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Del Mercedes de Kim Jong-il al gulag

Tras hacer carrera en una empresa norcoreana, Jung Gwang Il fue condenado a trabajos forzados

Del Mercedes de Kim Jong-il al gulag P-M. DÍEZ

PABLO M. DÍEZ

De la noche a la mañana, Jung Gwang il pasó de conducir un Mercedes obsequio del «Querido Líder», Kim Jong-il, a dar con sus huesos en un campo de trabajos forzados. En Corea del Norte, así puede cambiarle a uno la vida cuando se atreve a desafiar al régimen, sobre todo cuando se forma parte de su propia élite.

Nacido en 1963 en la ciudad china de Yanji, en la frontera con Corea del Norte, Jung Gwang Il pertenecía a una familia ideológicamente intachable porque su abuelo era un partisano que ayudó a Kim Il-sung, el padre fundador de la patria, en su lucha contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial.

Con siete años, se refugió junto a su familia en Corea del Norte para huir del caos en que había caído China durante la «Revolución Cultural» (1966-76). A salvo de sus desmanes, pudo ir al colegio en Hoeryong, en la provincia de Hamgyong del Norte, y luego ingresó en el Ejército, donde hizo la «mili» obligatoria de diez años y se reenganchó ocho más para ascender a teniente.

Como el Ejército controla los negocios en Corea del Norte, dirigía una empresa estatal que tenía 170 empleados y ocho barcos pesqueros y vendía bacalao en China, que él mismo transportaba cruzando la frontera mientras la «Gran Hambruna» se cobraba dos millones de vidas en los años 90. «Nos compraban la tonelada a 300 dólares y luego se la revendían a los tratantes de pescado surcoreanos por 1.200 dólares», explica a ABC Jung Gwang Il, quien decidió romper las normas y saltarse al intermediario chino al ver las oportunidades de negocio que se le planteaban. «En sólo 16 meses, conseguí un beneficio de 700.000 dólares para la empresa estatal y me regalaron un Mercedes E-300 con una plaquita en el salpicadero diciendo que era un obsequio de Kim Jong-il», rememora aquellos días con una sonrisa amarga en el rostro.

Acusado de espionaje

«En 1997 se veían cadáveres por las calles en la ciudad de Chongjin. La gente estaba tan extenuada por el hambre que se desplomaba cuando iba andando y fallecía en cualquier sitio», señala el militar, a quien nunca le faltó la comida por pertenecer al Ejército y hasta podía permitirse «el lujo de una langosta una vez al mes». Mientras tanto, los carteles de la propaganda rezaban surrealistas proclamas que nadie se creía como «Apretémonos el cinturón, hagámonos un agujero más» o «Sigamos subiendo la montaña».

En medio de este horror, la «buena vida» de Jung Gwang Il acabó en julio de 1999, cuando el intermediario chino lo denunció como venganza por haber perdido el negocio y los agentes de la Seguridad del Estado lo acusaron de espionaje por haber tenido trato con un surcoreano. «A base de palizas en una celda subterránea, que me dejaron sin dientes, me arrancaron una falsa confesión y en abril de 2000 fue condenado a tres años de trabajos forzados en el campo número 15, en Yodok, donde los prisioneros teníamos que cultivar la tierra para recibir 600 gramos de gachas de maíz al día», desgrana Jung Gwang Il, que pesaba 75 kilos cuando fue arrestado y en menos de un año se convirtió en un esqueleto humano de 38.

«En Yodok, donde los padres le arrebataban la comida a sus hijos para sobrevivir, no hacía falta la violencia para matar a los prisioneros, que morían de hambre cuando no podían terminar el trabajo asignado y les reducían las raciones. Con cada vez menos comida y más débiles para tan dura labor, no tardaban en fallecer», se lamenta el exmilitar, que sobrevivió a tal infierno sin poder comunicarse con su familia durante esos tres años.

Huida a China

Tras su liberación, descubrió que su esposa y sus dos hijos habían huido a China con la ayuda de su hermano, otro militar que se salvó de la purga tras su caída en desgracia. El 30 de abril de 2003, él también desertó cruzando el río Tumen. Tras reencontrarse con su familia, que pensaba que había muerto, reunió unos 6.000 euros para comprar pasaportes falsos con los que viajar a Camboya y pedir asilo en la Embajada surcoreana. Jung Gwang Il ha rehecho su vida, pero «incluso a salvo en Seúl, adonde llegué el 22 de abril de 2004, tengo pesadillas con el campo de concentración de Yodok».

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