Shackleton, en Galicia, antes de la tragedia: «Se buscan hombres para viaje arriesgado. No es seguro volver con vida»
El explorador británico pasó por España en su camino hacia la Antártida para intentar convertirse en el primero hombre que cruza el Polo Sur en 1914
«Cuando he visto las primeras imágenes del barco de Shackleton en el fondo del mar, casi rompo a llorar»

La prensa española llevaba varios desvelando los detalles del histórico viaje que Ernest Shackleton (1874-1922) estaba apunto de emprender hacia el territorio inhóspito de la Antártida. En marzo de 1914, 'El Heraldo Militar' informaba de que el famoso explorador se encontraba en ... Noruega realizando los últimos preparativos: «Ha elegido este país porque, en esta época del año, la región ofrece muchos parajes cubiertos de nieve en los que puede operarse como en las comarcas polares. Cosa curiosa es que, el mismo día de su llegada, estalló sobre el glaciar de Hardanger una tempestad de nieve tan violenta, que el célebre viajero pudo creer que se hallaba efectivamente en medio del continente antártico».
'La Correspondencia de España', por su parte, destacaba la polémica mantenida con el explorador austriaco Felix König, que había reclamado a Shackleton «su derecho de prioridad» y le escribió una carta que decía: «No es posible que las dos expediciones partan del mar de Weddell. Espero que escoja usted otro punto de partida». Nuestro protagonista, en aquella dura competición por convertirse en el primer hombre que cruzaba la Antártida por el Polo Sur, le contesto en una carta pública que ni iba a partir de otro punto ni iba a compartir su expedición con su contrincante. «Dice que no puede modificar sus planes, puesto que están concebidos en 1909», comentaba el diario.
No cabe duda de que aquella aventura levantaba la expectación de los lectores españoles, pues las noticias en la prensa fueron habituales durante aquellos meses. Lo que no se esperaban en ese momento es que Shacklenton fuera a pasar por España en su camino hacia la Antártida. En concreto, por Galicia, donde hizo nuevas declaraciones y compartió su tiempo con los ciudadanos de Vigo. En aquella época, el explorador británico era una estrella mundial.
La expedición era, sin duda, una locura, porque el mar de Weddell permanecía indómito desde que un cazador de focas inglés del mismo nombre lo descubriese en el primer tercio del siglo XIX. Eran muchos los navegantes que lo habían intentado cruzarlo sin éxito antes que Shackleton. A esto hay que sumar la marcha a pie que hubieran tenido que hacer sobre la Antártida si hubiesen llegado a la costa, pero no lo consiguieron. Prueba de la dificultad es el asombro y la incredulidad manifestada por Roald Amundsen, primer hombre en alcanzar el Polo Sur, cuando este le explicó su plan.
El Endurence se hunde
Como es bien sabido, la expedición de Shackleton no acabó bien, no consiguió su objetivo. La tragedia comenzó poco después de abandonar el puerto gallego en aquellos días de septiembre de 1914. En concreto, el 18 de enero de 1915, cuando el magnífico bergantín en el que viajaban, el Endurence, se quedó atrapado en una banquisa. Allí permaneció varios meses bloqueado, hasta el punto de que su estructura sufrió daños por las placas de hielo, cuando empezaron a derretirse en la primavera, hasta que finalmente se hundió.
El explorador y sus hombres se vieron obligados a resistir en una asombrosa misión de supervivencia que culminó milagrosamente con éxito ocho meses después. Todos se salvaron, convirtiendo aquel intento fallido en una de las grandes hazañas de la exploración. Ante semejante gesta, lo que nadie recuerda es que Shackleton pasó por Galicia, tal y como contaba ABC el 30 de septiembre de 1914.
El titular rezaba: 'Expedición al Polo Sur'. Y en el texto se explicaba: «A bordo del vapor británico ha llegado al puerto de Vigo el famoso explorador inglés Shackleton, que se dirige a Buenos Aires para, desde allí, emprender una nueva travesía al Polo Sur que durará dos años. El intrépido viaje se ha costeado por una suscripción que ha iniciado el Rey Jorge V con 10.000 libras esterlinas. Con el mismo objetivo, un millonarios escocés ha dado 24.000 y, entre otras personas, han reunido 65.000».

«Sueldo bajo. Frío extremo»
Pocos aventureros de su época se habrían planteado el desafío de Shackleton. El anuncio que publicó en la prensa para reclutar a voluntarios reflejaba la cruda realidad del proyecto: «Se buscan hombres para un viaje arriesgado. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito».
A pesar de las advertencias, se presentaron más de 5000 candidatos. Todo parecía ir bien, cuando pocos días antes de arribar a Vigo, a Shackleton se le planteó un problema mucho mayor, esta vez de carácter ético, pero que hizo tambalear su gran aventura: Alemania acababa de declarar la guerra a Rusia y Francia, aliado militar de este último, hizo lo propio con Alemania. El ambiente bélico se apoderó de la expedición desde el primer día. En la primera escala, nuestro protagonista bajó a tierra y se encontró con que los periódicos anunciaban la movilización general en Gran Bretaña. En ese instante, la Antártida se hizo tan inalcanzable como la Luna.
Es fácil imaginar el sentimiento que recorrió a todos los que estaban en el barco al tener noticia del comienzo de la Primera Guerra Mundial. El sentimiento patriótico les hizo plantearse abandonar para acudir en defensa de su país. Shackleton, por supuesto, también barajó esa posibilidad, a pesar de que era el viaje de sus sueños, así que reunió a sus hombres en cubierta y les dijo que eran libres para incorporarse a filas si querían. A continuación, telegrafió al Almirantazgo para ofrecer su buque, aunque añadió que, «en caso de que no se considerase necesario, creía conveniente salir cuanto antes para poder llegar a la Antártida en el verano austral», cuenta Javier Cacho en 'Shackleton, el indomable' (Fórcola, 2013).
Winston Churchill
Sin embargo, la breve respuesta del Almirantazgo fue clara: «Continúen». Y, poco después, recibió un segundo telegrama de Winston Churchill, en el que le agradecía su ofrecimiento y le conminaba a seguir el viaje. Mientras el mundo se zambullía en la guerra más devastadora de la historia hasta ese momento, el atravesaba el canal de la Mancha con la conciencia no del todo tranquila. Por eso, un día después, el Endurance llegaba al puerto de Plymouth, su última escala en Gran Bretaña antes de salir hacia Buenos Aires. En ese instante decidió que no iba a acompañarlos en la travesía por el Atlántico y regresó a Londres para cerrar algunos asuntos.
A pesar de todos los apoyos que había logrado, Shackleton no tenía muy claro cuál debía ser su postura. Algunos periódicos le habían criticado por su decisión de irse a la Antártida cuando Gran Bretaña se encontraba al borde del abismo. «El país te necesita», clamaban los carteles repartidos por todo Londres cuando emprendió su viaje a Galicia en el vapor 'Uruguay' a finales de septiembre. En ese momento, los alemanes se encontraban a las puertas de París, mientras él hacía su escala en España para zarpar desde allí, esta vez sí, al encuentro del Endurance y sus hombres en Buenos Aires.
'Shackleton en Vigo', podía leerse en el diario 'Informaciones de Madrid'. Allí el explorador seguía dudando de si debía continuar con aquella expedición que le había llevado años de preparación, y en la que había invertido tanto dinero, o si debía «mandarla a tomar viento», como le dijo a los periodistas cuando le preguntaron. Era lógico que se sintiese conmocionado por todo lo que estaba ocurriendo en medio de las ovaciones de los gallegos que fueron a recibirle al puerto.
Los galeones de 1702
«Shackleton ha sido saludado a bordo por un gran número de personas a quienes preguntó acerca de los galeones que, en 1702, se hundieron en esa bahía con enormes cargas de oro, plata y piedras preciosas. Según ha manifestado, él mismo tuvo intención de haber realizado trabajos para extraer toda esa riqueza antes de organizar la excursión al Polo Sur», contaba ABC. Aquel interés era una reminiscencia de su costumbre de niño de buscar tesoros ocultos, aunque ahora tuviera la cabeza en otro sitio.
Sus dudas se las disipó finalmente su amigo James Caird, un filántropo escocés para el que, según le argumentó, era sencillo encontrar a cientos de miles de jóvenes que pudieran ir a la guerra, pero prácticamente imposible hallar a uno capaz de, como él, acometer el desafío de aquella expedición. Partió entonces a Buenos Aires para subirse al Endurance en el mismo momento en que se aprovisionaba para su gran viaje... y su gran tragedia.
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