«Se acabó, por fin los echamos»: los partidarios de Milei celebran la derrota del peronismo
Con este cambio de Gobierno se abre una ventana que renueva el aire y trae esperanzas, y eso, eso sí, da un poco de miedo
El giro de Javier Milei, entre la rapidez y el caos
Los festejos la noche del domingo en las calles de la capital argentina, tras conocerse el triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales, fueron moderados. Hubo aplausos, bocinazos (tocar el claxon), abrazos, y concentración de seguidores frente a la puerta del hotel Libertador, ... el 'búnker' de Milei durante toda la campaña y donde pasó la noche –planta 21, es supersticioso– con su hermana Karina, sus asesores más cercanos y su novia, la humorista y vedete Fátima Flórez y una muy concurrida en la plaza del Obelisco, que en Buenos Aires centraliza todo tipo de manifestaciones como pasa en Madrid con la de Cibeles.
Allí sí se vivió la algarabía pública –muchas banderas albicelestes, cánticos, gritos a favor y «contra los ladrones y corruptos», más de una lágrima– que en el resto de la ciudad fue más bien queda, del ámbito privado o al menos cercano, entre quienes formaron parte de ese 56% de la población argentina que lo votó, convencido buscando «el cambio», por descarte o directamente por odio al contrincante.
No es que no haya felicidad entre los que eligieron al peculiar candidato de Libertad Avanza para gobernar Argentina durante los siguientes cuatro años. Quienes en esta segunda vuelta electoral o 'ballotage' decidieron apoyar a Milei en lugar de al oficialista Alberto Massa están pletóricos.
Los teléfonos móviles ardían anoche, igual que las redes, enviando mensajes de esperanza y de optimismo. «Se acabó», «por fin los echamos», «Argentina comienza a levantarse» o «Argentina se despierta» eran algunas de las sentidas frases, junto con, por supuesto, todo tipo de memes sobre la derrota del otro bando, la probable estampida de muchos hasta este domingo poderosos e inmunes y el fin de la 'era kircherista' tras 20 años de poder y control del país. Audios cargados de esa labia argentina hablando del futuro sacudían las líneas y los corazones siempre emotivos de los argentinos.
Pero lo que predomina en estas primeras horas de la nueva era es la incredulidad. Aún cuesta creer el resultado. No solo las encuestas daban por ganador a Massa, sino han sido muchos años de dominio del peronismo, que hasta ahora parecía inmune a una inflación disparada, enloquecida; a casos de corrupción, denuncias, escándalos de todo tipo y a propuestas de otros partidos políticos por ofrecer una alternativa.
Este lunes amaneció soleado y lento en Buenos Aires. Es festivo por el Día de la Raza y la ciudad parece resacosa, aunque en las calles no hay signos de una noche de fiesta. No hubo disturbios importantes como algunos esperaban. Varias personas justificaban cierta apatía general en el hartazgo por años de sueños rotos y el poso que han dejado tantas discusiones por la división social –«la grieta» le llaman aquí– que ha provocado la política argentina últimamente. «Estamos cansados, agotados, no podemos más, Argentina no puede más, esto no da para más», decía una joven abogada.
Milei en cambio se está moviendo rápido, anunciando alianzas y cargos para su anterior oponente y finalmente respaldo Patricia Bullrich y otros políticos clave de la oposición al Gobierno actual, mientras que Massa mantiene el silencio tras asumir la derrota. Hay dudas sobre la transición, si será orgánica o complicada porque pondrán palos en la rueda, si habrá colaboración o van a embarrar la cancha (jugar sucio) en el traspaso de poderes.
Circulan todo tipo de rumores –y de memes en redes– sobre el destino de los actuales gobernantes, por un lado, y sobre los extremos a los que puede llegar Milei si efectivamente cumple con las ideas que promovió en campaña de dolarización, privatización y eliminación de ayudas sociales por otro. Los primeros, jocosos y vengativos, los segundos apelando al miedo y al recuerdo de duras épocas pasadas en Argentina.
El país está en primavera, recuperando el calor y la vegetación tras el invierno. Lo que circula en el aire hoy es la tensión propia de la expectación máxima. Nadie sabe muy bien qué va a pasar, si unos van a poder hacer después de tantos fracasos y mentiras, si otros aceptarán la derrota, si todos podrán poner fin o al menos pausa a una crisis económica endémica que marca cada paso y casi cada minuto de la vida de la gente, absolutamente sumida en la conversación, y la preocupación y los problemas, para llegar a fin de mes y esquivar el abismo de la pobreza.
La expectación es lo que aplica una pátina hoy a todo, como de congelamiento que es precaución y que hace que el entusiasmo de la mayoría ganadora sea contenido –el resto se corta menos, y augura catástrofes espantosas–. Con este cambio de Gobierno se abre una ventana que renueva el aire y trae esperanzas, y eso, eso sí, da un poco de miedo.
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