«El futuro de mi patria, Bielorrusia, está ligado al futuro de Ucrania»
Los combatientes del Regimiento Kastus Kalinouski se integran en las fuerzas de Kiev para luchar contra el Ejército ruso, su enemigo común, y aspiran a derrocar a Lukashenko. ABC recoge el testimonio de Kus, un soldado bielorruso que lucha en suelo ucraniano
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Kus es su nombre de guerra. Sigue vivo porque la suerte estuvo de su lado. Mientras se recupera de sus lesiones en el hospital aprende inglés y hace un año que solo habla en bielorruso. Estuvo en la línea cero de Mykolaiv, Jersón y ... del Donbass. No tenía experiencia militar previa, pero defendió Bajmut con un SPG-9 soviético. Había muchas razones para no arriesgar su vida en Ucrania, confiesa. Y a pesar de ello decidió alistarse. Como el resto de sus compañeros, Kus se enfrenta al poder militar de Moscú porque cree «en la liberación de Bielorrusia a través de la liberación de Ucrania».
El regimiento Kastus Kalinouski fue primero un batallón. Se formó en marzo de 2022 y congrega casi a la totalidad de bielorrusos que luchan activamente en suelo ucraniano. Algunos llegaron directamente desde Bielorrusia y otros desde el exilio. Kus es de los segundos. En diciembre de 2020 –tres meses después de las elecciones fraudulentas en las que Alexander Lukashenko se proclamó vencedor– las fuerzas de seguridad del Estado fueron a buscarlo a su casa. Él no estaba allí. Entonces decidió que tenía que salir de su país rumbo a Lituania. «Si me hubiese quedado, ahora estaría en la cárcel», sentencia el soldado. Su notoria oposición contra el principal valedor de Putin le costó el destierro.
Cuando las tropas del Kremlin entraron en Ucrania, Kus se manifestó contra la invasión en la ciudad de Vilna junto a otros paisanos. Y aquel mismo día se cuestionó qué hacer: «Pensé: ¿cual es siguiente paso?». La decisión fue rápida y el 4 de marzo de 2022 ya pisaba tierra ucraniana. Aquella fue la primera de una serie de dudas que comenzaron a asaltar sus pensamientos. «No sabía como me sentiría en la guerra, bajo explosiones o bajo fuego de mortero», explica el combatiente. Ahora ya conoce las respuestas.
Pasó varios meses en Ucrania y regresó a su nuevo hogar. Pero tras la experiencia bélica Lituania se le quedaba pequeña. «Decidí volver en contra de la opinión de mis amigos y familiares». Desde septiembre del año pasado no volvió a cruzar la frontera para salir.
La guerra es una conmoción implacable para el ser humano. No se puede explicar solo con mapas, ni conociendo al dedillo los tipos de armas que usa cada ejército. Se trata en gran medida de la «historia del pequeño hombre expulsado de una existencia trivial hasta las profundidades épicas de un enorme acontecimiento». La cita es de Svetlana Alexiévich, la escritora bielorrusa laureada con el Nobel de Literatura en 2015. Esta guerra no se puede comprender sin conocer la experiencia de quienes la pelean.
Kus nunca imaginó que algún día le preguntarían por las emociones que se desatan durante una batalla. «La guerra se resume en tener suerte: vivir o morir dependen de eso», explica. Fue una respuesta inesperadamente escueta después de varios segundos de silencio. La tímida sonrisa que esboza contrasta con su mirada, en la que se instala una pátina sombría que casi logra oscurecer sus claros ojos azules. Hay vivencias que solo se materializan en palabras cuando pasa mucho tiempo.
Lucha armada
Este bielorruso de 36 años sabe que la fortuna le sonrió cuando su equipo se enfrentó –casi sin municiones– a tres tanques, un avión y dos helicópteros rusos. Sobrevivió de milagro. «Pensé que sería mi último instante de vida», recuerda.
Sin embargo, el soldado considera que este conflicto armado es también una oportunidad. «Aquí luchamos contra el Imperio Ruso. Sin Rusia y su apoyo económico, Lukashenko no es nada. No resistirá en el poder. El futuro de mi patria está ligado al futuro de Ucrania», razona con contundencia.
Los representantes militares del Regimiento Kastus Kalinouski son claros: «Bielorrusia solo puede ser liberada por la fuerza». Estas fueron las palabras textuales que le trasladaron a la lideresa de la oposición y excandidata presidencial, Svetlana Tijanóvskaya. Kus respalda esta posición. Admite que le gustaría enfrentar al régimen bielorruso en su territorio. Sin embargo, el inicio de las acciones armadas solo podría darse cuando termine el conflicto en Ucrania, afirma.
«Creo que esta guerra durará varios años y tengo la esperanza de que Ucrania nos ayude después. Pero no sé lo que pasará. Todo eso depende de la sociedad bielorrusa», admite el voluntario. Si las tropas de Putin pierden aquí, «habrá un 50% de posibilidades de que Bielorrusia vuelva a ser independiente».
Kus decidió combatir para demostrarle a su gente que «la lucha es posible». Pero, ¿estaría dispuesta una amplia mayoría de los bielorrusos a tomar las armas? Nadie lo puede saber. Además, «sería necesario que todos los que se exiliaron o emigraron vuelvan al país y se arriesguen», añade. Precisamente, Ucrania fue uno de los destinos de muchos ciudadanos de Bielorrusia que dejaron el país tras las persecuciones políticas que se intensificaron a partir de 2020.
La oposición a Lukashenko engloba a varios movimientos sociales y políticos. Casi todas estas organizaciones tienen sus bases fuera de Bielorrusia para no caer presos de la represión. La iniciativa Belpol está conformada por miembros de la fuerzas y seguridad del Estado. Todos se oponen al Gobierno de Minsk. Visitaron Kiev hace varias semanas para reunirse con el Regimiento Kastus Kalinouski y otros organismos ucranianos. Belpol ha accedido a responder de forma telemática a una entrevista. No obstante, primero quisieron comprobar que la periodista que les había contactado era quien decía ser. «Es por la seguridad de nuestros miembros», señalaron.
Los interlocutores de Belpol son tajantes: «La liberación de Bielorrusia no es posible exclusivamente por 'protesta pacífica', ni es posible exclusivamente por la fuerza. Deben examinarse todas las condiciones», explican. Sobre el estado de ánimo del Ejército bielorruso apuntan que «dentro de las agencias de seguridad del Estado hay suficientes personas que piensan adecuadamente (…) y se dan cuenta de que tarde o temprano el dictador los arrastrará al abismo».
Belpol, en sintonía con los combatientes bielorrusos en Ucrania, aclara también que la llegada de Wagner a Bielorrusia es una cuestión «propagandística del régimen de Lukashenko». Aun así, los Estados vecinos deben estar atentos ante cualquier provocación.
Contra el 'mundo ruso'
El sentir general de los voluntarios bielorrusos es que su país «ha sido ocupado, como Crimea; sin pegar un solo tiro». Consideran que Rusia ha secuestrado la independencia del Estado. Además, denuncian que se está produciendo una «rusificación de Bielorrusia». Kus dejó de hablar ruso cuando se inició la invasión a gran escala de Ucrania. Aunque pueda parecer un acto menor, el militar opina que la protección de la lengua y la historia es fundamental para la supervivencia de su patria.
Lukashenko es el principal aliado de Putin. Sin embargo, es un aliado incómodo y poco fiable. Su lealtad hacia el Kremlin solo está asegurada si sus propios intereses están protegidos. Se posicionó al lado de Moscú desde los primeros compases de la invasión porque Moscú es, entre otras cosas, el garante de la estabilidad económica de Bielorrusia. Lukashenko permitió también que las tropas del Kremlin cruzasen la linde para invadir Ucrania. El último ataque desde suelo bielorruso se produjo el pasado 5 de agosto cuando varios mísiles hipersónicos Kinzhal fueron lanzados contra la región de Kiev. Los voluntarios asumen este hecho con frustración.
Las desavenencias han sido una constante en las relaciones entre Minsk y Moscú hasta agosto de 2020. Aquel convulso verano el hombre fuerte de Bielorrusia vio que su poder se tambaleaba. Pero Vladímir Putin llegó al rescate. El líder ruso reconoció a Lukashenko como presidente legítimo a pesar de los fraudulentos resultados electorales que nadie creyó.
Fue entonces cuando la represión se intensificó contra la sociedad. Miles de manifestantes pedían la repetición de los comicios y la salida de Lukashenko. Los movimientos de protestas fueron aplastados por la brutalidad policial. Los medios de comunicación independientes se desmantelaron y cientos de bielorrusos pasaron por las prisiones del KGB. Su delito era protestar pacíficamente. A día de hoy la situación está lejos de mejorar. Un simple comentario contra los representantes del poder en alguna red social puede llevar a cualquiera ante un juez.
Según el centro independiente de observación de los derechos humanos (Viasna) hay un total 1.484 presos políticos en Bielorrusia. El pasado mes de julio se informó de la muerte de uno ellos. Se llamaba Ales Pushkin, era un artista, y falleció en la unidad de cuidados intensivos de un hospital en Grodno. Las circunstancias de su defunción «son poco claras», según la prensa.
Tampoco las familias de los combatientes están seguras en Bielorrusia, donde las «visitas policiales» se han vuelto cotidianas. Aquellos que tienen a algún ser querido luchando por Kiev también están en peligro. Por este motivo, son pocos los miembros del Regimiento Kalinouski que muestran su identidad en público. Son más discretos que otras unidades forasteras y mantienen un perfil bajo. Los voluntarios bielorrusos son de los extranjeros que más se arriesgan. Combaten en una guerra cuyo final ni se intuye, pero lo hacen con esperanza de poder luchar después por su pueblo. «La liberación de Bielorrusia es un maratón, pero tenemos la fuerza necesaria», asegura Kus.
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