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Biden celebra un encuentro «productivo» con Xi, al que vuelve a llamar «dictador»

Es evidente que, tras un encuentro coreografiado hasta el último detalle, la delegación china no encajará nada bien el comentario de último minuto de Biden

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Javier Ansorena

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El objetivo para Joe Biden en su esperado encuentro de este miércoles en San Francisco con Xi Jinping era estabilizar y distender la relación entre EE.UU. y China. Tras cuatro horas de cumbre, el presidente estadounidense apareció ante la prensa y aseguró que había sido «una de las conversaciones más constructivas y productivas que hemos tenido». Biden también confirmó algunos acuerdos alcanzados y aseguró que, después de no haberse dirigido la palabra en un año, Xi y él mantendrán las «líneas de comunicación abiertas» y cogerán el teléfono para llamarse cuando sea necesario.

Biden parecía comunicar ante la prensa que el objetivo de la estabilización de relaciones se había cumplido y cuando ya se marchaba de la sala, alguien le gritó si Xi es un «dictador». «Pues, mira, sí lo es», dijo el presidente ya alejado del micrófono. «Es un dictador en el sentido de que es un tipo que lidera un país que es comunista».

Poco después, Xi ya estaba cenando con un grupo de grandes empresarios estadounidenses y es posible se le atragantaran que los ravioli con ricotta a las hierbas que servían de primero. Ya se formó una crisis diplomática el pasado verano cuando Biden llamó «dictador» a Xi, lo que fue tomado por Pekín como una provocación. Y es evidente que, tras un encuentro coreografiado hasta el último detalle, la delegación china no encajará nada bien el comentario de último minuto de Biden, cuando todo estaba a punto de acabar sin mayor incidente. La cara del secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, tras escuchar la última declaración de su presidente era todo un poema.

El contraste entre la satisfacción por las conversaciones de la cumbre y el comentario de «dictador» son, al fin y al cabo, una síntesis de cómo queda la relación entre ambos países tras el encuentro: una comunicación más distendida y constante y acuerdos en materias de interés mutuos son posibles, pero las fricciones por los asuntos centrales que separan a ambos países no desaparecen.

Biden confirmó en rueda de prensa los tres acuerdos que había cerrado con Xi. En primer lugar, acciones conjuntas para reducir el «flujo de precursores químicos y maquinaria para hacer pastillas» de fentanilo, el opiáceo que arrasa comunidades enteras en EE.UU., y que viajan desde China a países americanos para después introducirse en la primera potencia mundial.

«En segundo lugar, vamos a recuperar los contactos directos entre militares y militares», aseguró sobre el canal de comunicación militar que China cortó como represalia por la visita de Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes, a Taiwán el verano pasado.

Por último, ambos países se comprometen a negociar «asuntos de riesgo y seguridad relacionados con la inteligencia artificial», de manera específica, con el control de armas nucleares.

Biden no citó el acuerdo anunciado por su Administración en la víspera sobre cambio climático, que hablaba de triplicar la generación de energía renovable de aquí a 2030 y de reducir el uso de carbón, petróleo o gas para la generación.

Resultó muy sorprendente que el presidente de EE.UU. ni siquiera mencionara en la rueda de prensa el cambio climático, un asunto que fue central en su mensaje político para ascender al poder a 2020 y que siempre ha defendido como una de las líneas necesarias de cooperación con China. Quizá se debió a que el acuerdo anunciado es muy general y no extrae compromisos concretos de China sobre reducción de emisiones, en un momento en el que la economía del gigante asiático no pasa por buen momento.

Biden recalcó, como ha hecho desde que llegó a California el martes, que el objetivo es establecer una relación con China en el que la «competencia entre ambas potencias no derive hacia un conflicto». El problema es que las grandes tensiones con su rival global están lejos de desaparecer y en ellas no se ha vislumbrado ningún progreso en San Francisco: la guerra comercial y tecnológica, el apoyo de Xi a Vladimir Putin en la invasión de Ucrania, la falta de apoyo para presionar a Irán en asuntos como el conflicto en Gaza, las ambiciones territoriales de China en el Pacífico o la cuestión de Taiwán.

Sobre esto último, Biden aseguró que no respalda «ningún cambio unilateral del 'statu quo' desde ninguna de las partes», pero también que le dijo a Xi que esperaba que no hubiera «ninguna interferencia» en las elecciones que la isla celebrará el próximo enero y donde Pekín podría buscar afectar el resultado.

Biden y Xi no habían hablado, ni siquiera por teléfono, desde la última vez que se vieron, hace un año, en la cumbre del G-20 de Bali. Ahora queda comprobar si este encuentro sirve para cambiar la dinámica.

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