Santiago Posteguillo: «Julio César amnistió a sus opositores políticos y ellos le asesinaron después»
Viajamos con el autor superventas hasta el 'oppidum' de Bibracte, donde el general romano obtuvo la primera gran victoria de la guerra de las Galias
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El frio es perro en el antiguo 'oppidum' –poblado galo– de Bibracte: se cuela ágil entre los altísimos árboles que coronan el monte Beuvray, corre a través de la manta de hierba y muerde sin reparo al visitante más cándido. Cada uno se enfrenta a ... él como puede. Las armas de Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) son un plumas negro, unos guantes y un gorro gris; las de los antiguos romanos, aguardar hasta la llegada de temperaturas más clementes en sus cuarteles de invierno. «Las campañas de Julio César eran en primavera y verano para evitar el mal tiempo y esta espesa niebla que hoy nos acompaña», explica mientras se frota las manos para entrar en calor.
ABC pisa hoy tierra gala con un escritor superventas al que contemplan cuatro millones de ejemplares vendidos. Nos hallamos en una cumbre ubicada 160 kilómetros al norte de Lyon, en la región de Borgoña. El corazón de lo que, en el siglo I a. C., fue la capital de los heduos, una de las tribus locales aliadas del Senado republicano. De fondo resuenan los cepillos de dos arqueólogos que limpian los restos de una casa con dos mil años de antigüedad; al frente, grandes carpas protegen otros tantos vestigios, celtas y romanos. «Bibracte tuvo gran relevancia en la vida de César. Aquí obtuvo la primera gran victoria de la guerra de las Galias y empezó a dictar su libro sobre la campaña», completa.
Con esos mimbres, no extraña que Posteguillo le haya dedicado a Bibracte algunos capítulos –no diremos cuántos– de su nueva novela histórica: 'Maldita Roma' (Ediciones B). La segunda parte de una saga que arrancó en 2022 con 'Roma soy yo' y que, según promete el premio Planeta y profesor titular de la Universitat Jaume I de Castelló, alcanzará las seis entregas. «La idea es narrar la vida del personaje», insiste. Tiene todo pensado: episodios que relatará, años que abarcará cada libro… El cenit será su magnicidio, fraguado al calor de un concepto que ha puesto de moda la política actual: «César perdonó a todos sus opositores políticos en la Guerra Civil, que es el equivalente a una amnistía, y ellos lo asesinaron el 15 de marzo del 44 a. C.».
Cambio de planes
Aunque para eso queda todavía un poco. «¡Dejadme unos ocho años por lo menos para terminar!», bromea. Hoy toca centrarse en Bibracte, sede de la batalla que abrió las puertas de la actual Francia a don Julio. Mientras bajamos una empinada cuesta flanqueada por árboles copados de musgo y hojas marrones, el escritor explica que todo comenzó en el 58 a. C., cuando un César que formaba parte del Primer Triunvirato recibió poderes consulares para gobernar las provincias de la Galia Transalpina: «Planeaba cruzar el Danubio para hacerse con las minas de oro de la Dacia y paliar sus deudas, pero la situación cambió cuando la tribu de los helvecios abandonó los Alpes porque necesitaba más recursos».
Maldita Roma

- Editorial Ediciones B
- Páginas 896
- Precio 24,90 euros
Aquello fue una marea humana: 300.000 hombres, mujeres y niños que habían quemado sus hogares para no sentir la tentación de regresar. «En su camino hacia el oeste generaron muchos problemas en tribus como la de los alóbroges, que pidieron ayuda a sus aliados romanos», explica el escritor. El Senado no especuló y envió hasta la frontera a César con un puñado de hombres. Los pormenores quedan para la novela, pero basta decir que, según Posteguillo, el cónsul estrujó todo su seso para hacer frente a los helvecios: «Les persiguió desde los alrededores del lago de Ginebra, por el río Saona, causándoles muchas bajas». Lo hizo sin entrar en batalla campal, donde su número abrumador era sinónimo de derrota. Y mientras, reunió seis legiones y unos 15.000 soldados auxiliares.
Genio militar
La batalla definitiva se dio en Bibracte en el 58 a. C., con mucho menos frío que el de estos primeros días de noviembre. A un lado aguardaban César y sus aliados, los heduos; al otro, asaltaban los helvecios liderados por Divicón, un rey reconocido por sus buenas dotes militares. Posteguillo evoca la contienda con sus artes de buen profesor. Lo hace en el punto más alto de una ladera desde la que se vislumbran kilómetros y kilómetros y en la que todavía quedan restos de viviendas del 'oppidum'. «Hay dos teorías sobre la contienda. Una dice que fue cerca de la fortaleza, en una zona que podría ser esta. Otra, que se sucedió a unos 20 kilómetros», señala.
Posteguillo tiene claro cómo ocurrió aquello. César ubicó a cuatro de sus legiones en vanguardia; las dos restantes, recién formadas, las dejó en reserva. Cuando arrancó el baile de aceros todo parecía de cara para la Ciudad Eterna. «Formó tres líneas de soldados que iban de menor a mayor experiencia. Tenían a su favor la altura de la colina, pero Divicón dio órdenes a dos tribus aliadas para que flanquearan a los romanos a través de un bosque». Su palabra dibuja la contienda mientras su dedo señala una arboleda. Aquello pilló por sorpresa al cónsul.

De Bibracte a Autun
Bibracte, ciudad comercial clave para los heduos, sufrió una fuerte romanización durante la época de Julio César. Sin embargo, su sucesor, Octavio Augusto, decidió trasladar la urbe a unos pocos kilómetros del monte Beuvray. «Preferían que las capitales estuviesen en territorio llano», explica Santiago Posteguillo. Así nació 'Augustodunum' ('la ciudadela de Augusto'), hoy llamada Autun. A cambio, el viejo 'oppidum' cayó en el olvido. Como curiosidad, una placa recuerda que, en esta nueva urbe, estudiaron los tres hermanos Bonaparte.
Disfruta el 'profe' con la lección de historia, y para no hacerlo: «Cuando eran atacados en dos flancos, los grandes militares de Roma se retiraban para evitar bajas». Aquella era una máxima no escrita que habían seguido genios del gladius como el mismísimo Pompeyo. Pero César no entendía de normas. «Mandó a la última línea, la de los veteranos, a enfrentarse al enemigo que le flanqueaba. Mientras, él se quedó con los menos experimentados», apostilla. Horas después, los gritos de victoria resonaban en toda Borgoña. «Consiguió algo que no se había logrado jamás: revertir una situación de esas características y vencer», completa.
Contar lo oculto
Pero no todo es Bibracte en 'Maldita Roma'. Durante el camino hacia el museo del 'oppidum', en la parte baja de la montaña, Posteguillo insiste en que su nueva novela narra los 18 años clave en la vida del personaje: «Doy un paso más. En mi anterior libro muestro a un César abogado que luchaba contra los senadores corruptos. Aquí doy un salto cualitativo y arranco desde que fue exiliado en su juventud, en el 76 a. C.». El viaje es corto. Accedemos a la exposición, un edificio de dos pisos en el que se esconden miles de años de recuerdos, restos, recreaciones y textos sobre la evolución de la capital hedua y su relación con Roma. Y, poco después de pasar la entrada, el genio nos desvela el secreto de su éxito: «Siempre quiero contar lo desconocido de lo conocido».
No le falta razón. Frente a un mapa de la época, Posteguillo señala Cilicia, la región de la que provenían los piratas que apresaron a nuestro protagonista durante su exilio y le mantuvieron cautivo varias semanas. «Cuando le dijeron el rescate que iban a pedir, él lo dobló», afirma con sorna. El cómo diantres regresó a la Ciudad Eterna tiene más miga todavía. «Todos saben quién fue Espartarco, pero no es tan popular que, gracias a él, César pudo volver a Italia», desvela. Se hace el silencio; el público aguarda la lección de un maestro que no decepciona: «El gladiador estaba llevando a Roma a la extenuación y llamaron a todos los militares que había disponibles, incluido a él».
Atravesamos la recreación de una vivienda hedua de época, vitrinas con cascos celtas... Pero Posteguillo solo tiene ojos para un Julio César que, según corrobora, ha sido maltratado por la leyenda negra: «Intentó mejorar la situación de la ciudad y quiso llevar a cabo sus objetivos políticos de mayor igualdad social frente al Senado». Una vez más, el superventas rompe mitos y construye verdades con su novela. Define al futuro dictador –«un término que no se puede equiparar a lo que significó en el siglo XX»– como un populista, sí, pero que ascendió hasta el consulado cautivando el corazón de la sociedad a golpe de obra pública. «No nació con una toga, nos olvidamos de que tuvo que ganar unas elecciones», destaca.

La última loa a don Julio la hace después de dejar el monte Beuvray. Con el día más claro, y arropado por el calorcillo del hotel –¡ya era hora!–, define a su protagonista como un «personaje moderno en todos los sentidos». Para empezar, a nivel político. «El 5 de diciembre del 63 a. C. dio un discurso contra la pena de muerte de Catilina con unos argumentos que podrían ser utilizados en la actualidad», explica. Según el autor, fue uno de muchos: «Es un personaje que podría ir al Congreso español y destacaría en oratoria sobre los diputados». Se detiene un segundo Posteguillo, esboza una sonrisa pícara, y continúa: «Aunque lo cierto es que no le haría falta mucho para ello».
Así dejamos Francia tras dos días con uno de los escritores que más libros vende en España: rompiendo mitos. Con eso, y con una última pregunta: «¿Qué le queda por lograr a Posteguillo?». La respuesta no se hace esperar: «Es complicado, pero me gustaría que mis novelas tuvieran una buena adaptación audiovisual». Con suerte, alguna productora nos leerá, Santiago.
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