Lo peor ya está aquí

Para la pregunta de cómo Putin ha podido calcular tan mal y arruinar tanto su reputación de matón sin escrúpulos pero calculador, no existe una respuesta clara. Sobre todo, a la vista de los profundos lazos familiares, culturales e históricos que unen Rusia y Ucrania. Todo apunta a que esta agresión obedece a una mezcla de arrogancia y aislamiento por parte de Putin. Con el resultado de una inicial ofensiva sin mucho sentido militar, más bien diseñada por un espía que por un general.

Rectificar este desastre, y definir una victoria aceptable, implica un riesgo multiplicado de que terminen por emplearse armas no convencionales. Moscú ya empezó la semana pasada a construir sus argumentos para justificar atrocidades todavía mayores reconociendo por primera vez cuantiosas bajas entre sus tropas. A lo que se une la confianza depositada en el general Alexander Dvornikov, curtido en toda clase de crímenes de guerra en Siria, como responsable de la ofensiva en el Donbass.

A partir de ahora, la cuestión no es si Rusia va a utilizar armas no convencionales contra los ucranianos, sino cuándo. Por eso se puede decir que ya se ha llegado a lo peor de esta guerra planteada por Vladímir Putin como algo inevitable, imparable y hasta honorable. Una distopía de la Segunda Guerra Mundial en la que se quieren evitar exactamente los mismos crímenes que él está perpetrando en Ucrania.