Éxodo palestino, de Siria a Líbano
Los palestinos apátridas se suman a la oleada de civiles que abandonan Siria
« Te detienen sin importar si has hecho algo o no. Ser joven y vivir en una zona donde hay manifestaciones son razones suficientes para terminar entre rejas ». Ahmed es el nombre ficticio de un joven palestino de 18 años que ha cambiado el campo de refugiados de Yarmouk, en Damasco, por el de Shatila, en Beirut.
Nada más comenzar las revueltas contra Bashar Al Assad el régimen trató de obtener el respaldo público de las facciones políticas palestinas presentes en Siria, pero estas prefirieron mantenerse neutrales. Con el paso de los meses las cúpulas de partidos como Hamás han abandonado el país y los nueve campos están bajo control militar porque muchos de sus habitantes — 486.946, según datos de la UNRWA , organismo de Naciones Unidas encargado de prestar atención a los palestinos que fueron expulsados por Israel de sus tierras— se han sumado a las protestas.
« Desde hace un mes empezaron las manifestaciones diarias, después llegaron los milicianos del Ejército Sirio Libre (ESL) y empezaron los bombardeos por parte del Ejército para acabar con ellos », recuerda Ahmed mientras fuma un cigarro detrás de otro. «Yo regresaría ahora mismo, pero mis padres me quitaron los papeles y no puedo cruzar la frontera», lamenta. A la pregunta sobre si le gustaría empuñar un arma para combatir responde con una media sonrisa y un silencio que rompe diciendo que «todos los jóvenes en el campo estamos con la oposición y queremos que caiga este régimen».
De la caridad internacional
Shatila es un campo extraordinariamente poblado . En apenas un kilómetro cuadrado conviven 17.000 personas, la mitad palestinas y el resto libaneses de clase baja y trabajadores sirios llegados en los últimos años. A ellos hay que sumar ahora cincuenta familias procedentes de los campos sirios y los responsables del campo esperan nuevas llegadas como las que se han producido a otros campos como el de Burj Barajneh.
« Vivimos gracias a las ayudas privadas, ninguna ONG se ha dirigido a nosotros hasta el momento », lamenta Om Mahmoud, que huyó de los combates el 21 de julio junto a sus tres hijos. Mientras que en Siria los palestinos gozan prácticamente de los mismos derechos que los nativos y han tenido siempre de un apoyo importante por parte de las autoridades, en Líbano la legislación es estricta con ellos y no pueden desempeñar 82 oficios, no tienen derecho a comprar una casa, ni a formar una empresa o una ONG. La UNRWA estima que más del sesenta por ciento vive por debajo de la línea de pobreza, algo que no ocurría en Siria.
Avanzamos por las callejuelas de Shatila entre carteles de Arafat, Sadam Husein y las fotografías de los mártires de los distintos grupos armados en compañía de los representantes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que llevan un plano con cada bloque de viviendas numerado y con una señal en aquellos donde viven los recién llegados. Muchos de ellos no quieren hablar y todos se niegan a dar su nombre real y a ser fotografiados. Quieren volver a Siria y tienen miedo, mucho miedo a posibles represalias.
Algunos añoran la calma anterior a la revolución porque «nuestra vida era normal hasta la llegada de los milicianos de la oposición. Incluso acogimos a muchas familias procedentes de zonas próximas como Tadamón o Midan, donde había combates diarios», relata Om Mohamed, cuyo marido sigue en Siria y le pide que de momento no se plantee el regreso a casa.
« Toda la culpa es de los rebeldes … teníamos de todo , vivíamos como auténticos sirios y mira ahora, en Líbano y sin luz, sin agua, sin dinero y en la ilegalidad porque nuestros permisos son de una semana y ya están caducados, ¿qué será de nosotros?», se pregunta con preocupación mientras abraza a su hijo menor que tiene un problema de crecimiento y para el que necesita un tratamiento que los médicos en Shatila no le pueden ofrecer de manera gratuita.
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