El Gobierno intenta impedir que la revuelta se propague al resto de Tailandia
El Gobierno de Tailandia intenta impedir que la revuelta de los “camisas rojas”, aplastada a sangre y fuego en Bangkok, se propague al resto del país. Temeroso de que la represión militar del miércoles encienda la mecha de más protestas, sigue vigente el toque de queda nocturno en la capital y en 27 de las 76 provincias de Tailandia, sobre todo en el noreste. Allí se localiza el bastión electoral de los “camisas rojas”, en su mayoría pobres campesinos procedentes de áridas zonas rurales cuyos cultivos de arroz y maíz dependen del monzón y son de tan mala calidad que apenas les dan para malvivir.
Además de en Bangkok, la violencia se ha desatado estos días en otras provincias del norte y noreste como Chiang Mai, Udon Thani y Khon Kaen, donde miles de partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, depuesto por un golpe militar en septiembre de 2006, han quemado y destrozado edificios públicos. Algo que no resulta de extrañar porque el populista Thaksin, nacido precisamente en Chiang Mai, gestaba sus arrolladoras victorias electorales comprando directamente los votos a los campesinos en los mítines que pronunciaba por dichos lugares.
Todo lo contrario de Pattaya, la meca del turismo sexual tailandés, que anoche se convirtió en la primera ciudad del país donde fue levantado el toque de queda para que los viajeros puedan seguir abarrotando los bares de alterne y los clubes de “strip-tease” donde las chicas bailan en “top-less”.
Con el propósito de apaciguar los ánimos, el primer ministro, Abhisit Vejjajiva, ha prometido una investigación para aclarar los disturbios que han sacudido a Bangkok durante estos dos últimos meses, en los que han muerto 83 personas y 1.800 han resultado heridas. En un caso insólito a la hora de aplacar disturbios callejeros y más propio de guerras como la de Bosnia, muchas de ellas fueron disparadas por francotiradores del Ejército apostados en los rascacielos que abrían fuego a sangre fría y seleccionando a sus objetivos. Entre ellos destaca el general renegado Khattiya Sawasdipol, un prestigioso militar que había cimentado su popularidad combatiendo a los insurgentes musulmanes del sur y se había unido a los “camisas rojas” para dirigir su estrategia de batalla. Tras varios días en coma, su muerte desató la ola de violencia que acabó con la toma del campamento que los “camisas rojas” habían levantado en el corazón del distrito financiero y comercial de Bangkok, convertido en un auténtico campo de batalla.
Aunque Abhisit ha tendido la mano a la reconciliación, no ha aclarado si depurará responsabilidades políticas por estos asesinatos selectivos ni si adelantará las elecciones al 14 de noviembre, como había prometido antes de que se rompiera el acuerdo con los “camisas rojas” y estallara de nuevo la violencia.
“Tenemos un plan de reconciliación de cinco puntos basado en los principios de participación, democracia y justicia, que incluye reformas económicas y en los medios de comunicación que pretenden reducir las divisiones sociales en Tailandia”, aseguró el primer ministro en un discurso emitido por televisión, en el que reconoció los “enormes retos” a los que se enfrenta el país para superar la fractura abierta.
Ahora todo depende de la respuesta de los cabecillas de los “camisas rojas”, que pertenecen a los estratos más bajos de la sociedad tailandesa y acusan al Gobierno de usurpar el poder apoyándose en el Ejército, los jueces y las clases medias y altas urbanas. Pero esta lucha de clases por la democracia es aprovechada por políticos corruptos y grandes empresarios que utilizan a uno y otro bando para hacerse con el poder y repartirse sus beneficios.
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