Cummings, exgurú político de Johnson, amenaza con airear trapos sucios
La relación entre los dos impulsores del Brexit se envenena tras la ruptura

En mayo del año pasado, cuando muchos esperaban que Dominic Cummings dejara de formar parte del gobierno de Boris Johnson tras haberse saltado el confinamiento impuesto a la población para evitar la propagación del Covid-19, ya la prensa inglesa decía que el primer ministro ... no iba a expulsarlo porque temía perder al astuto hombre que estaba detrás de sus grandes ideas. Cummings no solo no renunció, sino que en una fría rueda de prensa defendió su actuación. Johnson guardó silencio en favor de su amigo, mano derecha y asesor principal. «No me arrepiento de lo que hice», dijo entonces Cummings a los periodistas. Johnson tampoco.
La exitosa campaña de Dominic Cummings para abandonar la Unión Europea fue lo que le unió aún más a Johnson, convencido ‘brexiter’ y con un perfil muy diferente al suyo. Fue precisamente aquel objetivo común, que juntos lograron consumar el pasado diciembre pese a que tanto el Reino Unido como los Veintisiete se encontraban en plena emergencia sanitaria debido a la pandemia, lo que fraguó una relación en la que el premier encontró la ficha del puzzle que encajaba perfecto con él.
Inteligente, más bien brillante, se comentaba en los pasillos de Whitehall –como se le llama al grupo de oficinas del gobierno en la zona londinense del mismo nombre– que Dominic Cummings era a Boris Johnson lo que Rasputín al Zar Nicolás, aunque con una diferencia fundamental en la analogía: mientras que la zarina Alexandra estaba tan absolutamente obnubilada por el monje con fama de sanador que incluso llegó a declararle en una carta que solo tenía un deseo, «dormir para siempre en tus hombros, abrazada por ti» (no nos equivoquemos, que su declaración no era romántica, sino la de una persona agobiada a su más fiel confidente), la pareja del primer ministro británico, Carrie Symonds, lo último que desearía es un abrazo de Cummings.
De hecho, la mala relación entre ambos habría sido una de las causas de la salida definitiva del asesor en noviembre, cuando se le vio abandonando Downing Street con sus enseres en cajas de cartón, tras una escalada de tensión que duró meses. Pero esa imagen no era el punto final de una relación íntima que acabó mal, porque el llamado “arquitecto del Brexit”, casado con la periodista Mary Wakefield, editora de la revista The Spectator, donde también trabajó Johnson, al parecer tiene mucho que decir tras su paso por las esferas más altas del poder británico.
«Llamarles amigos es quizá un poco exagerado», le confiesa a ABC una fuente que trabajó con ambos, que se limitó a añadir que «se entendían perfectamente y cada uno ayudaba al otro». Así que lo suyo era, como se dice en inglés, un “win-win”, una relación en la que todos ganan. El ex alcalde de Londres es un hombre que arrasa en todos los eventos y en todos los lugares que visita, haciendo gala de su innegable don de gentes y de un carisma arrollador que durante sus alocuciones acaba por seducir hasta a sus detractores. Incluso parece que Johnson responde a las preguntas que en realidad está esquivando, y aún así sus fieles le ríen las gracias y las ambigüedades.
Quienes se apresuran a compararlo con el ex presidente estadounidense Donald Trump no toman en cuenta que tal paridad no es posible, ya que detrás de ese encantador de serpientes rubio, despeinado y extrovertido hay un periodista formado en los colegios y universidades más elitistas del Reino Unido. Con este perfil, no es de extrañar que encontrara el equilibrio en un compañero que, salvo por la inteligencia y la exquisita formación, es todo lo contrario a él, y no solo porque es calvo.
Cummings, fanático de Rusia y de su cultura –habla perfectamente el idioma ruso y es un ávido lector de novelistas como Dostoievski– prefiere disfrutar del poder entre bambalinas, mantener un perfil bajo, y dejar la huella de sus ideas políticas en la agenda del gobierno sin llamar la atención. Al menos, de cara al público. Porque dentro, él y sus ayudantes han sido acusados de ser agresivos y polemistas, de ahí el poco aprecio que cultivaron entre muchos miembros del Partido Conservador, del que él nunca formó parte. En su conocido blog, en el que no deja títere sin cabeza, califica a los funcionarios de carrera como «poco aptos» para tomar «decisiones complejas». Es decir, el tipo de decisiones que prefirió tomar él como asesor de Johnson y que tanto bien le hicieron al ‘premier’, así como a su actual segundo, Michael Gove, de quien fue asesor allá por el 2007.
Aunque no fueran amigos, en el sentido más estricto del término, el roce hace el cariño, sobre todo cuando se comparten secretos de seguridad nacional o se tejen políticas públicas durante interminables horas mano a mano. Si encima tenían una buena química que beneficiaba la carrera profesional de ambos, la pareja funcionaba a la perfección. Pero con la pandemia y otros conflictos se perdió el trato y comenzaron los roces, que obligaron finalmente a la dimisión de Cummings. El capítulo, sin embargo, no estaba acabado y precisamente algunas voces dentro del Ejecutivo expresaron su preocupación por lo que una revancha de Cummings podría significar para Johnson.
No estaban equivocados. Solo cinco meses después, su nombre ha vuelto a los titulares, acompañado por las amenazas de airearle al primer ministro unos cuantos trapos sucios. Los viejos amigos, son ahora nuevos enemigos.
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