Al descubierto el plan secreto de los nazis y la CIA: «Querían controlar a la gente con LSD»
Norman Ohler analiza en su nuevo ensayo la evolución de esta droga y el intento de los gobiernos alemán y norteamericano de convertirla en una suerte de suero de la verdad
La colosal mentira que el Ministro de Propaganda nazi ideó antes de morir: «Todavía la creemos»
![El LSD se masificó durante las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/12/03/LSD1-RpWqX3SN6MyrPQKyodLFEmJ-1200x840@diario_abc.jpg)
Como el buen chef paladea los matices del plato que va a incluir en la carta, el periodista Norman Ohler admite haber catado la sustancia entorno a la que gira 'Un viaje alucinógeno' (Crítica), su nuevo ensayo histórico. «Sí, claro que he probado el ... LSD. La primera vez fue cuando tenía 23 años. Vivía en Nueva York y me lo dio mi novia, fue una experiencia muy fuerte con la que brotaron nuevas perspectivas y pensamientos», explica a ABC. A partir de entonces consumió esta droga alucinógena de cuando en cuando, «para abrir la mente». No entra en si ha convertido lo casual en costumbre, y tampoco se lo hemos preguntado; hay cosas que es mejor no saber.
Dice Ohler que, aunque había coqueteado con el LSD –dietilamida de ácido lisérgico–, nunca había pensado en escribir un libro sobre él. Pero el destino se cruzó en su camino allá por 2015, cuando publicó 'El gran delirio. Hitler, drogas y el Tercer Reich' (Crítica). Y para no aceptar su invitación. «Encontré unos documentos que confirmaban que los nazis habían experimentado en Dachau con drogas psicodélicas, y quise estudiarlo», confirma. Hoy, casi una década después, ha corroborado lo que sostenían aquellos informes, pero también que la CIA continuó con las investigaciones germanas para convertir la droga en un arma y hasta realizó pruebas en seres humanos.
Pintura y LSD
Porque el LSD tiene historia, y muy larga. Narra Ohler que su origen hay que buscarlo poco antes del final de la Primera Guerra Mundial: «Por entonces la empresa francosuiza Sandoz, que había ganado mucho dinero con el negocio de la pintura, decidió invertir sus ganancias en una nueva rama: la farmacéutica». Dio en la diana. Al frente de la compañía, hoy todavía en el mercado como Novartis, se encontraba Arthur Stoll. «Era un bioquímico que había aprendido cómo extraer de las plantas el alcaloide. Se había enfocado en el cornezuelo, un hongo que crece en el centeno y que, se sabía, provocaba alucinaciones», añade el periodista. Tras investigar sus beneficios, él fue quien dio los primeros pasos para convertir aquella sustancia en una medicina que paliara las migrañas y frenara las hemorragias.
Afirma Ohler que, una vez que Stoll decidió dedicarse a las finanzas de Sandoz, su sustituto en el laboratorio, Albert Hofmann, «sintetizó la dietilamida del ácido lisérgico» en 1938. Lo que viene a significar que descubrió el LSD. «En realidad buscaba hallar un nuevo estimulante similar al Pervitín, utilizado por el ejército alemán», confiesa. Aunque las primeras pruebas fueron un fiasco, en 1943 ocurrió el milagro. «Tras tomarlo por error y ver sus beneficios, se inoculó 250 miligramos como 'test'. Fue una dosis muy alta y tuvo un viaje muy fuerte, pero le sirvió para saber cuáles eran sus posibilidades», añade. Solo había un problema: ¿qué diantres hacer con él?
La solución llegó en forma de esvástica. Stoll se carteaba por entonces con Richard Kuhn, un científico ligado al Partido Nazi. Este «oportunista», como afirma Ohler, fue quien cambió el paradigma: «Era el bioquímico principal de Hitler y se dedicaba a buscar nuevas armas en este campo. Cuando supo que el LSD liberaba la mente, quiso estudiar si podía utilizarlo para los interrogatorios como una suerte de suero de la verdad». Y de ahí, a los experimentos en prisioneros realizados por las SS en los campos de concentración de buena parte de Europa.
Por tener, Ohler tiene hasta el nombre del médico que pudo haberse encargado de todo aquel mecanismo de barbarie: Bruno Weber. «Sabemos que había inoculado a los presos de Dachau mescalina, otra sustancia psicodélica. Lo hacía sin que lo supiesen. Su objetivo era lograr que, durante un interrogatorio, se pudiera aprovechar ese momento de inseguridad que provocaba la droga», completa el periodista.
CIA: auge y desastre
El final de la guerra destruyó los planes nazis para transformar el LSD en un arma, pero el anhelo arribó hasta los EE.UU. Desde el otro lado del Atlántico, la agencia de inteligencia movió ficha tras descubrir los informes de Kuhn. «El asesor científico de la CIA, Sidney Gottlieb, quería el monopolio de la sustancia para su gobierno, y presionó a Sandoz para que no lo comercializara como una medicina», explica Ohler. Como aliciente, se personó en las oficinas de la empresa con 240.000 dólares y adquirió todas las dosis existentes.
Un viaje alucinógeno
![Imagen - Un viaje alucinógeno](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/12/03/lsd-U65431172805yue-224x330@diario_abc.jpg)
- Editorial Crítica
La CIA también se hizo con los servicios de un viejo conocido... ¡Arthur Stoll! «Los americanos querían ganar todo el conocimiento que pudieran de los nazis, así que le ofrecieron escapar de los Juicios de Núremberg a cambio de continuar con sus investigaciones para convertir el LSD en un arma. Todo este entramado quedó enmarcado bajo el nombre en clave de Proyecto MK Ultra, e incluyó experimentos en seres humanos. «En las universidades se hicieron muchas pruebas desde principios de los años cincuenta. Recibían dinero del gobierno por ello», explica el alemán. En este sentido, es tajante: «Continuaron el trabajo de las SS».
Ohler se muestra categórico, no es de eufemismos. Al otro lado de la pantalla afirma sin tapujos que los americanos «violaron los mismos códigos que habían establecido en Núremberg al llevar a cabo pruebas en seres humanos sin avisarles de forma previa». Casos tiene a puñados, y los recoge todos en el libro. «¿Un ejemplo? En Canadá, un doctor llamado Cameron intentó borrar la memoria de sus pacientes suministrándoles LSD todos los días, y lo hizo en el marco de un estudio de la CIA», señala. El mismo médico instaló altavoces bajo las almohadas de los enfermos. «Por la noche, reproducía una cinta en la que se repetían las mismas frases una y otra vez. Estaba convencido de que, gracias a la droga, reprogramaría su mente», finaliza.
El plan fue tan desastroso como el de los nazis. Tras una década, la CIA se vio obligada a abandonar los experimentos. Según Ohler, el Proyecto MK Ultra fue tan vergonzoso para los EE.UU. que, «en los setenta, la agencia destruyó miles de informes relacionados con pruebas en seres humanos». Tan solo se salvaron algunos documentos que fueron hallados por un periodista llamado John Marks. «Los publicó en un libro llamado 'En busca del candidato de Manchuria'. Yo he reunido todo lo que sabemos del tema», completa. Lo que tiene claro es que «fue algo muy estúpido por parte de unos y otros intentar convertir en un arma el LSD».
Con lo que no contaba la agencia de inteligencia nortemericana era con que, a partir de los años sesenta, el LSD ya había permeado hasta las calles de todo EE.UU. «Se les volvió en contra y empezó a ser consumido por la gente que protestaba por la guerra de Vietnam. Fue algo masivo. De un golpe pasó de los laboratorios a la sociedad. Lyndon B. Johnson reaccionó ilegalizando la sustancia y persiguiendo a sus consumidores, pero ya era tarde. Fue una decisión política, no médica», completa Ohler. Una curiosa paradoja.
Sandoz, por su parte, abandonó la producción en 1965 y detuvo las investigaciones para convertir la droga en un medicamento. Fue un adiós a sus objetivos iniciales. O un hasta luego. Ohler, sin embargo, la defiende: «Hay muchas evidencias de que puede ayudar a paliar algunas enfermedades. Mi madre padece de Alzheimer y, cuando toma microdosis de LSD, tiene una mejora cognitiva que la alivia a ella y nos facilita la vida a nosotros», sentencia.
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