ENTREVISTA
Timothy Brook: «China es muy fuerte, pero a la vez una construcción precaria»
El profesor de Historia China en la Universidad de British Columbia y autor de ‘El Gran Estado’ advierte de los desafíos que presenta Pekín ante el mundo en la semana del centenario del Partido Comunista

En la China imperial, cada nueva dinastía tenía por costumbre prohibir los mapas de la anterior. El Partido Comunista, que esta semana celebra con fastuosidad el centenario de su fundación, también cuenta con cartografía propia, la cual trata ahora de imponer al resto del mundo. ... Timothy Brook, profesor de Historia de China en la Universidad de British Columbia, medita al respecto en su reciente libro ‘El Gran Estado’ (Alianza Editorial, 2021) y comparte sus hallazgos en una conversación en la que, contra los cánones, la última pregunta es del entrevistado.
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- Si algo destaca en la historia de China es su continuidad, la cual se extiende ininterrumpida a lo largo de miles de años. Afirma en su libro que «China se convirtió en un gran estado no porque conquistara a otros, sino porque fue conquistada». ¿Cómo explica este fenómeno?
Este tipo de preguntas siempre suponen un reto para un historiador, porque nuestra labor es ir hacia atrás para descubrir qué sucedió, pero no somos tan buenos a la hora de elaborar teorías. Parte de la explicación es que China se convirtió en un gran estado pronto, cuando el emperador-fundador Qin unificó las llanuras septentrionales en el 221 a.C. Esa historia está ahí; China, por ejemplo, ya creaba carreteras como los romanos en Europa. Pero la razón por la que en mi libro arranca con los mongoles desde 1280 es porque ese estado central fuerte nunca duró demasiado. China se fracturaba en estados más pequeños que competían y luego se reunificaban, pero este proceso se detiene con los mongoles. Ellos dotaron a su espacio político de una dimensión mucho mayor.
Pese a este colapso reiterado, o quizá como consecuencia, la idea de la unidad se volvió un ideal político.
Esto es fascinante. Durante mi investigación acudí a los archivos para ver si los fundadores de las dinastías hablaban sobre la unidad como gran ideal político, y no es así. No formaba parte de su legitimidad. Son los mongoles quienes empiezan a hacerlo porque no tienen nada que ofrecer al pueblo que acaban de conquistar. Esto se ha convertido en un ideal moral que llega hasta la República Popular de nuestros días.
Podría decirse que la China actual es, en gran medida, deudora de las aportaciones de los mongoles.
Exacto. Y eso no es algo con lo que la República Popular esté cómoda. El partido ha tratado de crear un relato unitario sobre el pasado y proyectarlo hacia el exterior. China siempre ha existido, siempre ha estado unificada y nunca ha agredido a otros países; esos son los mensajes clave. Esto supone que la Historia como disciplina se ha detenido en China, porque quiere de una mirada crítica.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Japón y China toman caminos opuestos en su relación con el mundo y la modernidad. Los primeros se abren mientras que los segundos se mantienen cerrados. Esta diferencia se plasmaría en la superioridad militar japonesa a lo largo del siglo XX.
Japón había estado aislado, pero con el fin del régimen de Tokogawa llega una generación de jóvenes líderes que detectan que el mundo está cambiando, con nuevas tecnologías y nuevos modos de organizar la sociedad, y tienen que responder. La dinastía Qing se encontraba en una posición intermedia: quiso restringir el acceso a China sin dejar de involucrarse en el comercio. Algunos chinos trataron de adaptarse, pero no supieron hacerlo. La tragedia del siglo XIX en China es que carecía de liderazgo político.
China parece haber aprendido la lección histórica. El país está volcado en dominar las tecnologías de vanguardia y si algo le falta no es, precisamente, liderazgo político.
Así es. Su liderazgo político está muy cohesionado, al menos desde fuera, y conduce al país hacia adelante para tratar de convertirse en el más poderoso del mundo. En ese sentido el gobierno actual ha sido muy exitoso.
En el siglo XX China estaba dividida en facciones irreconciliables. Es quizá la más débil, la comunista, la que acaba imponiéndose. ¿Por qué ganaron la guerra civil?
Tras la II Guerra Mundial se creía que los nacionalistas del KMT recuperarían el poder, pero carecían de la unidad y del apoyo social suficiente. Tampoco por parte de sus aliados: los americanos no estaban tan comprometidos en su asistencia a Chiang Kai-shek como los soviéticos con Mao Zedong. Hay muchos factores en juego, pero creo que la clave del éxito comunista reside en su alto nivel de centralización y disciplina.
«La reunificación nunca va a suceder excepto por la fuerza militar. La mayoría de la gente en Taiwán ya no cree formar parte del mismo país que el continente»
Taiwán todavía representa la gran cuestión pendiente de aquella guerra civil ya tan lejana.
Taiwán es una rareza porque la República Popular considera la isla parte de su ‘territorio sagrado’. Desde mi punto de vista la reunificación nunca va a suceder excepto por la fuerza militar. La mayoría de la gente en Taiwán ya no cree formar parte del mismo país que el continente; lo mismo sucede en Hong Kong. El Partido se ha creado uno de sus mayores problemas, igual que sucedió con Tíbet u otros lugares habitados por minorías étnicas que no quieren formar parte de China. China es un país muy fuerte, pero al mismo tiempo es una construcción precaria.
Cierra su libro recuperando el concepto de posguerra de Tony Judt para explicar cómo los grupos triunfantes en cada país disfrutaron de varias décadas de hegemonía.
Me alegra que me haga esa pregunta porque creo que es importante. Al final de la guerra cada régimen estaba postulado a partir de la victoria, lo que al mismo tiempo creó una narrativa que no podía ser alterada: es parte del problema en Taiwán. China todavía está atrapada en ella.

Por eso defiende que la posguerra en China en realidad no ha acabado. ¿Qué tendría que suceder para que ese momento llegara? La apertura de su sistema político parece cada vez más distante.
¿Verdad? De hecho, parece alejarse más cada día. Vimos a China evolucionar durante los noventa, cuando existía la posibilidad de crear un sistema político más consulto en el que los ciudadanos pudieran tener un papel más activo. El partido, sin embargo, ha ido en la dirección contraria, casi como si estuvieran en guerra con el resto del mundo. Creo que la única manera de que esto cambie es por medio de una gran crisis que quizá no sea política sino, por ejemplo, medioambiental.
Un virus, quizá [risas].
[Risas] Es interesante ver cómo la pandemia no ha provocado ningún tipo de transformación política. Más bien al contrario, ha acabado por solidificar la posición del partido.
Al final de libro menciona el puerto de Hambantota en Sri Lanka, cedido a China a cambio de una condonación de su deuda, y traza una acertada comparación con Hong Kong. ¿Nos encontramos ante una política neocolonialista?
El colonialismo consiste en un estado poderoso que desembarca en un lugar menos desarrollado e impone condiciones financieras ventajosas; China sigue este patrón. Recurro a los casos de Sri Lanka, Venezuela, Ecuador y muchos otros países africanos que a consecuencia de sus relaciones económicas han perdido independencia política. Mira, por ejemplo, las votaciones en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas: la mayoría de ellos votan siempre con China. Soy consciente de que esto me coloca en una situación incómoda, porque en Occidente solo la extrema derecha dice este tipo de cosas; los progresistas no quieren acusar a China de algo así.
«Mi mayor preocupación respecto al modo en que China actúa en el mundo es que destruya el orden internacional»
La administración Biden podría estar cambiando esto.
¡Y es interesante verlo! La administración Biden está intentando dar voz a críticas inteligentes y habrá que ver cuán lejos llegan.
Mencionaba antes la votación subrogada en la ONU. La política de integración ha supuesto que la comunidad internacional se acomode a China más que al revés. Esta, por ejemplo, encabeza más instituciones que cualquier otro país al mismo tiempo que desoye el fallo de la Corte Permanente de Arbitraje en La Haya sobre sus reclamaciones territoriales en el Mar del Sur de China.
Mi mayor preocupación respecto al modo en que China actúa en el mundo es que destruya el orden internacional. Este tiene muchos fallos, pero ideas como la de que todos los países son iguales y por tanto deben ser tratados de igual manera son beneficiosas. Hay un esfuerzo dirigido por parte de China para usar las instituciones de la ONU sin aceptar sus ideales. Eso es lo más alarmante de su emergencia política en las últimas décadas.
En su epílogo llama a los lectores a imaginar cómo será el mapa del mundo dentro de un siglo. ¿Qué aspecto tiene el que imagina usted?
Creo que si fuera capaz de contestar esa pregunta la hubiera incluido en el libro [risas]. ¿Cómo entonces? No lo sé... El poder estatal crece cada día pese a la resistencia social y las consecuencias medioambientales. No hay más remedios que preguntarse si el mundo que hemos creado es sostenible. Me inquieta que un día descubramos que no lo es. ¿Qué pasará entonces?
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