Un nacimiento entre escombros: la Navidad más triste en Belén
Uno de los símbolos de Tierra Santa está vacío de peregrinos y de adornos. La guerra en Gaza ha salpicado la histórica ciudad de los montes de Judea, que presenta imágenes inéditas
Tiempos convulsos para los cristianos en Belén
El nacimiento parece una broma macabra, recuerda a un decorado de ‘Pesadilla antes de Navidad’ de Tim Burton, una gamberrada perpetrada por los habitantes de la Ciudad de Halloween para suplantar la fiesta de las luces, los colores, la alegría y la felicidad. ... Es también como ese set (falso) de Lego que anda rodando estos días por las redes sociales: construya la Ciudad de Gaza, solo tiene que volcar las piezas en una mesa y hacer un revoltijo con ellas.
En este belén de Belén, que sustituye al árbol de Navidad de la Iglesia Evangélica Luterana de esta histórica ciudad enclavada en los montes de Judea, las figuras de madera y los velones malviven entre los escombros; en el centro está el Niño Jesús sonriente, como ajeno al drama, tapado con un pañuelo palestino. La instalación -que podría hacer carrera en un museo de arte moderno- simboliza lo que está ocurriendo estas últimas semanas en Tierra Santa, zarandeada por el odio y la guerra, también en Cisjordania, a tiro de piedra del infierno de Gaza.
La bulliciosa Belén de los peregrinos, con su profundo poso religioso para los cristianos al ser, según la Biblia, el lugar donde vino al mundo Jesús de Nazaret, se ha quedado vacía en temporada alta (aunque en realidad no conoce temporadas bajas, salvo en los periodos de guerra). Irreconocible: las interminables colas para visitar sus hitos -en especial la basílica de la Natividad, pero también la capilla del Campo de los Pastores o la tumba de la matriarca Raquel, entre otros- han desaparecido.
Era una ciudad cananea hace 5.000 años, fue mencionada por vez primera en tablillas de arcilla en torno al 1350 a.C. y hoy forma parte -con Jerusalén- de un combo turístico/religioso de primer orden, con un protocolo para las visitas un tanto peculiar, pues los turistas deben cambiar de autobús en un punto convenido para pasar de manos hebreas a manos palestinas (y viceversa). Es habitual que los guías de uno y otro lado hagan proselitismo o pregunten por quién toman partido los viajeros en este conflicto eterno.
La basílica, con sus gruesos muros y contrafuertes, tiene un aspecto exterior de fortaleza medieval inexpugnable, aunque en 2002 dos centenares de palestinos, algunos de ellos armados, la ocuparon durante más de un mes buscando refugio contra las Fuerzas de Defensa de Israel tras una serie de atentados suicidas en Cisjordania. El sitio al templo acabó con muertos y deportaciones.
El interior es más refinado, aunque no invita precisamente al recogimiento por el murmullo incesante de los turistas, con sus cuatro filas de columnas rosáceas y los restos de antiguos mosaicos (de la época fundacional del emperador Constantino y del tiempo de las Cruzadas) que entretienen la espera -a veces de horas- para acceder por una estrecha escalera al sanctasanctórum, lo que la horda desea ansiosamente ver: la gruta de la Natividad, bajo el presbiterio, una capilla con un altar que cubre una estrella de plata que señala el lugar donde nació Cristo, según la tradición cristiana. El pesebre se encuentra en una capillita aneja.
Pero, ¿es este el verdadero lugar? ¿Se encuentra realmente el Gólgota en la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén? «Lo que está claro es que estamos bajo el mismo cielo en que estuvo Jesús», zanja uno de los guías.
Las naves de la basílica solo escuchan hoy los pasos de los religiosos ortodoxos, armenios y católicos que comparten y guardan el edificio, que no tienen que exigir silencio a los turistas porque es el silencio, precisamente, el que se ha enseñoreado del recinto. En la gruta no se agolpan las masas y el creyente solitario tal vez piense que sus íntimas oraciones por la paz se elevan sin estorbos.
En esta ciudad de cerca de 30.000 habitantes, los pasajes porticados alrededor de la plaza del Pesebre tienen la mayoría de sus tiendas de recuerdos cerradas porque la clientela se ha esfumado, y los pocos restaurantes abiertos atienden a la población local. En la citada plaza, junto a la basílica de la Natividad, no se ha levantado el tradicional y enorme árbol navideño. Tampoco se ha abierto el mercadillo en la calle de la Estrella. Los hoteles y fábricas artesanales están desiertos. No hay compradores para el extenso catálogo de figuras -berroqueñas o delicadas- que cubren toda la iconografía religiosa, para crucifijos ricamente tallados y otros más humildes (pero, eso sí, hechos con auténtica madera del monte de los Olivos).
En 2022, en su semana grande, Belén recibió 120.000 turistas, cerca del récord de los 150.000 de 2019, antes de la pandemia. En todo el año llegan unos 2 millones de visitantes. Mientras cabalgue el jinete de la guerra habrá que olvidarse de gran parte del sustento económico para sus habitantes. Las autoridades religiosas han renunciado a cualquier celebración «inútilmente festiva» en solidaridad con los palestinos que sufren en Gaza.
Belén ha cancelado la Navidad.
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