Los vestigios ocultos de los judíos sefardíes en España: «Hay una estrella de David en la sede de la Inquisición»
Carlos Aganzo y Nano Cañas presentaron ayer 'La huella de Sefarad' en el Salón Real de la Casa de la Panadería de Madrid
Santiago Posteguillo: «Julio César amnistió a sus opositores políticos y ellos le asesinaron después»
Aganzo, Benzaquén y Cañas
El Salón Real de la Casa de la Panadería, en el corazón de la Plaza Mayor de Madrid, ha acogido este martes la puesta de largo de un libro que pone luz sobre los muchos vestigios sefardíes que esconden las ciudades españolas: 'La huella de ... Sefarad', del periodista Carlos Aganzo y el fotógrafo Nano Cañas. Una obra que, como ha señalado Isaac Benzaquén, presidente de la Federación de Comunidades Judías de España –organización encargada también de la edición–, descubre las huellas físicas que quedan de la cultura hebrea en una buena parte de la península a través de textos e instantáneas. Y no fueron pocas, vaya.
Según ha explicado Aganzo, el germen de esta obra se plantó en 2007, cuando alumbró el ensayo 'Rutas por las juderías de España'. Sobre esos pilares erigió su nuevo libro junto a Cañas. «Hemos estado casi tres años con él». La máxima era narrar, de una forma divulgativa y gráfica, «cómo vivían los judíos sefardíes» y «qué se puede palpar todavía» de su cultura en los pueblos y las ciudades de nuestro país. Esa huella que, aunque se alza imborrable, cuesta mucho descubrir si no se señala. Las premisas para entrar en la guía fueron dos: que quedaran restos de los lugares en cuestión o que éstos estuviesen señalizados.
«En un libro como el que presentamos, lo que importa son los testimonios materiales, no los documentos que podemos hallar en el archivo», ha sentenciado el periodista. Y es lógico, ya que su finalidad es que el gran público vea los centros urbanos «con ojos medievales» y discierna el pasado a través de vestigios tangibles; una suerte de viaje en el tiempo tutelado por Aganzo y Cañas. Las máximas han hecho que accedan a la obra ciudades como Oviedo –cuyo pasado sefardí queda señalizado a través de cartelas y placas informativas–, pero ha dejado fuera a otras como Madrid. Y es que, como bien ha explicado el autor, se conservan pocos restos de esta cultura en la capital y apenas están marcados.
Las huellas se cuentan por decenas. Entre las más reseñables se encuentra la muralla de Ávila. Porque sí, el cerco mágico levantado por Alfonso VI de León esconde una serie de inscripciones en hebreo visibles tan solo cuando arriba el atardecer. Aunque los autores hallaron una curiosidad todavía más sorprendente en la urbe. «Nos topamos con una estrella de David grabada en el Convento de Santo Tomás, sede del tribunal de la Inquisición», ha desvelado Aganzo. Ese elemento oculto es el que buscan desentrañar: «A todos nos impresiona la Sinagoga del Tránsito de Toledo, pero nosotros buscamos vestigios como el baño judío que se desenterró hace relativamente poco en Besalú, Cataluña».
Cultura milenaria
Aunque el epicentro de todo, la causa última que les ha hecho alumbrar 'La huella de Sefarad', es recordar a la sociedad que España ha crecido al calor de la cultura hebrea. Algo que, en palabras de Aganzo, queda patente en la misma sangre: «En nuestro ADN predominan los genes judíos por encima de los musulmanes, los visigóticos o los célticos». Con todo, también buscan demostrar que, desde sus orígenes más remotos, nuestro país ha sido siempre un cruce de caminos cultural. «En la península podemos disfrutar de la Alhambra de Granada, la Sinagoga del Tránsito y la Catedral de Santiago de Compostela, las más hermosas de sus respectivas culturas», establece.
Lo suyo es, por tanto, un canto a la unidad en mitad de la tormenta que representa el conflicto que agita Oriente. «Este libro expone lo contrario. Habla de un lugar en el que los judíos vivieron su período de esplendor máximo junto a califas y reyes cristianos, todos unidos», ha insistido Aganzo. No ha negado que se sucedieron «largas guerras», la historia es la historia, pero ha subrayado que hubo un tiempo y un territorio en el que «las culturas, además de matarse entre sí, demostraron que sabían convivir» y beber de las bondades del diferente. «Ahora es opuesto, estamos en el período de exaltar las divergencias. Hablamos de la Edad Media como un tiempo bárbaro, pero deberíamos aprender de la convivencia que se demostró en ella», ha sentenciado.