España-China, 50 años de relaciones diplomáticas
Franco dio una sorpresa mundial al reconocer a Mao, un osado movimiento diplomático que avanzó los cambios pragmáticos que desembocaron luego en la democracia
China utiliza las nueve 'comisarías' en España para controlar su colonia
![Recepción a los Reyes de España en Pekín en 1978](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/11/DAMBin-R9atN5DMoIvFmxnlQAsPe4K-1200x840@abc.jpg)
La Transición empezó en España antes de que la muerte de Franco allanara el paso de la dictadura a la democracia. Exactamente dos años y medio antes, cuando se apartó la primera piedra de ese largo y tortuoso camino que, en más de ... una ocasión, estuvo a punto de volver atrás. Ocurrió hace 50 años, cuando el régimen franquista, anticomunista a ultranza, reconoció por sorpresa a la China roja de Mao Zedong en un osado movimiento político de especial trascendencia para el futuro. El 9 de marzo de 1973, y después de meses de negociaciones que se habían mantenido en secreto incluso para parte del Gobierno de Franco, España y la República Popular China acordaban en París establecer relaciones diplomáticas e intercambiar embajadores.
Medio siglo después, muchas cosas han cambiado en España, que abrazó después la democracia y la modernidad, y en China, que se ha convertido en la segunda potencia mundial tras abrirse a la economía de mercado pero sigue siendo un régimen autoritario. «Las relaciones entre ambos países empezaron mucho antes, durante la presencia española en Filipinas, que fueron tres siglos de buena vecindad y contactos pacíficos en los que el galeón de Manila trajo la primera globalización», recordó el jueves el embajador español en Pekín, Rafael Dezcallar, en una recepción con motivo de la efeméride ofrecida al viceministro chino de Exteriores, Deng Li.
Lo que hoy resulta lógico, con China erigida en la «fábrica global» y el mayor mercado del mundo, no lo parecía tanto hace cincuenta años. Aunque ya habían pasado los peores momentos de purgas y caos, China estaba todavía inmersa en la Revolución Cultural (1966-76), que había vuelto a estancar al país en otra calamitosa campaña ideológica de Mao como hizo antes con el Gran Salto Adelante (1958-62). Pero ya se percibían movimientos en la escena internacional por la creciente hostilidad entre China y la Unión Soviética, que EE.UU. aprovechó para acercarse a Pekín y aislar a Moscú.
Un cambio que no pasó desapercibido para la España de Franco, quien había asegurado su permanencia en el poder tras rehabilitarse ante Washington por su ferviente anticomunismo durante la Guerra Fría pero veía que se abría una nueva etapa en el mundo. Al igual que ocurría en la sociedad española, incluso dentro de su propio gabinete había una clara división entre la vieja guardia que quedaba de la Guerra Civil, liderada por el almirante Carrero Blanco, y los jóvenes tecnócratas que abogaban por el desarrollismo para modernizar el país.
![Los embajadores de España, Pedro Cortina (3d) y de China, Huang Chen (3i) en Francia, respectivamente, durante la firma del acuerdo por el que se establecen relaciones diplomáticas entre España y China, en 1973](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/11/DAMBin_20230311110236-U47163854858OhT-624x350@abc.jpg)
En este contexto se fraguan los cambios que vivirá después España, que empezaron en el Ministerio de Exteriores y tuvieron uno de sus puntos de inflexión en el reconocimiento de la China comunista. Con todo lujo de detalles, así lo narra el libro 'España y China (1971-1973). Una transición dentro del Gobierno español', del historiador Rafael Martín Rodríguez, profesor en la prestigiosa Universidad de Fudan (Shanghái) y uno de los mayores expertos en las relaciones entre ambos países.
Taiwán
Para explicar tan sorprendente giro en la diplomacia española, Martín Rodríguez se remonta a otro hito que tuvo lugar solo dos años antes: la entrada de la República Popular China en la ONU el 25 de octubre de 1971. Su ingreso, que Albania venía proponiendo desde hacía años con cada vez más voces a favor, contó con la abstención de España, que hasta entonces se había alineado con EE.UU. para votar en contra o, al menos, pedir que no se expulsara de las Naciones Unidas a Taiwán.
Tras perder la guerra civil contra Mao, en dicha isla se había refugiado el Gobierno del Kuomintang dirigido por el Generalísimo Chiang Kai-shek, que seguía reteniendo el escaño en la ONU bajo el nombre oficial de la República de China. Aliado de Washington, Chiang era un dictador de derechas que resistía los envites de Mao, pero cada vez se veía más aislado porque el resto de países, y también las potencias occidentales, empezaban a cambiar sus lazos diplomáticos con Taiwán por el todavía cerrado gigante chino atraídos por su tamaño y población.
Incluso EE.UU., con Kissinger y su 'diplomacia del ping-pong', sondeaba a China, lo que el ministro de Exteriores español, Gregorio López-Bravo, vio como una oportunidad para desligarse en este asunto de la órbita de Washington y seguir lo que hacían otros vecinos europeos que ya estaban reconociendo a Pekín, como Francia (1964) o Italia (1970).
El principal problema era romper con Taiwán, la isla donde se había refugiado Chiang Kai-shek tras perder la guerra civil china, por la vinculación ideológica y anticomunista con los militares franquistas
Para España, el problema era que mantenía un vínculo ideológico con Taiwán, a la que había reconocido en 1952, por su cruzada anticomunista. Como explica Rafael Martín, «la unión era más sentimental que práctica y se basaba en los estrechos lazos entre militares, la Falange y la Iglesia, ya que el propio López-Bravo, cuando era ministro de Industria, había viajado a Taiwán sin conseguir ningún beneficio económico».
Pero llegado el momento de la votación en la ONU, en la que España planeaba abstenerse y ya no copatrocinó la moción de EE.UU. para no expulsar a Taiwán, el embajador Jaime de Piniés recibió una llamada de última hora de López-Bravo. Cambiando lo que tenían acordado, le ordenó votar en contra de la entrada de la China roja, «seguramente por la presión de Carrero Blanco o su círculo», apunta Rafael Martín. Sin embargo, y aquí viene uno de los momentos más extraños del proceso, el embajador decidió engañar a su ministro y le dijo que la votación ya había tenido lugar. En aquellos años sin internet ni noticias al instante, podía hacerlo y, cuando llegó el momento de verdad, España se abstuvo.
![El actual embajador español en Pekín Rafael Dezcallar](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/11/DAMBin_20230311111630-U26428877275qdL-624x350@abc.jpg)
Aunque su voto en contra no habría impedido la entrada de China, fue criticado por EE.UU. y Taiwán y supuso el primer enfrentamiento dentro del consejo de ministros de Franco. A partir de ese momento, López-Bravo se movería con más sigilo apoyado por el recién nombrado cónsul de España en Hong Kong, Enrique Larroque, posiblemente el más firme defensor del establecimiento de relaciones diplomáticas con Pekín. Por lo que supondría de traición a un aliado anticomunista, en contra no solo estaba Carrero Blanco, sino también el embajador en Taipéi, Julio de Larracoechea.
Con abundante información que le enviaban las embajadas españolas en otros países, López-Bravo pulsó la opinión internacional sobre China y su ministerio fue creando el clima propicio en los medios de comunicación, sujetos a los dictados del régimen. Además de aplacar la oposición de los más recalcitrantes, como 'El Alcázar', 'Arriba' y 'Ya', lanzaba mensajes sobre los beneficios económicos que traería oficializar las relaciones con tan gigantesco país.
A Franco le preocupaba que un coche con la hoz y el martillo se paseara por Madrid. Cuando el ministro López-Bravo le dijo que en la bandera china solo había estrellas, emitió un lacónico «proceda»
El 2 de octubre de 1972, López-Bravo asistió a una recepción ofrecida en Nueva York por el viceministro chino de Exteriores, Kuan Hua, donde seguramente se acordó empezar las negociaciones. A partir de entonces, se produce un apagón informativo para no alertar al llamado 'búnker' de Carrero Blanco hasta que el 9 de marzo salta la sorpresa. Sin previo aviso, el embajador español en París, Pedro Cortina y Mauri, firma con su homólogo chino, Huang Chen, el establecimiento de relaciones diplomáticas. Al mando de las conversaciones estaba el diplomático Felipe de la Morena, quien sería embajador en China entre 1978 y 1982. Buena prueba del secretismo con que se llevó a cabo la negociación es que, cuando De la Morena llamó a López-Bravo para comunicarle la firma del acuerdo, el ministro se había ido a cazar y el número era de la casa de un guardia civil encargado de darle el mensaje. Al día siguiente, Carrero Blanco se enteró por la prensa, con su consiguiente enfado y la indignación del embajador taiwanés y las figuras más radicales del franquismo.
Franco, al corriente
Aunque parte de sus ministros no lo sabían, Franco sí estaba al corriente del acuerdo, al que había dado su visto bueno cuando, ya anciano y seguro de que se iba a morir en la cama, empezaba a desentenderse de los asuntos del Gobierno, sobre todo los internacionales. Según documentan varios libros, lo único que le preocupaba de todo este asunto es que hubiera un coche con la hoz y el martillo circulando por las calles de Madrid. Cuando López-Bravo calmó sus miedos diciéndole que en la roja bandera china solo había estrellas amarillas, pronunció un lacónico «proceda», que despejó todo el proceso. Para el dictador, su única línea roja era la Unión Soviética, con la que España no estableció relaciones diplomáticas hasta después de su muerte pero con la que había más intercambios comerciales que con China.
Como razona el profesor Rafael Martín, «con el reconocimiento de la China comunista, se había librado la primera gran batalla de la Transición».
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