Tensión y lágrimas en el triángulo de la muerte de Bombay

“Llevo dos días en la puerta. Me llamaron para decirme que estaba bien, pero ahora ya empiezo a dudar”. Benta espera a su hermano a las puertas del hotel Oberoi. Junto a una amiga y rodeada por cientos de periodistas y diplomáticos de todo el mundo, esta diseñadora de Jaipur viajó a Bombay nada más conocer la noticia de que su hermano era uno de los afectados por los ataques. Llega a las siete de la mañana y espera que su nombre no sea uno de los que la megafonía anuncia como “herido que ha sido evacuado al hospital”.

El Oberoi se erige al final del malecón como una mole muda de veinticuatro pisos en los que durante las últimas tres jornadas los terroristas se atrincheraron reteniendo a decenas de rehenes. Otros, como los empresarios españoles Alejandro de la Joya y Álvaro Rengifo, permanecieron escondidos en sus habitaciones hasta que las fuerzas de seguridad lograron a mediodía “limpiar el hotel de terroristas”.

Todos los taxistas de la ciudad lo conocen, pero estos días resulta complicado encontrar conductores dispuestos a conducir hasta las proximidades de esa especie de triángulo de la muerte formado por el propio Oberoi, el hotel Taj Mahal y el centro judío de Narimán. “Peligro”, “la carretera está cortada” u otro tipo de respuestas son las habituales en un gremio poco dado a rechazar clientes, especialmente extranjeros, pero que también vive estas jornadas con el miedo metido en el cuerpo.

Falta de informaciónTras el anuncio público por parte de las autoridades del éxito de la operación, los rehenes fueron saliendo con cuentagotas. Uno a uno, pasaban del hotel al edificio anexo de la compañía Air India y de allí a la libertad. Pese al silencio de los disparos y explosiones, el cordón militar no se levantó en todo el día. Cientos de soldados mantuvieron el hotel liberado cerrado a cal y canto y se encargaron de que cada víctima llegara a salvo a los coches que les esperaban.

Entre la muchedumbre, gente de todas las nacionalidades. “Dijeron que buscaban americanos y británicos, pero también hay al menos ocho japoneses”, confesaba un diplomático nipón nervioso ante el paso de los minutos sin noticia de sus compatriotas. “Yo creo que ha sido una gran operación y que el sábado va a terminar todo, nuestras fuerzas armadas han demostrado una gran destreza a la hora de abordar este problema”, destacaba orgulloso el reportero de The Economic Times, Maulik Vyas.

Tras la alegría por el comunicado sobre la liberación del hotel, las lágrimas e histeria ante las rumores de que se habían encontrado al menos veinte cuerpos en una habitación. Luego la cifra subió a cuarenta, y finalmente la Policía la fijó en veinticuatro. Un martirio para gente como Benta que veía desfilar ante sus ojos a supervivientes del ataque, sin poder distinguir a su hermano entre ellos. De pronto, sirenas. Dos ambulancias se abren paso entre el hormiguero humano montado en la parte trasera del edificio para evacuar heridos. Confusión. Lágrimas. Empujones. “¿Por qué no hay una lista clara?”, “¿qué nos estáis ocultando?”, sube el volumen de los gritos en esta macabra espera que para algunos concluye con la desagradable noticia de que ese al que esperan, nunca saldrá por la puerta para recibir el abrazo con el que llevan soñando tres días.

“¡Es él, está vivo, está vivo!”, Benta rompe a llorar y empuja a las policías que discretamente han relevado a sus compañeros varones en aquellos tramos del pasillo humano que forman en los que la presencia femenina es mayoritaria. Como decenas habían hecho antes, los hermanos entran en el coche y se alejan rápido de este lugar que para muchos, ya será un punto maldito en el mapa de la ciudad.

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