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El «Terminator» congoleño encara sus cuentas pendientes con la Justicia internacional

El líder rebelde Bosco Ntaganda se encuentra acusado de crímenes de guerra, así como del reclutamiento forzoso de centenares de menores en el conflicto del este de la República Democrática del Congo

El «Terminator» congoleño encara sus cuentas pendientes con la Justicia internacional afp

EDUARDO S. MOLANO

Apenas eran las primeras luces del alba, pero en la localidad de Mongbwalu ya nadie dormía. El 8 de noviembre de 2002, las tropas de la Unión de Patriotas Congoleños (UPC) lideradas por Jérôme Kakwavu y Bosco Ntaganda iniciaban un asedio contra esta localidad minera del este de la República Democrática del Congo . Mientras que las fuerzas de Kakwavu cercaron la ciudad por el norte, desde los poblados de Pili Pili y Pluto, el comandante Ntaganda se hizo fuerte en el sur, en la zona del aeropuerto. El ataque se prolongó por seis días. Al menos 200 personas fueron asesinadas por motivos étnicos.

«Si detenían a alguien, le preguntaban cuál era su tribu. Si no era una “enemiga” le dejaban marchar. Mataban a los (miembros de la etnia) lendu. Las fuerzas del UPC gritaba para que todos pudieran oír: “Vamos a exterminaros. El Gobierno no os ayudará ahora”» , denunciaba un testigo de la masacre.

Por crímenes como estos, el líder rebelde congoleño Bosco Ntaganda comparecerá esta semana en el banquillo de los acusados del Tribunal Penal Internacional. Desde este miércoles, Ntaganda, alias «Terminator», deberá responder a las acusaciones de crímenes de guerra, así como del reclutamiento forzoso de centenares de menores en el conflicto del este de la República Democrática del Congo.

Excomandante de la milicia tutsi Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP) antes de que esta milicia se integrara en el Ejército congoleño en 2009 , «Terminator» es fiel ejemplo de las alianzas pasadas y presentes entre Kinshasa y los rebeldes que operan al este del país.

A principios de abril de 2012, decenas de excombatientes del grupo desertaban de las fuerzas estatales, y generaron un nuevo movimiento denominado M23 (según los acuerdos del 23 de marzo de 2009).

Mientras que para el Gobierno de Kinshasa la única motivación del nuevo grupo era proteger a su líder Ntaganda, los rebeldes siempre han negado esta relación causa-efecto y aseguran que su huida se debía a las «inhumanas» condiciones de vida que sufrían en el Ejército, así como al impago de salarios. «Nuestra revuelta solo pretende que se respeten los acuerdos de paz de 2009» , reconocía entonces a ABC el tutsi Bertrand Bisimwa, representante del ala política del grupo armado M23.

Violación como arma de guerra

Sin embargo, acosado por sus enemigos y sin apenas ya aliados en la región, «Terminator» se rendía el 18 de marzo de 2013 en la embajada estadounidense de la capital de Ruanda, Kigali, más por las luchas internas entre las fuerzas rebeldes que por la presión judicial.

Precisamente, por entonces se había desatado una lucha de poder en el propio M23 entre los partidarios de Ntaganda y del coronel Sultani Makenga, quien fue elegido nuevo líder de la facción rebelde.

Pero mientras Ntaganda se enfrenta desde este miércoles al Tribunal Penal Internacional, con el líder rebelde Jérôme Kakwavu, su compañero de crímenes en la masacre ocurrida en Mongbwalu, la Justicia parece haber sido más «benévola» .

El pasado mes de diciembre, Kakwavu era condenado a solo diez años de cárcel en una Corte congoleña por, entre otras cuestiones, la violación de dos mujeres, así como la tortura de otras dos personas.

Sus cadáveres en el armario, eso sí, continúan siendo numerosos:

Según un estudio publicado en 2011 por el American Journal of Public Health, cada día, al menos 1.100 mujeres eran agredidas sexualmente durante los años más cruentos del conflicto. En el análisis, centrado en el periodo el periodo 2006-2007, se documentaban las vejaciones sufridas por más de 400.000 mujeres de edades comprendidas entre los 15 y los 49 años. Pese a ello, Naciones Unidas tan solo reconoció 15.000 casos.

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