Cincuenta años después
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Desde el terremoto del 22 de mayo de 1960, con una magnitud de 9,5 en la escala de Richter, el más importante desde principios del siglo XX, Chile ha estado temiendo que se reprodujera aquella hecatombe que llegó a cambiar la orografía del país, desde Valdivia hasta la isla grande de Chiloé, La Española.
Los volcanes que jalonan el Cinturón de Fuego del Pacífico a lo largo de la cordillera de los Andes entraron en erupción: el Osorno, el Villarrica, el Puyehue, el Llaima, el Calbuco y así hasta medio centenar comenzaron a vomitar fuego. El paisaje sufrió un cambio radical. Desaparecieron lagos y surgieron montes. Los lugareños aterrados, amparados en alguna zona que suponían segura, veían pasar sus casas de madera, enteras, hacia el mar. El maremoto subsiguiente todavía se cobró víctimas en Hawai o en Japón.
Desde aquella catástrofe, los chilenos siempre han estado aguardando el regreso del gran terremoto. Cada diez o quince años, decían, pero no llegaba. No fue el de Santiago, en 1985, por lo que durante décadas se ha estado temiendo que el cataclismo de Valdivia volviera a reproducirse en algún lugar de la larga costa chilena. Ahora, cincuenta años después, ha ocurrido.
Lo primero que se aprende en Chile es a convivir con los seísmos. De diez a veinte temblores se registran a diario, aunque muchos resulten imperceptibles. Desde la escuela primaria se enseña a reaccionar instintivamente. En los simulacros se les recuerda a los alumnos los pasos que deben seguirse sin titubear. Antes que nada: alguien ha de estar encargado de cerrar las llaves del gas, ya sea de ciudad o de butano. Los demás buscarán el cobijo de una mesa resistente (escritorio o comedor), o el vano de las puertas, siempre que no sean tabiques; lejos de ventanas y vitrinas para evitar heridas por la rotura de los cristales. En las familias, nadie cierra la puerta de su dormitorio no vaya a quedar encajada.
Tampoco se duerme desnudo por si hay que salir corriendo. Cada miembro de la familia tiene localizados los dinteles bajo los que guarecerse. Las camas deben estar lo suficientemente alejadas de los armarios (anclados en todo caso a la pared) para evitar que una eventual caída machaque al durmiente, quien a su vez debe tener siempre zapatillas junto al lecho para el caso de que haya correr sobre los cristales esparcidos por el suelo.
También la edificación en Chile tiene un antes y un después del cataclismo de 1960. Hasta no hace muchos años no se construían estacionamientos subterráneos o se horadaban largos túneles. Eso sí, se optó por hermosos rascacielos con unas normas antisísmicas de estricto cumplimiento. Ahora, tras el terremoto de Concepción, de magnitud 8,8 e intensidad de IX en la escala de Mercalli, el quinto más fuerte de los tiempos modernos, se podrá calibrar lo que educación y normativa han servido para limitar los daños y comprobar cuántos edificios se han librado de la catástrofe y cuántas vidas se ha arrebatado a la muerte.
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