La hora más oscura de Biden
El legado del presidente quedará afectado, sea cual sea el resultado de las elecciones, por una decisión al limite
La paradoja de Biden: ¿puede seguir otros seis meses en la Casa Blanca?

«Me dais por muerto. Y, ¿sabéis una cosa? No estoy muerto y no voy a morir». Desafiante y bravucón, Joe Biden amonestaba así a los miembros del consejo editorial de 'The New York Times' en enero de 2020, poco antes de que comenzaran ... las primarias demócratas de aquel año. Era un momento de debilidad para el entonces candidato a la presidencia de EE.UU., acosado por encuestas mediocres y por una campaña que no ilusionaba. El resto -mal comienzo en Iowa y New Hampshire, remontada gracias al voto negro, reunificación contra Trump alrededor de su figura- es historia.
Es una actitud que ha marcado la vida política de Biden. Sin ella, un chaval tartamudo, de clase media y sin brillo en los estudios no se hubiera convertido en una figura central de la política de EE.UU. de los últimos cincuenta años. Ni hubiera llegado a la presidencia después de tres intentos, tras haber sido humillado y arrinconado por su propio partido.
Esa misma actitud, sin embargo, le ha llevado ahora a una situación calamitosa: con una campaña en debacle, acosado por su propio partido para que abandonara su candidatura, con su legado y las opciones demócratas de conservar la Casa Blanca en peligro, Biden anunció su renuncia el domingo pasado.
Fue un momento histórico para la política de EE.UU., con el potencial de torcer el rumbo del país. Como lo fue la renuncia de Lyndon B. Johnson a la reelección en 1968, o el recuento y la victoria por un puñado de votos de George W. Bush en 2000. El Partido Demócrata se ha apresurado a pasar página y a unirse alrededor de Kamala Harris, vicepresidenta y la señalada para convertirse en nueva nominada. Los demócratas están dominados por un alivio entusiasmado sobre la nueva candidata, entre encuestas que muestran un recorte de la distancia frente a Donald Trump. Eso no borra, sin embargo, lo ocurrido para llegar hasta aquí.
El desenlace de esta campaña es incierto. Pero no lo es que Biden y los demócratas necesitasen llegar a esta situación límite. El problema ya se había creado en la primavera de 2023 y tenía como autores a un presidente aferrado a su ambición y a una estructura de partido que desincentivaba la posibilidad de presentar alternativas.
En abril de aquel año, Biden anunció que se presentaba a la reelección. «Hay que acabar el trabajo»; dijo entonces. Su decisión hacía cualquier candidatura alternativa casi inviable. Ningún presidenciable quería quedarse sin futuro en el partido. Cuando un presidente en el cargo va a por la reelección, la maquinaria electoral del partido se pone a su favor. El presidente tenía como justificación a Trump, que para entonces ya llevaba meses como candidato y dominaba en las encuestas a sus rivales republicanos en primarias. Biden había ganado al expresidente en 2020 y los demócratas habían conseguido mejores resultados de lo esperado en las legislativas de 2022.
Pero el presidente rompía una promesa. En las primarias de 2020, se definió como un «candidato de transición», como un «puente, nada más, hacia una nueva generación de líderes demócratas». Nunca dijo de forma específica que solo cumpliría un mandato, pero es lo que se presumía de un presidente octogenario.
Biden fue a por un segundo mandato pese a que forzaba a los demócratas a apoyar a un candidato que se quedaría en la Casa Blanca hasta los 86 años. Pese a que en las encuestas la mayoría de los votantes demócratas preferían que no lo hiciera. Pese a los problemas de su presidencia: la salida bochornosa de Afganistán, la inflación, el récord de entrada de inmigrantes indocumentados. Y, por mucho que la Casa Blanca y su círculo íntimo lo negaran, pese a la sensación de ancianidad y debilidad, entre lapsus mentales, deslices dialécticos y caídas.
Lo que no querían considerar los demócratas -en parte, para no debilitar al candidato- empezaba a ser evidente para los votantes. Las encuestas no iban bien, pero una de octubre del año pasado desató las alarmas: Biden perdía en la media docena de estados decisivos, los que inclinan la elección, según el sondeo de 'The New York Times' y Siena College. Algunas voces empezaron a advertir sobre un desastre en ciernes. Uno de ellos, David Axelrod, que fue asesor de Barack Obama y cuyas advertencias fueron despreciadas como un ataque personal a Biden.
A comienzos de este año, Ezra Klein, uno de los periodistas más influyentes en los círculos demócratas, defendió en su podcast la necesidad de encontrar un nuevo candidato. Hizo ruido, pero no movió al partido, mientras Biden se imponía en unas primarias sin oposición. Solo se presentó Dean Phillips, un diputado muy poco conocido, que defendió desde el principio que las dudas sobre la edad de Biden le convertía en una opción perdedora. Nadie en el partido, de forma pública, le secundó.
Hasta el debate entre candidatos de finales del mes pasado. Biden mostró en él, con toda crudeza y en horario de máxima audiencia, su ancianidad. No es que fuera nada nuevo, para cualquiera que quisiera verlo. Pero el Partido Demócrata ya no pudo mirar para otro lado. Comenzaron las presiones internas y las deserciones públicas.
Durante varias semanas, Biden insistió en que no se iría. En una entrevista a mediados de julio, aseguró que lo que le importaba era «acabar el trabajo», no su «legado» (es decir, la mancha de ser uno de los presidentes de un solo mandato).
Pero su legado, sin duda, también estaba en juego. Podía haber sido el político venerable que unió a los demócratas en 2020 para sacar a Trump de la Casa Blanca y que entregó el testigo a una nueva generación de líderes. E iba camino de despedirse como el anciano terco, insaciable de poder, que permitió el regreso del multimillonario populista a la presidencia.
Queda por ver cómo acaba la elección y cómo se acordará la Historia de Biden. En los dos escenarios posibles de los resultados electorales, el 46º presidente podría salir malparado. Si gana Trump, le acusarán de no haber dado un paso al costado a tiempo, cuando tocaba. Si gana Harris, la gloria será para ella.
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