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«Deme un billete para un vagón trasero»: el miedo atenaza a los pasajeros meses después de la tragedia ferroviaria en Grecia

Cuatro meses después del accidente en el tramo Atenas-Salónica los usuarios prefieren evitar los primeros coches para sentirse más seguros en caso de un impacto

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Decenas de personas murieron en febrero tras el siniestro Marta Cañete
Marta Cañete

Marta Cañete

Corresponsal en Grecia

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Martes 28 de febrero de 2023. Desde la estación central de trenes de Atenas parte el último tren del día en dirección a Salónica, la segunda ciudad más grande y poblada de Grecia. 342 pasajeros –en su mayoría jóvenes universitarios- y 10 trabajadores de la compañía Hellenic Train recorren los 500 kilómetros tras haber pasado unos días de vacaciones en Atenas.

Esa noche, Vasilis Samarás, con apenas experiencia en el puesto, cumplía su guardia como jefe de la estación de Lárisa. Un descuido en el manejo de las agujas le hizo situar al convoy de pasajeros que iba en dirección a Salónica en la vía equivocada. Tampoco revisó el avance del tren en el obsoleto sistema de control remoto y señalización que registra la trayectoria del ferrocarril cuando sale de la estación. Pocos kilómetros después, el tren chocó de forma frontal con un ferrocarril de mercancías; descarriló, cayó por un terraplén y ardieron los primeros vagones a altas temperaturas, convirtiéndose en una trampa mortal para los viajeros.

Durante los días que siguieron al siniestro, y según se iban conociendo más detalles del accidente, la indignación de los helenos fue en aumento. Las manifestaciones, las huelgas se sucedieron, y el país hirvió de rabia durante cuatro semanas. El tráfico en la principal línea ferroviaria del país tardó semanas en restablecerse, mientras que la modernización de los sistemas de seguridad y señalización no finalizará hasta el próximo otoño.

Cuatro meses después

En la estación central de Atenas, la salida del tren está prevista a las 9.59 de la mañana, pero los pasajeros empiezan a llegar tímidamente antes de las 9. Es viernes y la mayoría de los viajeros son jóvenes, sobre todo estudiantes que van a pasar el fin de semana en la cosmopolita Salónica. Algunos regresan con enormes macutos y libros de textos, otros con el petate del servicio militar aún obligatorio en Grecia. Minutos antes de que el tren haga su entrada en la estación, un trabajador de la compañía ferroviaria avisa a los pasajeros del lugar donde estará ubicado el vagón número 5, el último del convoy. De repente, la gran mayoría de los que aguardan en el andén se dirigen hacia ese punto. Una vez dentro del tren Efi, la interventora del trayecto, nos explica que, desde que se produjo el accidente, son los coches de atrás los primeros en llenarse de pasajeros porque ya nadie quiere viajar en los tres del frente.

Tomamos nuestros asientos en el vagón número dos, que va prácticamente vacío. El miedo persiste entre los griegos, aunque nadie quiera reconocerlo. Hablamos con Anastasía, de 75 años, una pasajera habitual de la línea que hoy viaja en el vagón número 4. «Si te tiene que pasar te va a pasar igual», comenta esta pasajera que asegura no tener miedo. «Desde el accidente, hay más personal, tanto en la estación como dentro del tren, y son mucho más amables que antes», añade. Efi, nos comenta que desde Semana Santa, la compañía ferroviaria ha duplicado la plantilla y que los trabajadores tienen la obligación de informar a los pasajeros de cualquier cambio, nos explica.

Panayotis y Dimitris en la cafetería del tren Marta CAñete

Dimitris y Panayotis, dos amigos de 23 años, resuelven crucigramas en una de las mesas del vagón cafetería. Ellos sí reconocen que intentaron comprar los billetes en el vagón número 5. «Yo le pedí que comprara billetes en el 5, pero no me hizo caso», dice Dimitris malhumorado. «Lo intenté pero es que estaba completo, así que los compré para el segundo porque fue el único en el que encontré dos plazas juntas», replica Panayotis. Los dos amigos viajan por primera vez a la ciudad gracias al «pase joven» que el Gobierno ha dado a los jóvenes para gastos en turismo y ocio cultural. «La gente tiene miedo aunque no lo reconozca. Cuando estábamos esperando en el andén y ha llegado el tren, he escuchado a muchas personas decir «a ver si tenemos un buen viaje» y lo mismo cuando hemos entrado en el vagón», explica Dimitris.

El tren se acerca a la localidad de Tebas. Minutos antes, la interventora avisa por megafonía que el convoy llegará tres minutos tarde. Sorprende en un país tan acostumbrado a retrasos de varias horas. «Avisamos hasta de los retrasos de dos minutos para evitar que los pasajeros se angustien», comenta Efi. La interventora que lleva en el puesto desde el pasado mes de abril nos cuenta que «desde que he empezado a trabajar, solo he vivido un episodio una mujer de unos 30 años sufrió una crisis de pánico porque se había sentado en el vagón número dos. Conseguimos sentarla en el último vagón y se tranquilizó».

Llegamos a la estación de Larisa y decenas de pasajeros se apean en la estación. Nos ponemos en marcha y el silencio invade el vagón. El tren ingresa en la oscuridad del túnel del valle de Tempe y algunos viajeros empiezan a santiguarse y rezar. No reconocen que tienen miedo, pero lo que sí está claro es que las victimas aún siguen presentes entre los usuarios de la línea ferroviaria más importante de Grecia.

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