El visionario invento de un soldado español que revolucionó la guerra tres siglos después
En 1584, Bernardino de Mendoza presentó al monarca un curioso ingenio fácil y rápido de construir que ofrecía cierta defensa ante los ataques enemigos en la Berbería
Expertos sacan a la luz la revolución olvidada de los Tercios españoles
Se llamaba Bernardino de Mendoza, y las fuentes le definen como un general valeroso y un estratega ejemplar. Sin embargo, este sencillo soldado de Guadalajara fue mucho más. En el año 1584, según él mismo declaró en sus escritos, presentó al gran monarca Felipe III un curioso ingenio «de madera y ciertos tonillos» que «se podía armar en muy breve espacio de tiempo» para defender a los combatientes que bregaban contra los peligros de la Berbería. Por insistir, insistía hasta en su portabilidad, necesaria en una región en la que los materiales escaseaban: «Los maderos [de los que están hechos] se pueden llevar en cualquier bestia, y son de no mucho volumen y embarazo al armarse y desarmarse».
Aquel invento fue, según desveló ABC en un reportaje publicado el 26 de agosto de 1909 por el famoso enviado especial Antonio Azpeítua, el germen de los futuros 'blocaos' que utilizó, más de tres siglos después, el ejército español en el norte de África. Un concepto que, sobre el papel, provenía de la fusión de dos palabras germanas ('block' –pedrusco o tronco– y 'hause' –casa–), pero que, en realidad, emanaba cierto aroma rojigualdo.
De Felipe III al XX
Desde luego que Mendoza no era un cualquiera. Nacido en 1540 en una familia noble de Castilla, demostró un gran talento académico –completó sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares a una edad muy temprana– y, ya desde su juventud, sintió cierto magnetismo hacia las armas. Así lo explica el historiador José Miguel Cabañas Agrela en su dossier sobre este personaje elaborado para la Real Academia de la Historia. Los datos le avalan, pues este militar se bregó en las campañas de África y la defensa de Malta antes de unirse al Duque de Alba para combatir la revuelta de los Países Bajos. Allí escribió uno de sus grandes tratados, los 'Comentarios' a este conflicto.
Además de soldado, espía, diplomático y táctico, Mendoza fue un visionario que quiso aportar su experiencia sobre el campo de batalla para las guerras futuras. Su tratado más famoso, 'Teoría y práctica de la guerra', sirvió como manual para futuros líderes militares e incluyó la descripción de este nuevo invento, el posterior 'blocao'. Esta fue la descripción concreta:
«En Berberia es forzoso alojarse en el sitio que ofrece la naturaleza, cerca del agua, sin poder elegir otro más fuerte, inconveniente que preveían los antiguos algunas veces, trayendo sacos vacíos que llenaban de arena con que fortificar los alojamientos. Y para que lo sean en las jornadas que el Rey Nuestro Señor podrá hacer en aquellas partes y provincias, le presenté, el año de 1584, viniendo de la embajada de Inglaterra, una forma de ingenios de madera y ciertos tornillos, con los cuales se podía armar en muy breve espacio de tiempo un [fuerte] de altura de treinta pies geométricos y más, y ancho de sesenta en cuadrado».
Según dejó sobre blanco en el mismo tratado Mendoza, esta construcción era fácil de montar y desmontar, podía albergar a soldados equipados con mosquetes y contaría en su interior con varias plataformas desde las que disparar al enemigo. A su vez, el militar proponía que este pequeño fortín contara con una suerte de segundo piso, «una atalaya», de la que los soldados pudieran subir y bajar a toda velocidad para llevar a cabo labores de exploración y vigía, amén de ofrecer una posición ventajosa para disparar sobre el enemigo. Resulta difícil saber si Felipe III aceptó incluir estos nuevos ingenios en el norte de África. Lo que está claro es que, a la postre, evolucionaron y se utilizaron de forma masiva en Segunda Guerra Bóer, entre 1899 y 1902.
Desastre en África
Años después, el autor del reportaje definió los 'blocaos' de África, aquellos de comienzos del XX, como una caseta de madera, con tejado de chapa ondulada, cuyas paredes se revestían de sacos terreros capaces de detener el fuego de fusilería enemigo. Aunque fue el periodista de 1909 quien más se prodigó al indicar que solían tener un único piso y que, cuando en casos extraños, se añadía un segundo, era con el objetivo de que la unidad destinada en su interior hiciese fuego desde un punto elevado. «Según el lugar que este ocupe y las armas de que disponga el enemigo, se construye con más o menos solidez, aunque siempre superior a la penetración de las bajas de fusil», añadía el periodista en el texto.
Tan solo se les olvidó indicar algo que recalcan Juan García del Río y Carlos González Rosado en 'Blocaos. Vida y muerte en Marrueco' (Almena): en principio, la pared de la mayoría de los blocaos se reforzaba en su parte más baja con varias hileras de piedras. Sin embargo, esa práctica dejó de llevarse a cabo por lo engorroso que era y el tiempo que retrasaba la construcción. Estos divulgadores españoles recalcan también que se necesitaban 75 sacos terreros por metro lineal de parapeto para fortificar las posiciones más comunes, mientras que esta cantidad aumentaba hasta el centenar en los 'blocaos'. «En la práctica, los más pequeños, de 4 por 4 metros, exigían 1.600», completan.
Aunque los 'blocaos' más humildes apenas contaban con una sala, los de mayores dimensiones podían contar con tambores para ametralladoras, pozos de agua, cocina o una pequeña cabaña dedicada a las comunicaciones y a guardar vituallas. En la mayoría, sin embargo, el líquido elemento brillaba por su ausencia y era necesario hacer a diario la 'aguada' o búsqueda de agua en las fuentes cercanas. La máxima, con todo, era valerse del ingenio. Eso hizo que se empezara a dejar una pequeña abertura en los tejados de chapa para recoger la lluvia. Y es que, en el desierto cualquier idea era válida para aprovechar los recursos naturales.
Una vez levantado el edificio principal, la guarnición –entre doce y veinte hombres– se dedicaba a excavar letrinas en la parte posterior y a levantar una pequeña alambrada. Según Azpeítua, esta apenas servía «para colgar la ropa», pero lo cierto es que podía evitar más de un disgusto a los militares españoles. Así lo corroboran los autores españoles en su obra, donde remarcan su utilidad a la hora de frenar los avances enemigos. En lo que sí están de acuerdo con el periodista es en la gran cantidad de material que era necesario para construirlas: «Para la construcción de un 'blocao' de 4 por 4, se necesitaban 1.500 metros de alambrada, 60 estaciones y 4 kilos de grapas».
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