De Bagdad a Kiev: la vuelta al mundo en veinte años
20 ANIVERSARIO DE LA GUERRA DE IRAK
Dos décadas después, el balance de una guerra tan corrupta como la de Irak no debería servir como justificación para el violento revisionismo que comparten Rusia y China
Cronología de una guerra
![Iraquíes celebran, junto a una gran estatua de Sadam Husein, la toma de control de área de Bagdad por parte del Ejército de EE.UU](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/18/SADDAM.jpg)
El 20 de septiembre del 2001, nueve días después de la brutal ofensiva terrorista de Osama bin Laden contra Estados Unidos, el presidente George W. Bush declaró la «guerra contra el terror». Era la primera vez en una historia con mucha más ... guerra que paz que la Casa Blanca se implicaba en un conflicto bélico de alcance global definido en términos tan grandilocuentes. El popular deseo de venganza, represalia y castigo quedó enmascarado en un conflicto sin límites y sin métrica posible para luchar «por todo lo que amamos y contra todo lo que odiamos».
El premeditado asesinato de tres mil inocentes con aviones comerciales convertidos en misiles de crucero se había planeado en Afganistán. Un país tribal, anárquico y violento destruido por la guerra civil que estalló en 1989 al acabar la ocupación de la Unión Soviética. Aquí el Kremlin encontró su Vietnam gracias a la ayuda de Estados Unidos a la insurgencia de los muyahidines. Con el éxito cosechado, Washington perdió su interés por Afganistán, que pasó a convertirse, bajo la influencia de Paquistán, en un parque temático del terrorismo integrista.
Embarcado en una creciente espiral de violencia, Osama bin Laden estaba en el punto de mira de Washington mucho antes del 11-S. Y tras la superproducción terrorista de Al Qaida, el gobierno de George W. Bush sabía muy bien que el Afganistán en su mayor parte dominado por los talibanes debía ser el primer objetivo de su «guerra contra el terror». En cuestión de tres días, el presidente recibió el respaldo del Congreso federal para destruir la organización responsable del 11-S y el país que le servía como refugio.
![Imagen principal - De Bagdad a Kiev: la vuelta al mundo en veinte años](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/18/bagdad-U07078725714WOv-758x470@abc.jpg)
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![Imagen secundaria 2 - De Bagdad a Kiev: la vuelta al mundo en veinte años](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/internacional/2023/03/18/estatuahussein-U43847314842dcI-278x329@abc.jpg)
Una vez que los talibanes se negaron a entregar a Bin Laden, el 7 de octubre comenzó la ofensiva angloamericana en Afganistán. La operación, llamada 'Enduring Freedom' («Libertad Duradera») contó con un amplio y activo respaldo internacional. Alemania, Francia, Italia, España e incluso Rusia figuraban entre los países que compartían los objetivos de Estados Unidos y reconocían el derecho a la legítima defensa ante un 11-S considerado como una declaración de guerra.
Los antitalibanes de la Alianza del Norte, con el respaldo aéreo del Pentágono, fueron capaces de tomar Kabul en noviembre y Kandahar en diciembre. Pero a pesar de las apariencias, los talibanes lejos de ser derrotados optaron por retirarse. Y el caos de la batalla fue aprovechado por Osama bin Laden para desparecer en las remotas montañas de Paquistán. Esto impidió que Estados Unidos consiguiera sus dos objetivos principales en Afganistán, embarcándose en una larga ocupación para hacer frente a una guerra de insurgencia.
La amenaza global del terrorismo
En el 2011, el año más duro, 130.000 tropas internacionales (de las cuales 90.000 fueron proporcionadas por Estados Unidos) estaban desplegadas en territorio afgano. Durante ese tiempo que supuso un ingente esfuerzo militar sobre todo para la OTAN, el terrorismo islamista se convirtió en una amenaza global, con una estructura descentralizada y una dimensión totalmente internacional tanto de asesinos como de objetivos, pasando por los medios de comunicación y las redes sociales.
Muy pronto Afganistán sería destronado por otro segundo frente en la «guerra contra el terror»: el Irak de Sadam Husein, contumaz superviviente de la fallida invasión de Kuwait en agosto de 1990. El gobierno de George W. Bush construyó su 'casus belli' contra Irak en base a dos argumentos falsos. Primero, los vínculos entre Al Qaida y el régimen de Bagdad. Y segundo, el desarrollo iraquí de armas químicas y biológicas en contra de las prohibiciones impuestas por la ONU. Para los «neocons», que entonces pilotaban el timón estratégico de Estados Unidos, resultaba intolerable la combinación falsaria de Al Qaida, Sadam Husein y armas de destrucción masiva.
Inicio de la guerra
La guerra de Irak, que empezó con bombardeos aéreos el 19 de marzo de 2003 y una masiva ofensiva terrestre al día siguiente, careció desde un principio del apoyo internacional que tuvo la guerra de Afganistán. Con divisiones no vistas desde la caída del telón de acero, sobre todo los líderes europeos (con la notoria excepción de José María Aznar y Tony Blair) pensaban que no existía vinculación creíble entre Sadam Husein y el 11-S y que el uso de la fuerza contra Irak carecía de la necesaria justificación legal en el marco de Naciones Unidas.
A pesar de todas estas diferencias escenificadas en el Consejo de Seguridad de la ONU, pocos dudaban de que Sadam Husein era un brutal dictador, que suponía una amenaza para toda la región y que había superado su utilidad como contrapeso al Irán de los ayatolás. Entre su historial de gravísimas violaciones de los más básicos derechos humanos destacaba el uso armas químicas contra la minoría kurda y la práctica continua de asesinatos sectarios para controlar la mayoría chiita de Irak.
Sin armas de destrucción masiva
Ante la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak, se intentó utilizar el historial de Sadam Husein como justificación para su derrocamiento. El presidente George W. Bush ya había incluido al régimen de Bagdad en el llamado «eje del mal», junto a Corea del Norte e Irán, embarcados todos en el desarrollo de armas de destrucción masiva y con pocos reparos para su eventual uso. Y en el Washington traumatizado por el 11-S, el Congreso seguía ofreciendo a la Casa Blanca un bipartidista cheque en blanco.
Pese a llegar al despacho oval como un crítico del intervencionismo militar en el extranjero, Bush se convirtió en un abanderado del «cambio de régimen» para Irak. Tenía la arrogancia de querer exportar un sistema democrático a un país sin ningún interés por un proyecto común nacional de libertades y tolerancia. Y como en Afganistán, la guerra iniciada hace veinte años fue relativamente expeditiva y se saldó en cuestión de tres semanas permitiendo a Bush declarar «Misión cumplida» sobre la cubierta del portaaviones USS Abraham Lincoln.
Sin embargo, la postguerra se convirtió rápidamente en una larga y terrible pesadilla que costaría la vida a un estimado medio millón de iraquíes. Como explica el historiador Ian Kershaw: «La invasión, el tratamiento de Irak por sus conquistadores y el vacío de poder que reemplazó la dictadura de Sadam Husein, fueron un regalo para terrorismo yihadista internacional». De los 500 atentados registrados en 1996 se pasó en el 2006 hasta los 5.000. En esta escalada se incluye la matanza en Madrid del 11 de marzo del 2004, el mismo año en el que se contabilizaron 26.500 ataques solamente en Irak.
La tragedia iraquí ha dejado cicatrices por todo el mundo muy difíciles de curar. Donald Trump utilizó las «guerras eternas» para llegar a la Casa Blanca en 2016. Libia fue una intervención menor pero igualmente contraproducente. Francia ha aguantado nueve años en el Sahel sin conseguir mucho. Afganistán fue la operación más larga de todas, hasta que se derrumbó con la humillante huida de Kabul en agosto del 2021. Cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas votó el pasado mes de marzo a favor de condenar la invasión de Ucrania, unos 35 países optaron por abstenerse. Entre ellos, Estados clave como India, Pakistán o Sudáfrica. Muchos en el llamado «sur global» siguen citando Irak como la base de su desconfianza hacia las intenciones occidentales.
Dos décadas después, el balance de una guerra tan corrupta como la de Irak no debería servir como justificación para el violento revisionismo que comparten Rusia y China. Al entrar en el segundo año de agresión contra Ucrania y anticiparse un cada vez más posible ataque contra Taiwán, tanto Vladímir Putin como Xi Jinping han intentado avanzar el retorcido argumento de que Occidente les debe una. Pero repetir en bucle perpetuo el caso Irak como razón para no enfrentarse a las agresiones de dictadores es renunciar a un mundo mejor.
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