Jaime Vázquez Allegue, vicedecano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca

Las historias de los Papas cuentan con anécdotas muy curiosas que ponen de manifiesto que la Iglesia -además de trascendente- tiene una dimensión muy humana que hace que cualquiera pueda verse reflejado y sentirse identificado con ella.

El primer Cónclave en sentido estricto surge en 1241 cuando Mateo Rosso Orsini encierra a los electores bajo llave (cum clave) en el palacio romano del Septizonium para apresurar la elección del nuevo Pontífice. La gran anécdota tuvo lugar en 1271 cuando los habitantes de Viterbo (Italia), cansados tras casi tres años de reflexiones, sondeos, deliberaciones y votaciones, decidieron encerrar a los diecisiete electores restringiéndoles la dieta a pan y agua y retirándoles las tejas del palacio, dejando así a los cardenales a la intemperie. Estos, para protegerse del frío construyeron pequeñas chozas de madera. Las crónicas de la época justifican este gesto afirmando que el cardenal Juan de Toledo había aconsejado abrir el techo para dejar entrar al Espíritu Santo. El resultado fue la rápida elección de Gregorio X (1271-1276).

Una anécdota simpática tuvo lugar tras el nombramiento del Papa Juan XXIII (1958-1963). Cuentan que en su primera noche como Pontífice pidió al cardenal Nasalli que se quedara a cenar con él. Pero el purpurado le dijo que era costumbre que los Papas comieran solos, a lo que el recién elegido respondió: "¡Tampoco de Papa van a dejarme hacer lo que me de la gana!". El cardenal, accediendo a la petición preguntó: "¡Santidad!, ¿puedo traer champán?". Juan XXIII respondió: "¡Sí, por favor, pero no me llame Santidad, que cada vez que así lo hace me parece que me está tomando el pelo!".

Otro curioso sucedido tuvo lugar en el Cónclave que eligió a Pío IX como Sumo Pontífice (1846-1878); en el momento del recuento de las votaciones él era el escrutador de las papeletas y leía en voz alta los nombres que iban saliendo. Cuando llevaba dieciocho seguidas con su nombre, Giovanni Mastai-Ferretti, pidió que otro cardenal continuara la lectura. Al ver que su petición había sido rechazada, terminó leyendo en voz alta: "¡El Papa soy yo!".

No es ningún un secreto que Pío XII (1939-1958) era un gran aficionado a las carreras de coches y que le gustaba la velocidad. Cuentan que un día mandó instalar un cronómetro en el coche papal para animar a su conductor a que fuera más rápido por las calles de Roma y por el interior del Vaticano. Para los habitantes del pequeño Estado se hizo habitual ver circular por sus calles el vehículo oficial a gran velocidad. Su nombramiento también había sido anecdótico: tras cuatro intentos frustrados para que saliera la fumata blanca, por la chimenea salía humo de todos los colores, así que el nuevo Pontífice tuvo que ser anunciado por la megafonía de la Plaza de San Pedro.

El Papa Pablo VI (1963-1978) era un gran aficionado a la lectura. Dicen que cuando viajaba llevaba una maleta cargada con casi un centenar de libros. Al parecer, quería contar con una pequeña biblioteca ambulante para tener dónde elegir según el momento, el lugar y la circunstancia.

También del "Papa Bueno" Juan XXIII -uno de los papas más entrados en kilos que ha tenido la Iglesia- se cuenta que cada vez que se subía a la silla gestatoria lo hacía a regañadientes, murmurando su desencanto por el esfuerzo. Y que la primera vez que subió a ella preguntó con una sonrisa a quienes iban a cargar con él: "¿No se hundirá esto con tanto peso?".

De Juan Pablo II hay muchas anécdotas que caracterizaron su personalidad cercana y bondadosa así como su pasión por los deportes. Una de ellas tuvo lugar el mismo día de la ceremonia que dio inicio a su pontificado, el 22 de octubre de 1978. Al parecer, ese día había un partido de fútbol muy importante que hizo que el Papa recién elegido adelantara la ceremonia para no quitar audiencia al encuentro deportivo. La última anécdota es una coincidencia que tiene que ver con el comienzo de este Cónclave, el 18 de abril de 2005, el mismo día que en 1506 -hace 499 años- se puso la primera piedra de la Basílica de San Pedro.

por Jaime Vázquez Allegue, vicedecano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca