¿Qué son las 'leyes de la guerra' y por qué no todo está permitido en los conflictos bélicos?
El Derecho Internacional Humanitario recoge una serie de normas para tratar de minimizar las consecuencias de la barbarie
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«Incluso en medio del horror de las guerras, existen 'reglas' que protegen vidas inocentes». Es el contundente mensaje que Naciones Unidas ha compartido este miércoles en su cuenta de X (antes Twitter) después de la masacre en un hospital de Gaza en la que han fallecido cientos de personas. En medio del cruce de acusaciones, en el que Hamás habla de un ataque de Israel y este último atribuye la tragedia a un misil fallido del grupo paramilitar palestino, son muchos los que reclaman que no todo vale en los conflictos bélicos.
Estas 'leyes de la guerra' mencionadas por la ONU, que pretenden salvaguardar mínimamente los derechos fundamentales en mitad de la barbarie, están recogidas en el Derecho Internacional Humanitario. Se trata, según el Comité Internacional de la Cruz Roja, de un conjunto de normas internacionales, específicamente destinado a los conflictos armados, que limita la potestad de las partes enfrentadas de elegir libremente los métodos (modos) y medios (armas) de combatir y que protege a las personas y los bienes afectados -o que puedan resultar perjudicados-.
«La finalidad del Derecho Internacional Humanitario no es evitar los efectos adversos de los conflictos y las consecuencias de los ataques, sino intentar limitar el sufrimiento», explica la profesora de Comillas ICADE Susana de Tomás, que detalla que estas leyes protegen a las personas que no participan en las hostilidades (civiles, personal sanitario y miembros de organizaciones humanitarias) y a los que ya no pueden seguir participando en los combates (heridos, enfermos, náufragos y prisioneros de guerra).
Convenciones de Ginebra
La primera iniciativa que supuso el germen del Derecho Internacional Humanitario contemporáneo fue la de Henry Dunant y sus colegas en el Comité Internacional de Socorro a los Militares Heridos, el futuro Comité Internacional de la Cruz Roja. Su objetivo era que se prestara protección a los heridos y al personal sanitario de los ejércitos en el campo de batalla y propició la aprobación en 1864 del primer Convenio de Ginebra para el mejoramiento de la suerte de los militares golpeados en campaña.
Este texto original fue revisado en 1906, 1929 y 1949 para ampliar las coberturas, con lo que el documento definitivo quedó redactado a mediados del siglo XX a falta de tres protocolos adicionales posteriores (adoptados en 1977 y 2005). Así, el primer convenio establece la protección durante la guerra de los heridos y los enfermos de las fuerzas armadas en campaña, así como al personal y unidades médicas y a los religiosos. El segundo amplía esta cobertura a los náufragos, el tercero a los prisioneros de guerra y el cuarto a la población civil.
Esta protección a la población civil se agregó tras la Segunda Guerra Mundia, que puso en evidencia las consecuencias desastrosas de no disponer de un convenio específico para protegerlos. Los protocolos adicionales aprobados en 1977 suponían la vigencia de estos acuerdos tanto a nivel internacional como interno de los países.
«En estas convenciones ginebrinas, se establece el principio de distinción entre civiles y combatientes. La finalidad es proteger a los primeros de los ataques, pero no solo a los ciudadanos, sino también los bienes de carácter civil. No pueden ser un objetivo militar aquellos edificios de uso habitual, en el que desarrollamos nuestra vida diaria. Partiendo de esa diferenciación, se decretó la prohibición de ataques indiscriminados», destaca la profesora de Derecho Internacional.
De este modo, están especialmente protegidos aquellas personas o especios dirigidos a proporcionar «una atención especial tanto física como espiritual». «Por ejempo, está prohibido el ataque contra un hospital. Allí, además de haber en su interior población civil, se encuentra personal sanitario, al que se le concede una especial protección», agrega.
«Las unidades y el transporte sanitarios, los lugares de culto y los líderes religiosos, los bienes de socorro humanitario, el personal de las Naciones Unidas de mantenimiento de la paz, los periodistas... Todos ellos gozan de una especial protección. También hay zonas contra las que está prohibido atentar, como los bienes culturales, los lugares cuya destrucción supondría efectos necesariamente dañinos para la población civil -como centrales nucleares- e infraestructuras vitales -como campos de cultivo», recalca.
Armas prohibidas
Además, este principio de distinción conlleva la prohibición de la utilización de medios y métodos de combate que sean indiscriminados. «Es difícil elaborar una lista de las armas prohibidas, ya que la tecnología evoluciona constantemente. No obstante, las que son totalmente autónomas, por ejemplo, no están permitidas. También se ha hablado mucho del fósforo blanco. En ese caso, todo depende del uso y de la cantidad, que verdaderamente fuese lesiva. Si se emplea como una cortina de humo, que lo máximo que puede producir es picor de ojos, está permitido», señala.
Otras armas que no pueden ser usadas, de acuerdo con una convención adoptada en 2008, son las bombas de racimo. Más de 100 Estados acordaron prohibir el empleo, producción, venta y transferencia de este tipo de artefactos, que pueden contener cientos de submuniciones que se liberan en el aire y se esparcen indiscriminadamente en una zona de cientos de metros cuadrados.
También las armas químicas, definidas como productos químicos utilizados para causar intencionadamente daño o la muerte a consecuencia de sus propiedades tóxicas, están prohibidas a raíz de una convención de 1997. Incluyen también materiales como morteros, granadas de artillería y bombas especialmente diseñados para infligir daño mediante el lanzamiento de esos productos.
Anteriormente, en 1977 se adoptó la Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción. Se trata de artefactos enterrados diseñados para detonar cuando alguien se acerca a ellos y, al liberar restos, pueden causar profundas heridas a las víctimas y destruir múltiples extremidades. Uno de los grandes problemas es que pueden permanecer en su lugar durante décadas, lo que significa que todavía pueden mutilar, herir o matar a gente años después de terminado el conflicto.
Más allá del principio de distinción, que condiciona los objetivos y el tipo de armamento utilizable, existe otro, que es el de precaución. «Es también muy importante la ubicación de los objetivos militares, ya que sería deseable que se situasen fueran de zonas densamente pobladas. Sin embargo, no siempre es así. En Ucrania, sosprende mucho que algunos se han localizado cerca de las ciudades», resalta.
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