Santiago, el mito de Fidel

Titular: «Muerto Fidel Castro». ¡Cómo habría cambiado la historia si esa portada del diario cubano «Ataja» del 29 de julio de 1953 hubiese sido cierta!. «Muerto Fidel Castro, peleando contra el ejército».
Pero no fue así, y ese ejemplar periodístico que hoy se exhibe con orgullo castrista advierte al visitante que la muerte de Fidel (o más bien su capacidad para esquivarla) es el pedestal sobre el que se asientan su mito y su dictadura. Es el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, donde el mito tuvo su génesis.
Llegamos en bicitaxi. Ante la fachada, frente a la placa conmemorativa, tres policías se cobijan en la única sombra del lugar. Uno hojea el «Granma». El segundo, el también oficial «Juventud Rebelde». El otro, amodorrado en su silla. Ni preguntan.
Marcas en la fachada
Decenas de proyectiles decoran la fachada: «Son las balas del ataque de Fidel, quien lideró, junto a su hermano Raúl y Abel Santamaría, el asalto a la segunda guarnición más importante del Ejército de Batista», explica la guía que se ofrece a acompañarnos en la visita. «La asonada resultó ser un fiasco y Fidel huyó. Tres días después se le daba por muerto ya que los soldados que le acorralaban tenían la orden de ejecutarlo».
Sin embargo, gracias a la mediación del teniente Sarría, quien le conocía de la Universidad de La Habana, Fidel regresó a la vida: «Las ideas no se matan», dice la leyenda que espetó Sarría a sus subordinados cuando le capturaron. Una frase martilleada hasta la saciedad por el régimen comunista en sus innumerables carteles propagandísticos apuntalados por toda una isla a cuya capital llega esta noche el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, quien se entrevistará con su homólogo, Bruno Rodríguez.
La visita al «sancta sanctorum» del castrismo es un recorrido por la mitología revolucionaria cubana: desde la construcción del cuartel por los españoles en 1859 -con el nombre de Reina Mercedes-, a la historia final del desembarco del «Granma» y posterior triunfo revolucionario seis años después del ataque fallido al Moncada. Todo ello con la simbología típica del régimen: utilización del mensaje de José Martí, Camilo Cienfuegos como hombre íntegro, el Che revolucionario... y consignas mil.
Abandonamos lo oficial. Y es nuestro bicitaxista, Mario, quien nos cuenta su versión pedalada a pedalada: «Todo acabó cuando cayó la URSS. Antes se sobrevivía, si no te metías con él [rehusa nombrar a Fidel], ahora se malvive. La economía es un desastre, y este año el peor. La felicidad murió en Cuba, amigo». ¿Por qué no menciona a Fidel o Castro? «Tú eres turista, español y puedes... yo nací en un régimen del miedo a hablar y ya sabes...».
Segunda parada «mitológica», el museo Abel Santamaría otrora hospital Saturnino Lora donde Fidel Castro pronunció su histórico alegato de autodefensa «La historia me absolverá».
La toga de Fidel sigue intacta en una vitrina, la máquina de escribir, las mesas, las sillas, incluso un sorprendente esqueleto para la típica lección de anatomía. Todo ello con cierto aroma rancio que corta la respiración. «Todo está como el día del juicio», advierte un guía bien entrenado para recitar las proezas de la revolución cubana. «...Condenadme, no importa, la historia me absolverá». Fin de la visita.
Ancianos vendedores de maní, colas enormes para tomar un helado en la famosa heladería Coppelia, estudiantes debidamente uniformados, más colas para todo (por ejemplo, el servicio de autobuses), atronadores cláxones de vehículos de los años 50 -buicks, chevrolets. cadillacs- y un bullir incesante nos adentran en el casco viejo de la ciudad. El bicitaxista ya cobró su carrera de 5 CUC por una hora de servicio (3,75 euros al cambio).
Estamos ya en otro epicentro del castrismo, el parque Céspedes donde se ubica el ayuntamiento santiaguero desde cuyo balcón, el 1 de enero de 1959, Fidel Castro proclamó el triunfo de su revolución. «Prohibido el acceso». ¿Es este el mismo edificio desde el que Hernán Cortés dirigió la alcaldía?. «Prohibido el acceso», de nuevo repiten los policías del «Minir», como se conoce en Cuba al Ministerio de Interior.
En un lateral, algunos turistas observan desde el hotel Casagranda el ir y venir cubano. Parapetados de mojitos, pizzas o estrambóticos capuchinos. A salvo de calor y alquitrán.
El médico español
En la plaza está Alfredo, es un economista jubilado, pedigüeño de la zona que advierte nuestro interés por la balconada azul del discurso de Fidel. «Todo se acabará cuando mueran los del desembarco del Granma», nos interpela haciendo referencia al yate que trajo a Fidel y otros 81 expedicionarios de su exilio mexicano en diciembre de 1956. ¿Y cuántos quedan? «Fidel y Raúl». En septiembre murió Juan Almeida, el hasta ahora tercer superviviente.
De nuevo el pedestal del mito. La rumorología de una isla que espera el día. El titular. «Tú que eres español... ¿Es verdad que un médico de España operó a Fidel y que éste tiene el estómago con tubos de plástico?». Buff... un titular difícil de confirmar.
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