Daesh y Al Qaida recuperan sus feudos perdidos
La salida de EE.UU. de Afganistán, y la inminente salida de Irak y Siria, por decisión del presidente Biden, dejan a la CIA muy debilitada y auguran un nuevo resurgir del yihadismo mundial
![Un graffiti contra los drones norteamericanos, en Yemen](https://s2.abcstatics.com/media/internacional/2021/10/05/gra-k6NH--1248x698@abc.jpg)
Superado el trago amargo del veinte aniversario del 11-S, la Administración Biden se ha reafirmado en el principio rector de su política exterior: es China, y no el yihadismo , la principal amenaza para la seguridad y el liderazgo de los Estados Unidos.
La retirada de tropas de Afganistán es, en ese marco, un primer paso. El siguiente será la salida definitiva de Irak, el otro país de Oriente Próximo que EE.UU. invadió tras el 11-S. Por orden del presidente Biden, los últimos 2.500 militares que permanecen en el área de Bagdad –en tareas ya casi simbólicas– volverán a casa a finales de este año. Los analistas apuntan que la Casa Blanca no tardará también en anunciar la marcha de los últimos 900 militares que permanecen en el este de Siria en apoyo de los kurdo-sirios, que ven ya sus horas contadas.
El toque de retreta de Biden –’no more American boots on the ground’, no más soldados norteamericanos luchando en las guerras de otros, viene a ser su lema– ha supuesto de entrada el regreso a sus feudos originales de los dos movimientos yihadistas más importantes del mundo: la red Al Qaida , fundada por Bin Laden y hoy dirigida por Al Zawahiri, y el autodenominado Estado Islámico (Daesh, por sus siglas en árabe), que creo un efímero 'califato' en Siria e Irak. Los dos fueron laminados sucesivamente por los presidentes Bush, Obama y Trump, y condenados a la clandestinidad en Oriente Próximo. Hoy con Joe Biden –que ya como vicepresidente de Obama no ocultó su disgusto por la implicación de EE.UU. en la guerra de Siria– han vuelto a salir a la luz en sus feudos perdidos.
La primera consecuencia la adelantó antes del verano el jefe de la CIA, William J. Burns , en una comparecencia en el Senado. Con su retirada de Afganistán, EE.UU. pierde gran parte de su capacidad de recopilar inteligencia sobre los ataques terroristas del islam radical. «Eso es un hecho», concluyó Burns. La CIA ha contado con centenares de oficiales en Afganistán y en Pakistán, que durante muchos años llegaron a constituir una fuerza paramilitar, que atacaba con drones no solo objetivos de Al Qaida en ese país y en el vecino Pakistán sino también campamentos de los talibanes.
Excesos al margen, ese capítulo se ha cerrado. EE.UU. tendrá muchas dificultades a partir de ahora para conocer la fuerza real que tiene Al Qaida en esos dos países. Y también la relación del grupo fundado por Bin Laden con el nuevo poder talibán . Hay mucho de puesta en escena en la supuesta rivalidad entre los dos movimientos islamistas. Si bien es cierto que tienen estrategias distintas –los talibanes proponen una fórmula exclusivamente afgana, y Al Qaida lucha en cambio por un califato mundial–, ambos son fundamentalistas suníes y justifican el terrorismo como medio para alcanzar su objetivo: imponer una sociedad basada en el Corán.
La segunda consecuencia grave de la política de Biden es el desprestigio de la superpotencia en el polvorín mundial que sigue siendo Oriente Próximo. Un baldón que arrastra consigo a la OTAN y a las potencias europeas , antiguas metrópolis. Siria es un ejemplo claro. La guerra civil, y su corolario de muertos y millones de refugiados, aún no se ha apagado, pero el régimen autocrático de los Al Assad se mantiene en pie gracias al respaldo de Rusia y de Irán. Hace una década, el desplazamiento de EE.UU. a favor de Moscú y Teherán habría sido simplemente impensable.
El compromiso de retirar de Irak el último remanente de fuerzas norteamericanas para finales de año deja a EE.UU. sin ningún ‘pied-à-terre’ en la región. El daño para el trabajo de inteligencia es incalculable. Desde hace meses, la CIA y la Secretaría de Estado buscan soluciones alternativas que ayuden a paliar el problema. Pakistán se ha cerrado en banda a que sigan usando su territorio, más ahora que los talibanes están en el poder en Kabul y constituyen una fuerza temible también en el oeste del país vecino. Washington tantea la posibilidad de volver a utilizar bases para la CIA en Kirguistán y Uzbekistán, pero sus gobiernos temen la reacción de Rusia.
Biden no quiere tropas en los feudos naturales de Al Qaida y Daesh, y patrocina en cambio los ‘ataques selectivos con dron’, como el que abatió el pasado 20 de setiembre en Siria al jefe de operaciones de Estado Islámico. También se cometen errores, como el trágico del ataque norteamericano que mató a diez civiles en Afganistán el 29 de agosto. Sin buena información de inteligencia lo normal es que se repitan. «De nada sirve tener la mejor artillería del mundo si no sabes dónde está el objetivo», declaró hace poco al New York Times el oficial de la CIA retirado Mick P. Mulroy.
El regreso a la luz de Daesh y Al Qaida en Oriente Próximo se combina con nuevos factores que presagian su recuperación en la esfera mundial. Los dos movimientos yihadistas combinaron en las dos últimas décadas su paso a la clandestinidad con la forja de alianzas con otros movimientos islamistas en el África Negra . En estos momentos son muchas sus franquicias en ese territorio, en particular en el área del Sahel (Mali, Níger, Chad, Burkina Fasso y Mauritania) y en el cuerno de África.
La lucha contra el terrorismo yihadista local, sin perder de vista la planificación de ataques en Europa, está liderada aquí por Francia, con el apoyo –como en el caso de Mali– de otros países europeos. La nueva tensión entre París y Argel tendrá repercusiones negativas en la lucha antiyihadista, asi como la decisión del régimen de Mali de buscar el respaldo de los militares rusos para desligarse de su antigua metrópoli.
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