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Felipe y el terrorismo
Por Almudena Martínez-Fornés

La primera vez fue en el cementerio de Ermua, en pleno verano de 1997. Acababan de enterrar a Miguel Ángel Blanco y, de pronto, el Príncipe de Asturias, con un aplomo admirable, improvisó unas palabras que llegaron al corazón de aquella España sobrecogida por el secuestro y asesinato del concejal vasco. Su presencia en el entierro hubiera bastado para testimoniar su pésame, pero él quiso hacer suyo el dolor de las víctimas y unir su voz «a todos los españoles y, en particular, los vascos» que gritaban «¡Basta ya!». 


«Quería expresarles que vengo a Ermua a testimoniar, en nombre de la Familia Real su más profundo pésame, su dolor y su firme repulsa a este último atentado terrorista, que tan directamente ha afectado a la familia Blanco Garrido y que nos ha sobrecogido a todos. El dolor de la familia Blanco Garrido y su angustia durante estos días es el dolor de nuestra Familia y es el dolor que han sentido unánimemente todos los españoles que amamos y respetamos la vida y la libertad», afirmó entonces. También expresó el apoyo de la Familia Real al pueblo vasco en su lucha «cívica, serena y pacífica contra el terrorismo de ETA y sus cómplices» y agradeció a todos los españoles las muestras de afecto y solidaridad que llegaban desde todos los rincones de España.


Después de Ermua, ha habido muchas más ocasiones dolorosas en las que Don Felipe se ha acercado a las víctimas del terrorismo para trasladarles su afecto, el de los Reyes y el de todos los españoles. Pero la más dura de todas, por la brutalidad del atentado y el elevado número de víctimas —más de 200— fue hace menos de dos meses, tras el fatídico 11-M. Pocas horas después de que los vagones de cuatro trenes de Cercanías de Madrid salieran por los aires y cuando aún no se conocía ni el número de víctimas, el Príncipe de Asturias ya estaba visitando los hospitales en los que muchas personas se deba-
tían entre la vida y la muerte. «La Corona tiene que estar junto al pueblo, y más en estos momentos», afirmaba un portavoz del Palacio de la Zarzuela, tratando de explicar la visita. 

Don Felipe dejó pasar el tiempo justo para que su llegada no alterara al trabajo de los médicos y las enfermeras, que aquel día vivían la jornada más dura de su vida, y acudió a los centros sanitarios acompañando a Su Majestad la Reina. Junto a ellos, la prometida del Príncipe de Asturias, doña Letizia Ortiz Rocasolano, que probaba, por vez primera, el sabor amargo de su nueva responsabilidad. Igual que Doña Sofía, doña Letizia no pudo contener las lágrimas ante tanto dolor. Ese día, el fatídico 11-M, fue el de los gestos en silencio. Don Felipe no hizo ninguna declaración ante los periodistas, pero no hacía falta, bastaba la presencia.Horas después Su Majestad el Rey iba a dirigir un mensaje a los españoles, el segundo de los 25 años de Monarquía —el primero fue el del 23-F—. Al día siguiente y, por primera vez en su vida, Don Felipe encabezó una manifestación. Acompañado por las Infantas Doña Elena y Doña Cristina, marchó ante más de 2,3 millones de personas en Madrid para protestar contra los atentados del 11-M. 

Tras aquellos acontecimientos y durante su primera actividad oficial pública, el Príncipe dedicó su discurso íntegro al terrorismo. Era una entrega de premios a empresas, pero el acto se convirtió en un homenaje a las víctimas. «Estoy convencido —dijo— de que hoy todos los presentes compartimos, por encima de cualquier otra circunstancia, unos mismos sentimientos: un inmenso dolor y nuestra más enérgica repulsa por los salvajes atentados». Esta vez sí leyó el discurso, pero éste recogía los sentimientos y pensamientos que prevalecían en su corazón desde aquel 11 de marzo.


«Todos nos sentimos víctimas de ese atroz atentado que nos ha conmocionado, al golpear de forma tan abominable a cientos de ciudadanos madrileños y de otros lugares que iniciaban su vida cotidiana», afirmó. «Por más que pasen los días, no debemos nunca permitir que el olvido nos aleje del 11 de marzo ni de sus víctimas». 

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