Juan Carlos I Monarquía



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España en marcha

Los 30 años de Reinado que hoy se conmemoran han asentado a la Corona como una institución plenamente válida en el desarrollo de una España moderna que ha sabido adaptarse con singular éxito al intenso cambio operado en el mundo y en Europa en estas tres décadas

IGNACIO CAMACHO
Director de ABC

Siete de las diez naciones más prósperas de la Europa comunitaria son monarquías constitucionales, que gozan la mayoría de ellas de una ininterrumpida tradición secular. El dato no es aleatorio en cuanto que ofrece una idea cabal de la principal virtud del sistema monárquico en las democracias modernas, que es la de ejercer de factor de estabilidad y moderación por encima de los partidos y del juego de mayorías y minorías. Frente a quienes sostienen la supuesta caducidad de las monarquías en el mundo contemporáneo, la experiencia demuestra que la cesión voluntaria de parte de la soberanía popular sobre una institución de carácter simbólico, mediante un pacto constitucional, se ha revelado como un factor pragmático de enorme eficacia en numerosas naciones desarrolladas, punteras en el avance de los derechos humanos, la cohesión social y la igualdad de los ciudadanos.

España es, en los últimos 30 años, uno de los ejemplos más claros y significativos de este fenómeno. La restauración, en la persona de Don Juan Carlos, de la monarquía constitucional interrumpida en la II República, ha supuesto un éxito indiscutible que no sólo ha sido reconocido entre nosotros, sino que ha generado el aplauso de la comunidad internacional como paradigma del tránsito de una dictadura a la plena democracia formal y social. Hoy por hoy, existe un manifiesto consenso ciudadano en que la Corona ha venido a resolver con toda claridad el problema de la estabilidad en la Jefatura del Estado, evitando la tentación de saltos en el vacío que tan malos resultados ha generado en nuestra Historia.

La figura integradora del Rey ha preservado el debate sobre la forma de Estado, ha ejercido un papel moderador entre los partidos y en los conflictos territoriales, y ha promovido el establecimiento de una democracia probada sin traumas en varias alternancias de gobierno. No sólo eso: en la memoria histórica de la España reciente figura con todos los honores el papel desempeñado por la Corona en el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, sin duda el momento más crítico de nuestra reciente andadura democrática.

Si los 27 años de estabilidad constitucional no fuesen suficientes para demostrar el éxito de la Monarquía en la creación de la etapa más próspera y de desarrollo más acelerado de España desde el siglo XVIII, la actuación del Rey en el golpe de Tejero bastaría para asentar la institución en nuestro imaginario democrático. No por casualidad suele cifrarse en esa noche convulsa el punto de no retorno de la legitimidad de ejercicio lograda por el Rey Juan Carlos, que viene a sumarse a la legitimidad dinástica solventada con la cesión de derechos por parte de su padre, Don Juan de Borbón, en 1977, y a la legitimidad constitucional establecida en la Carta Magna de 1978. Desde esas tres legitimidades, la Corona española se proyecta en el siglo XXI como una institución plenamente consolidada, unida de manera inequívoca al concepto de nación española y asentada para el futuro en la persona del Príncipe de Asturias y, desde hace unas semanas, de la Infanta Doña Leonor, cuyo nacimiento asegura la continuidad dinástica directa, a salvo de polémicas menores sobre la reforma de la Constitución.

Los 30 años de reinado que hoy se conmemoran han asentado a la Corona como una institución plenamente válida en el desarrollo de una España moderna que ha sabido adaptarse con singular éxito al intenso cambio operado en el mundo y en Europa en estas tres décadas. Y ha resuelto problemas no poco importantes, como el de la estabilidad del Estado, el arbitraje frente al dogmatismo partidario y la existencia de un poder simbólico que aglutina el concepto de nación en medio de unas tensiones territoriales que se han configurado a la postre como el principal conflicto de nuestra andadura democrática.

Todas estas razones, además del peso específico de una tradición de más de un siglo, constituyen el eje de referencia por el que diario ABC continúa manteniendo la lealtad a la Corona como uno de los signos esenciales de identidad y significación de su línea editorial. Otros valores de referencia del periódico, como la defensa de la unidad del Estado, y de las libertades de mercado, de enseñanza, de expresión, y de otras consagradas en el acuerdo constitucional del 78, tienen en la monarquía democrática su máxima expresión política e institucional. Defender la monarquía constitucional en la España del siglo XXI, lejos de constituir un anacronismo, significa defender los valores de la modernidad que nos han hecho más libres, más prósperos y más estables, y que han permitido que España sea hoy por hoy un país desarrollado con estándares de calidad democrática y cohesión social líderes en la Europa comunitaria.

La lealtad a la Corona es, pues, para un órgano de expresión del pensamiento liberal contemporáneo como ABC, un compromiso con los valores de la Constitución del 78, que siguen siendo el referente de nuestra estabilidad democrática. Sin servilismos, en ABC entendemos que la monarquía constitucional representa no sólo la institución más consustancial con la historia de España como nación, sino un valor de futuro digno de ser defendido para preservar nuestra prosperidad y nuestra libertad colectiva. Y frente a quienes sueñan con un nuevo ideal republicano o frente a quienes airean su fanatismo en el río revuelto de los conflictos políticos coyunturales, pensamos que es positivo y necesario defender el ideal de moderación, sensatez y neutralidad que la Corona representa en nuestro panorama institucional y político.

Las páginas que siguen son el relato periodístico de esos 30 años de cambios en España y en el mundo. Tres décadas en las que nuestras vidas han experimentado cambios sustanciales, tanto en las grandes coordenadas históricas –que han supuesto incluso una modificación radical del mapa político, sobre todo en Europa– como en la intrahistoria de los ciudadanos. La silenciosa revolución tecnológica ha estrechado el mundo convirtiéndolo en una enorme red telecomunicada. Los principios ideológicos que informaban las relaciones internacionales se han transformado de manera radical con la desaparición del bloque comunista. Y las costumbres al uso en 1975 se han modificado sustancialmente al compás de este gigantesco impulso evolutivo.

España no sólo no es igual que hace 30 años, sino que es un país mucho mejor. Más moderno, más desarrollado y, sobre todo, más libre. La figura de Don Juan Carlos de Borbón, el Rey de todos los españoles, simboliza la continuidad de esa evolución imparable, y aglutina bajo su Corona la imagen de una nación nueva.