Francisco de Andrés
El camaleón sandinista
Ortega tomó las armas para acabar con la dinastía Somoza y ha terminado creando la suya propia

Pocos caciques latinoamericanos pueden presumir de contar con un currículum tan epatante y variado como Daniel Ortega, el contestado presidente de Nicaragua. Revolucionario marxista en los 70, líder de un gobierno filocomunista en los 80, opositor democrático en los 90, presidente electo a partir de ... 2006 y ahora -como broche del círculo y vuelta a sus orígenes, pero en el bando contrario- dictador y fundador de una dinastía familiar al estilo de la de Somoza que él derrocó con sus camaradas sandinistas. O más bien al modo de la de los Castro.
El estoico pueblo nicaragüense, que lleva muchas décadas sin levantar cabeza, soportó los excesos de Ortega -que nombró número dos a su mujer, y cambió la Constitución para ser vitalicio- hasta que el Gobierno aplicó en abril de este año medidas de asfixia económica. El colapso de Venezuela, el régimen amigo, que puso fin a su generosa ayuda, llevó a Managua a decretar una reducción sustancial de las pensiones y un aumento de impuestos a los trabajadores. Desde hace tres meses las protestas sociales («Las calles son del pueblo y el pueblo debe defenderlas», rezaba hasta entonces el lema de Ortega en el friso de la prensa sandinista) han sido reprimidas con una dureza insólita en el continente americano.
Bajo el paraguas de una ideología marxista-leninista (que manipuló el mensaje y la épica del héroe nacionalista y liberal Sandino), Daniel Ortega ha utilizado técnicas camaleónicas para no bajarse del machito desde el triunfo de la revolución en 1979. Su primera fase fue calamitosa en términos económicos, pero la lucha contra los «contra» le otorgó oropeles. Tras un breve interludio democrático, Ortega y sus mariachis dieron a finales de los 90 un giro copernicano: pactos de gobierno con los liberales, acercamiento a la jerarquía católica (no al aborto, boda religiosa del líder con Rosario Murillo) y coqueteos con los empresarios. El triunfo en las urnas en 2006 animó a Ortega a quitarse la careta. El líder «nica» es el más débil de los tres pilares del bolivarismo, y ahora el que tiene más sangre en las manos.
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