La
Virgen de Atocha recibió el ramo de la novia y trajo el sol
Los Príncipes de Asturias
cumplieron con la tradición de entregar el ramo nupcial a Nuestra
Señora de Atocha. A las puertas del templo, miles de ciudadanos
pedían a los novios que se besaran. Y lo hicieron.
SARA MEDIALDEA/
Los
Príncipes de Asturias llegaron a la Basílica de Nuestra
Señora de Atocha con lluvia, pero salieron con sol. En el templo,
Doña Letizia cumplió con la tradición y depositó
su ramo de novia a los pies de la Virgen, patrona oficiosa de la Villa
y muy cercana a los Reyes de España desde hace siglos. En la
Basílica recibió la Princesa de Asturias su primera reverencia
como tal, y a sus puertas los nuevos esposos, a petición popular,
se besaron.
Centenares
de madrileños desafiaban, en la calle, a la lluvia, que arreció
antes de la llegada de los Príncipes. Se resguardaron donde pudieron:
bajo cornisas, en paradas de autobuses, o agrupados alrededor de grandes
paraguas. Dentro, aguardaban a los nuevos esposos los representantes
de la Corporación municipal, los padres dominicos encargados
del cuidado de la Basílica y numerosos fieles.
Un
alegre repique de campanas señaló la llegada de Don Felipe
y Doña Letizia. El olor de las rosas y liliums que llenaban el
templo se mezcló con el del incienso en el momento en que los
esposos entraban a la iglesia por una puerta lateral, donde fueron recibidos
por Monseñor Antonio María Rouco, el alcalde de Madrid
Alberto Ruiz-Gallardón, el padre prior y el párroco.
El
Coro de la Fundación Príncipe de Asturias entonaba el
«O Gloriosa Virginum», de Felipe Pedrell. A sus sones, la
novia, serenísima, y el Príncipe llegaron sonrientes hasta
el altar.
Monseñor
Rouco Varela, con la voz algo dañada, recordó a las víctimas
del 11-M y pidió a la Virgen su intercesión para proteger
a la Real pareja y prolongar su amor.
El
ramo, sobre el altar
Mientras
sonaba la Cantiga número 10 de Alfonso X el Sabio, «Rosa
das Rosas», la Princesa de Asturias entregó su ramo al
prior dominico de la Basílica, quien lo colocó sobre el
altar. Desde arriba, observando la escena, la Virgen de Atocha, con
manto de gala.
Don
Felipe y Doña Letizia se cruzaron palabras y miradas cómplices.
Sus manos se entrelazaron en algunos momentos del acto, en el que era
visible la emoción del momento, la entrega tradicional del ramo
nupcial en el mismo templo en que fue presentado a la Virgen de Atocha
el propio Príncipe, al igual que sus hermanas las Infantas, poco
después de nacer. El mismo en que se casó su tatarabuelo,
Alfonso XII, y al que acudieron a rezar y donar ricos obsequios todos
los Reyes de España desde los tiempos de Alfonso VI.
Miradas
cómplices
El
Coro ofreció a los esposos la «Salve Montserratina»
de Tomás Bretón. Las miradas cómplices continuaban
cruzándose entre los Príncipes de Asturias. Tras la bendición
de Monseñor Rouco al nuevo matrimonio, Doña Letizia tomó
del brazo al Heredero de la Corona y ambos salieron del templo, esta
vez por la puerta principal: el sol se abría un hueco entre las
nubes y los novios bajaron por las escalinatas y jardines de la Basílica,
para regocijo de los madrileños -para entonces, ya miles- que
les esperaban en los alrededores del templo.
Pese
a la dificultad de caminar sobre una alfombra completamente empapada,
los esposos eligieron esta ruta para estar más cerca de los ciudadanos
que los aclamaban. Al pie de la escalera, les esperaban para despedirles
el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y su esposa, Mar
Utrera, de quien Doña Letizia recibió la primera reverencia
como Princesa de Asturias.
Los
gritos arreciaron entonces, como manifestación del cariño
y respeto de los congregados a la real pareja. Uno se alzó sobre
el conjunto: «¡Que se besen!». A los pocos segundos
eran cientos los que lo repetían. Tantos, que Don Felipe no se
hizo de rogar, y besó a su esposa, desatando con ello una lluvia
de aplausos.