décadas de conflicto si –sobre las cenizas de la guerra– es capaz de surgir un nuevo liderazgo en Israel y en Palestina.
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