La pequeña distancia entre China y Taiwán
Apenas diez kilómetros separan la isla de Taiwán de la ciudad china de Xiamen, cuyos habitantes defienden las maniobras militares realizadas estos días
La embarcación surca las aguas del Estrecho de Formosa hasta anclarse ante una línea invisible. También una de las más controvertidas que existen. A bordo, un hombre hace una videollamada con su mujer e hija, cuyos rostros expectantes aparecen en pantalla, y apunta con el ... teléfono hacia adelante, estirando el brazo para recortar unos centímetros a la distancia. «Mirad», exclama, «¡Taiwán!».
A proa aparece la costa de Dandan, la primera de las islas Kinmen, el territorio bajo control taiwanés más próximo al continente: diez kilómetros escasos en los que se interpone un brazo de mar. Durante las últimas décadas, las diferencias entre China y Taiwán han encontrado aquí una expresión militar. Así ocurre de nuevo ahora, cuando el régimen realiza maniobras sin precedentes en respuesta a la visita oficial de Nancy Pelosi, que ha sacudido un conflicto en equilibrio precario y de resolución pendiente.
China trató de impedir el viaje recurriendo a advertencias disuasorias de intensidad progresiva. De «medidas serias y resolutivas» a «desastrosas consecuencias para la prosperidad y el orden mundial». «Quien juega con fuego acabará quemándose», llegó a amenazar Xi Jinping durante una conversación telefónica con Joe Biden. Resultó inútil. Pelosi aterrizó en Taiwán, donde reiteró el compromiso de Estados Unidos de defender la isla y su democracia. «No os abandonaremos», proclamó ante la presidenta Tsai Ing-wen.
«Creemos que estos ejercicios militares son una medida muy necesaria, una obligación, y apoyamos completamente al Gobierno»
«Nosotros los chinos creemos que América está liderando a Occidente para provocarnos, estamos muy enfadados con Pelosi», afirma un hombre que insiste en identificarse como «un ciudadano chino normal». La voz que sale de su boca conjuga la primera persona del plural. «Creemos que estos ejercicios militares son una medida muy necesaria, una obligación, y apoyamos completamente al Gobierno». Con la mirada fija en el islote, tan cerca y a la vez tan lejos, encuentra una lectura positiva a lo sucedido. «La visita de Pelosi acelerará la reunificación, sin duda», asegura. «Taiwán ha sido parte del territorio de China desde tiempos ancestrales. Muchos de los que viven allí, de hecho, son de aquí».
Muchos comercios con productos de Taiwán que han tenido que cerrar por las restricciones
Una o más Chinas
La guerra civil concluyó en 1949, aunque en cierto modo todavía no ha terminado. Los victoriosos comunistas de Mao Zedong fundaron la nueva República Popular China, con capital en Pekín. Los derrotados nacionalistas de Chiang Kai-shek escaparon del continente a la isla donde trasladaron la República de China, con nueva capital en Taipei. Estos últimos siguieron representando a China en foros internacionales hasta que, en la década de los setenta, EE.UU. estableció relaciones diplomáticas con el régimen para arrinconar a la Unión Soviética. La integración del gigante asiático en la comunidad global contribuyó a acabar con la Guerra Fría al tiempo que sentaba las bases de su reedición.
Desde entonces, China considera a Taiwán una provincia rebelde a la que nunca ha renunciado a someter por la fuerza, el colofón de un relato político que conduce de la humillación a manos de potencias extranjeras a la inminente primacía mundial. La contienda se antoja irremediable. También predecible. Para tomar la isla no habría más remedio que iniciar un asalto anfibio, el mayor de la historia, sustentado por un bloqueo como el que las tropas del Ejército Popular de Liberación ensayan estos días.
Taiwán ha optimizado sus defensas de acuerdo a semejante escenario. Dandan saluda al continente tras una línea militarizada, cuyo muro exterior llama a «Una China unida bajo los tres principios» del credo republicano. En un peculiar diálogo, lo que China ofrece está escrito en unos enormes carteles dispuestos enfrente, a lo largo de un banco de arena al que dan nombre: «Playa Un País Dos Sistemas»
Este modelo político fue ideado por Deng Xiaoping para garantizar la salvaguarda de los derechos y libertades de Hong Kong tras la devolución de soberanía. Su colapso en los últimos años ha eliminado toda credibilidad al otro lado del Estrecho, donde cada vez son más los jóvenes taiwaneses orgullosos de constituir una nación democrática y, por ende, ajenos a cualquier vínculo.
En cubierta, el señor Liu se refresca bebiendo té junto a su familia mientras canturrea canciones revolucionarias. Generoso, tiende una tacita y un cigarro al extranjero, a quien convida a tomar asiento. Ante la pregunta de si lo que ve, las islas Kinmen, volverán a ser parte de China, duda. «No lo tengo claro...». Su esposa le interrumpe antes de que pueda continuar. «Eso son asuntos de Estado, nosotros solamente somos ciudadanos de a pie. Cuéntanos, ¿tú de dónde eres?».
Un joven se aproxima atraído por la escena, pero al ser cuestionado por su opinión al respecto da un paso atrás. «¿Mi opinión? No sé, no sé... ¿Qué opinas tú?», resuelve. El periodista hace caso omiso a la escapatoria e insiste. «No debería... Igual digo algo que... Prefiero...». Su discurso se vuelve incomprensible, sus labios tiemblan. Acaba por recurrir a un inglés rudimentario. «Yo... miedo».
Mercado tradicional en Xiamen
Una paz singular
La nave leva el ancla y regresa a puerto. Dada su proximidad, la ciudad china de Xiamen mantiene evidentes lazos culturales y comerciales con Taiwán. En el centro, la callejuela Renhe acoge tenderetes especializados en productos de la isla. Su actividad ha quedado imposibilitada por la pandemia y luce ahora desierta, la mayoría de persianas bajadas. «Mucha gente aquí hacía negocios con Taiwán», explica un residente de la zona. «¿Las maniobras militares? Mira, eso es complicado», contesta encogiendo los hombros. «Todos escuchamos a nuestro país. Lo que sea que nuestro país diga, lo hacemos».
En la manzana siguiente, el bullicio atraviesa un mercado chino tradicional. Entre productos de todo tipo se levanta la iglesia de Zhusu, una de las más antiguas de China. «La construyeron los americanos hace casi 200 años», señala orgulloso el celador. «No me gusta Pelosi, es como si estuviera animando a un niño a abandonar a sus padres». Estira el símil para defender las maniobras como «algo bueno». «Cuando un niño hace algo malo, sus padres deben disciplinarle. Solo para asustarle, no pueden pegarle de verdad, porque eso les partiría el corazón»
«No me gusta Pelosi, es como si estuviera animando a un niño a abandonar a sus padres»
En la fachada del templo cuelgan dos pancartas. Una reza «Jesús te ama»; otra, que podría ser interpretada como una proclama política, «Os deseamos paz». A ojos del vigilante, no hay contradicción alguna. «La respuesta a la visita de Pelosi hace que la gente valore más la paz. Todo estaba bien hasta que ella vino y lo estropeó todo. ¿Quién engaña a un niño para hacer cosas mal? ¡Alguien deshonesto!».
Al despedirse, por fin se presenta como el señor Xi, aunque desmiente entre risas cualquier parentesco. «Bueno, en realidad sí: él es Papá Xi», tercia, empleando uno de los apelativos más populares para referirse al líder. «Es un buen hombre, mira en qué bonito lugar estamos, próspero y estable». Xi, el de Xiamen, se despide ante la puerta de la iglesia donde, como en el resto de China, las pancartas a veces son engañosas, y las cosas más importantes resultan invisibles como una línea en el agua.