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«Otro Fukushima es posible»

Tras la reciente catástrofe, el miedo impera entre los vecinos de Kariwa, la mayor central nuclear del mundo

«Otro Fukushima es posible» p.m. díez

PABLO M. DÍEZ

Se acerca abril y en Japón empiezan a florecer los cerezos. Pero la estampa en Kariwa , un pequeño pueblo costero al noroeste de Japón, dista mucho de las postales primaverales con árboles cubiertos de pétalos blancos que abundan en Tokio o Kioto. Kariwa vive a la sombra de la mayor central nuclear del mundo en producción de electricidad, operativa desde 1985. Capaz de generar 8.212 megavatios y dar luz a 16 millones de hogares, sus chimeneas y torres de vapor se ciernen amenazadoras sobre las casas de los 5.000 vecinos de Kariwa y de los 90.000 de la cercana ciudad de Kashiwazaki. Aunque la planta atómica da trabajo a muchos de ellos, ha cundido el miedo por las fugas radiactivas de Fukushima.

En Kariwa, un accidente así sería un desastre aún mayor porque su central tiene siete reactores , uno más que Fukushima 1. Construida junto al mar pese al riesgo de tsunami, está expuesta a terremotos como el que sacudió a la costa de Chuetsu el 16 de julio de 2007, de 6,8 grados de magnitud. Precisamente, los puntos de mayor intensidad se localizaron en Kashiwazaki y Kariwa, que dan nombre a esta central enclavada en la prefectura de Niigata.

Con el epicentro situado a sólo 22 kilómetros, el potente seísmo afectó a sus reactores. Tras varios días ocultando información, Tepco, la misma compañía eléctrica que gestiona la planta de Fukushima, se vio obligada a reconocer un grave vertido radiactivo al Mar de Japón . Desde entonces, tres de sus reactores (2, 3 y 4) permanecen detenidos, pero los otros cuatro funcionan a pleno rendimiento.

Altos indices de mortalidad por cáncer

“Lo mismo que ha ocurrido en Fukushima puede pasar aquí mañana”, se lamenta Chie Takakuwa , una profesora de Matemáticas jubilada que lleva años recopilando estadísticas sobre las enfermedades en Kariwa. “En dolencias cardiovasculares estamos por debajo de la media de Niigata, pero los índices de mortalidad se disparan por cáncer de estómago, pulmón e intestino”, explica con los datos oficiales en la mano que ha conseguido a través de un concejal independiente.

“Entre 1988 y 1993, la mortalidad de Kariwa estaba por debajo de la media en la prefectura de Niigata. Diez años después de la apertura de la central, se puso al mismo nivel y, a partir de 2000, la superó”, traduce la curva ascendente de un gráfico del Ministerio de Salud.

A su lado, Kumi Ito , otra maestra de 64 años, asegura que “cuando se publicaron las últimas estadísticas oficiales en 2007, éste era el pueblo con más cáncer de Niigata junto a Agamachi, seriamente castigado por la contaminación de las industrias pesadas y por la enfermedad de Minamata”. Así se conoce a las horrendas malformaciones que, también en Japón, causó en los años 50 la corporación química Chisso por verter al mar grandes desechos de mercurio que se acumularon en los peces de la bahía de Minamata y luego pasaron a la cadena alimentaria.

Chie Takakuwa y Kumi Ito temen ahora que un mal semejante se esté larvando en las centrales nucleares niponas. “En Kashiwazaki han aumentado los casos de síndrome de Down entre los hijos de los trabajadores de la planta atómica”, apunta una. “En Akada, otra aldea vecina, se ha disparado el cáncer de pecho ”, replica la otra.

Acostumbrados al derroche de electricidad

Como es muy difícil demostrar la relación entre estas enfermedades y las centrales, el Centro de Información Nuclear a los Ciudadanos, una ONG que lucha contra la energía atómica desde 1975, exige más transparencia a las compañías eléctricas niponas. “Japón debería renunciar a este tipo de energía y apostar por las renovables, pero tenemos una sociedad atómica porque es un negocio que genera mucho dinero y hay connivencia entre el Gobierno y las eléctricas”, denuncia el representante del Centro en Niigata, Kazuyuki Takemoto.

Pero las voces de los ecologistas apenas se escuchan en un Japón acostumbrado al derroche de electricidad y al consumo exacerbado más allá de sus recursos naturales. Para acallar críticas y comprar voluntades, las once firmas eléctricas que se reparten el archipiélago como una tarta dedican partidas presupuestarias millonarias.

Entre las casitas de madera de los pescadores y las granjas de melocotones de Kariwa, Tepco ha construido un moderno centro social, un colegio y un parque que son la envidia de los pueblos de alrededor. De la factura de la luz, que asciende a unos 240.000 yenes (2.070 euros) anuales, devuelve a cada familia 18.000 yenes (155 euros) para hacer más llevadera su proximidad a la central. Y las casas situadas bajo el tendido eléctrico de las torretas reciben generosas sumas de dinero a modo de compensación.

Pero la amenaza nuclear es recordada constantemente por los paneles electrónicos que pueblan las calles, donde se informa sobre los niveles de radiación. Con la mayor central atómica del mundo , Kariwa es un pueblo más rico y desarrollado, pero sus cerezos ya no florecen tan blancos como antes cuando llega la primavera.

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