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Así es la cárcel de Bangkok donde Daniel Sancho teme cumplir su cadena perpetua: el 'Gran Tigre' que devora vivos a los presos

Considerado uno de los centros penitenciarios más peligrosos del mundo, la defensa del asesino condenado trabajará para que no cumpla allí la pena: un 25% de los reclusos muere a los dos años

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Interior de la cárcel de Bang Kwang en Bangkok, donde podría cumplir condena Daniel Sancho ABC
David Sánchez de Castro

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Cuando se piensa en la cadena Hilton de hoteles, no se plantea en ningún momento que su nombre pueda estar asociado -de forma irónica- en el sudeste asiático al mismísimo infierno. Así es como se conoce al centro penitenciario de Bang Kwang, donde Daniel Sancho teme acabar sus días después de haber sido condenado a cadena perpetua.

El objetivo que se plantea ahora mismo su defensa es esquivar, como sea, que vaya allí. Internado en Koh Samui desde el momento de su detención, tras la condena y a la espera de los recursos va a ser trasladado a una prisión de mayor seguridad, lo que no implica que acabe allí.

25% Presos muertos en su segundo año de condena

La tasa de mortalidad de la cárcel de Bang Kwang la colocan como un lugar de pesadilla para los condenados

Acabar en Bang Kwang es lo último que desea cualquier condenado en Tailandia. Bautizado como 'El Gran Tigre', porque se come vivos a los hombres que viven allí. El principal centro penitenciario del país, exclusivo para hombres, está en el punto de mira de decenas de organismos internacionales por las condiciones en las que viven sus habitantes. Solo un dato: se estima que el 25% de los presos que cumplen condena de larga duración o sentenciados a pena de muerte no llegan vivos a su tercer año allí.

Si la defensa de Sancho no consigue unas condiciones más favorables (todo lo favorable que puede ser vivir, como hasta ahora, en una celda de 1,5 por 3 metros con colchones en el suelo y donde las condiciones higienicosaniarias son escasas), Sancho será trasladado a una prisión con capacidad para unos 3.500 presos donde vive un número indeterminado superior a los 7.000, hacinados y en situación infrahumana.

«Es una condena a muerte indirecta», estimaba el analista Fernando Cocho en el programa 'Código 10', de Cuatro. «Los reclusos mueren por desnutrición, enfermedades y violencia. Pagan a mafias, tienes que pagar tu comida, hay fuertes coacciones e incluso pueden utilizarte como objeto sexual», comentaba el experto.

Cada celda está preparada para unos 30 presos son de unos 4 metros cuadrados, donde pueden convivir no menos de ocho personas. Eso sale a medio metro cuadrado por cabeza y eso con suerte de que no haya más gente dentro. Frenar las enfermedades e infecciones (muchos de los fallecidos se producen por disentería) es prácticamente imposible: hay un médico y dos enfermeras para todos.

La peligrosidad de esta cárcel estriba no solo en las condiciones en las que viven los presos, sino también en los propios presos y los delitos que han cometido. En origen, Bang Kwang se construyó para albergar a los delincuentes más peligrosos, como asesinos y violadores, lo que hace que muchos allí estén condenados a cadena perpetua o a muerte. La desesperanza al verse en esa situación aumenta exponencialmente el grado de violencia con el que se tratan entre sí.

A su vez, los propios guardias también participan de este círculo violento. Las torturas y abusos están a la orden del día, además de un serio problema de corrupción dentro del personal de funcionarios de la cárcel. Según denunció Javier Casado, director de la Fundación +34 de ayuda a presos españoles en el extranjero, muchas veces los encargados de la seguridad no solo no evitan las peleas o agresiones entre presos, sino que participan activamente en ellas.

Dinero desde fuera y café dentro: así se sobrevive en Bang Kwang

La falta de espacio, higiene, alimentos (las papillas a base de gachas y arroz es la dieta base y, muchas veces, única) y seguridad se solventa con un único método: dinero.

Los presos reciben una paga que se les ingresa en una cuenta personal, donde también pueden acceder otros familiares, pero como en todas las cárceles del mundo el trapicheo y el intercambio de bienes y servicios (entiéndase aquí desde el punto de vista más amplio y sórdido muchas veces) está a la orden del día.

Aquí el producto más preciado no es la comida o el agua potable. Ni siquiera el tabaco o las drogas, sino una moneda mucho más útil: el café. El miedo a que los guardas o los propios presos trafiquen con estos productos ha convertido el café en la única sustancia excitante y legal con la que se puede comerciar. Su importancia es tal que puede servir para tener acceso preferente para ducharse, comer mejor (que muchas veces solo es estar antes en la cola de la cocina) o incluso dormir más cerca de la puerta de la celda para gozar de aire menos viciado.

Daniel Sancho deberá afrontar ahora la seria posibilidad de acabar en el Hilton de Bangkok y, a partir de ahí, intentar sobrevivir. Una oportunidad que, según ha quedado constatado en sentencia judicial, no tuvo Edwin Arrieta, la primera y principal víctima de este caso.

Artur Segarra, el otro español en Bang Kwang

En caso de que Daniel Sancho ingrese en esta prisión, coincidirá con otro asesino convicto allí. Se trata de Artur Segarra, un estafador catalán que torturó, mató y descuartizó a David Bernat en 2016.

Este fue condenado a la pena de muerte por trece delitos (entre los que estaba el de asesinato premeditado, como Sancho), de los cuales siempre se declaró inocente... hasta que envió una carta al Rey de Tailandia donde confesó su culpabilidad y pidió clemencia. El monarca le concedió un perdón real en 2021, por el que le conmutaron la pena de muerte por una cadena perpetua que cumple en Bang Kwang.

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