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Proyección Internacional

El día que Hugo Chávez juró por «esta Constitución moribunda» desempeñar la Presidencia de Venezuela, el Príncipe de Asturias ya era un veterano en tomas de posesión de Presidentes Iberoamericanos. La sorpresa de Don Felipe, como la del resto de los presentes, apenas sería un botón de muestra de los avatares que pueden suceder en este tipo de actos y una pista sobre el incierto futuro que les aguarda a buena parte de sus protagonistas.


Si lo de Chávez dio en su momento poco menos que para la risa, hoy en día nadie se atrevería a gastar una broma sobre el drama que vive el país más rico del continente. El ex paracaidista y golpista frustrado, que logró la amnistía del ex presidente Caldera, ha sembrado la discordia en un pueblo que se divide entre dos aguas que acostumbran a ventilar sus diferencias a pistoletazo limpio: los que le aman y los que le odian. La llegada al poder de este personaje, que tiene en Fidel Castro a su principal aliado, despertó enormes expectativas pero hoy, el dueño del «oro negro» americano, con más del 80 por ciento de los suyos en la miseria, apenas deja contento y satisface a plenitud a su vecino caribeño, y, a medias, a Nestor Kirchner y a Luiz Inacio Lula da Silva, que han comenzado, sutilmente, a marcar una ligera distancia después del escándalo de la reunión del G-15.


Se podrían aceptar apuestas sobre el futuro de Chávez, como se hicieron con el de Alberto Fujimori en Perú, Fernando de la Rúa en Argentina, Abdalá Bucaram en Ecuador o Raúl Cubas en Paraguay y el resultado, con matices, apuntaría a que tendrá un destino como el de los mencionados o más dramático si cabe. Don Felipe estuvo presente en sus «ascensos», en unos actos que han devenido en escuela de aprendizaje de cómo se ejerce el poder en estas latitudes. La previsión que da la experiencia le permitió al Príncipe de Asturias escurrir el bulto de la tercera, y fraudulenta investidura, de «el chino» Fujimori, como se promocionaba en campaña. Los actos se desarrollaron entre gases lacrimógenos y arrojaron un balance de cinco muertos. En su lugar fue el por entonces vicepresidente Mariano Rajoy.

Viajes de ida y vuelta

Convertidos en modernos dictadorzuelos, inútiles mandatarios o acertados dirigentes, el Heredero de la Corona ha visto «bautizar» con la investidura, desde 1996, a una treintena de Presidentes iberoamericanos y ha seguido, desde la distancia, las maniobras de más de media docena que fueron cavando su propia tumba. A pesar de la seriedad que se supone debe revestir una administración, al recordar la de Abdalá Bucaram, que no llegó a durar ni un año, es difícil que alguien no la identifique con una historia del género cómico o estúpido. «El loco», como se autodenominaba este abogado, vocalista de un grupo infumable de rock y pillo por excelencia, fue expulsado de la máxima magistratura, en febrero de 1997, por «incapacidad mental». Durante varios días, suficientes para cargar su equipaje, al estilo de José Bonaparte, con cuadros, tapices y otras obras de arte sustraídas al patrimonio nacional, Ecuador vivió la pesadilla de tener a tres presidentes, el mencionado, la titular del Congreso, Rosalía Arteaga y el designado por la Cámara, Fabián Alarcón. Finalmente, éste último heredaría el trono de Carondelet, nombre del Palacio Presidencial, mientras «el loco» se exiliaba, por segunda vez en su vida, en Panamá.
Con el discurrir de los años, las cosas no han mejorado mucho. En 1998 Jamil Mahuad ganaba las elecciones por los pelos. Licenciado en Ciencias Sociales anticipó aplicar «criterios de derecha en lo económico y de izquierda en lo social». No fue capaz ni de una cosa ni de la otra. La crisis, medidas impopulares y el intento de dolarizar la economía, como después ocurrió, despejaron el camino a un golpe indígena para derrocar a un presidente perseguido y refugiado en la base aerea del aeropuerto Mariscal Sucre, en las afueras de Quito. El 22 de diciembre el Congreso le acusó de abandono del cargo, en un acto que Mahuad calificó de «cantiflada» y que la OEA avaló al reconocer al vicepresidente Gustavo Noboa como su sucesor. El año pasado, el ex militar que encabezó aquella revuelta, Lucio Gutiérrez, ex edecán de Bucaram y de Fabián Alarcón, alcanzó el poder por medio de las urnas. Hoy, su administración está amenazada por los mismos indígenas que le votaron y «botaron» con él a Mahuad.


Aquel 98 fue también el año de Andrés Pastrana en Colombia, de Roberto Flores en Honduras, de Rodríguez Echeverría en Costa Rica y de un personaje indigno: Raúl Cubas. El títere del ex general Lino Oviedo, a menos de un año de su mandato, tuvo que poner pies en polvorosa, es decir, en Brasil, después de una revuelta popular que señalaba a las huestes oficiales como los autores del asesinato del vicepresidente y enemigo del tandem Cubas-Oviedo, Luis María Argaña. La Cámara de Diputados había aprobado poco antes, por mayoría de dos tercios, iniciarle un juicio político y la Fiscalía General le había denunciado por malversación de caudales públicos.
La caída en desgracia de «los presidentes que no fueron», desde que Don Felipe asiste a las tomas de posesión, se coronó en 2001 con la de Fernando de la Rúa, alias «chupete», y en 2003, con la de Gonzalo Sánchez de Lozada, alias «Goni». ¿Será 2004 el año negro de Alejandro Toledo? Con un índice de popularidad que roza lo surrealista y para el que sobran dedos de las dos manos, «el cholo» (indio) ha perdido la cuenta del número de Gabinetes que se hunden con él. Acusado de corruptelas y tráfico de influencias, la población no percibe el bienestar que muestran los datos macroeconómicos y, de nuevo, las apuestas cotizan al alza poniendo fecha de salida antes de terminar su mandato.


Doctor honoris causa en los traspasos de poder iberoamericanos, el 6 de agosto del 2002 el Príncipe asistía a la segunda toma de posesión de «Goni», el presidente que renunció, hace unos meses, después de dejar que un reguero de sangre atravesara Bolivia, en protesta por la privatización y venta internacional del gas. Al día siguiente, Don Felipe estaba en Bogotá, donde Álvaro Uribe se convertía en el primer presidente del siglo de un país que lleva en virtual guerra civil desde hace más de cuarenta años. La comitiva acababa de llegar al Congreso y lo que al principio se pensaba que eran salvas de honor, en realidad fueron una quincena de cohetes. Uno de ellos se estrelló contra el palacio presidencial y otro terminó con la vida de 16 indigentes en un cerro cercano. El susto del Príncipe de Asturias fue compartido por todos los presentes y sólo la casualidad hizo que aquel día no hubiera una tragedia mayor que lamentar.



 

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